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Noelia era una mujer buenamoza. Sus rasgos bien urdidos en esa ruleta que define contornos, facciones y formas, permitían que la visualizaran como alguien atrayente. Hasta allí, todo bien. Algo desafinaba en ella y no se podría definir de buenas a primeras si era ese tonito suyo, un tanto áspero o bien sus palabras, de pronto desprolijas y que al igual que las balas, dejaban una huella amarga en la epidermis de los demás, esquirlas que la delataban de algún modo u otro. Resumiendo, Noelia se desplazaba por la existencia con esa dualidad que a menudo provocaba comentarios maldicientes. Tenía pocos amigos en el entorno laboral y sí una pelambrera descomunal a sus espaldas. Comentarios tales como: “calladita se ve mejor” o “tan áspera esa mujer. Es como comerse un caqui, dulce y sabroso pero después te lima la lengua”.
Alguna vez se me aproximó con su rostro constreñido. La noté abatida en dicha ocasión y nada dije hasta que ella expresara su inquietud. Si lo hacía, por supuesto, considerando que muchas veces se tragó lágrimas a solas en algún rincón de su oficina. Imaginé alguna discusión con cierto cliente, algún entrevero nada de amistoso con cualquiera de los tantos compañeros. Vaya uno a saber qué cosa era la que espinaba su ser.’
“¡Estoy vieja, Rubén! ¡Estoy y me siento vieja!“ dejó correr lúgubre su voz a mis oídos, notando en ella una desesperanza que le caía como mortaja.
Me extrañó que a sus treinta y ocho confesados años la existencia se le tornara ajena, acaso como sucede cuando uno se ve de repente reflejado en un espejo cualquiera y ese ser imaginado que creíamos ser es arrasado por alguien que desconocíamos.. Pero en su situación, no era cuestión de reflejos traicioneros y por su tono y por esa flojera repentina de su espíritu, imaginaría algo más profundo.
Ya no era cosa de contestarle cualquier trivialidad. Algo me decía que era mejor callar, depositar mi mano en su hombro y transfundirle consuelo, comprensión, cariño. Pero me vi forzado a transformar todo eso tan sublime en palabras.
“¿No piensas tú, Rubén, que me he puesto demasiado vieja? Dilo, dilo con sinceridad.”
“No, no estás vieja. Ni por asomo. A veces uno se deprime y voluntariamente tiende a convencerse, por esos retruécanos que tenemos dentro, que nada de lo nuestro vale la pena. ¡Vaya, mujer! Para vieja, están otras que no te las voy a nombrar, pero tú estás de maravillas.
Sonrió, pero fue una lágrima la que se hizo condescendiente con mis palabras y simuló ser lo que no era.
De forma inconfesada, la admiraba por ese espíritu suyo tan altanero y ese raspado tierno de sus palabras que hería la sensibilidad de espíritus más pulidos. Me gustaba su impronta, sus vestimentas tan a la par con esa especie de descuido suyo que parecía estudiado y que era tan natural como los rizos de su frente. Pero lo que más amaba era su letra tan prolija, con tan bellos detalles y recovecos, líneas que de finísimas se transformaban en curvas acentuadas que le daban categoría y estirpe a las letras. Era un deleite observar como sus trazos limpios y bordeando lo artístico, se confundían con la pulsera de oro que engalanaba su muñeca.
“Si yo pudiera, me conquisto a Rubén, cabro joven y guapo ideal para ser enamorado.” Esto lo escuché a la pasada y me inquietó. No porque fuera Noelia la que lo expresaba a algunas compañeras con su voz baja, que de tan baja se hacía audible en el silencio de la oficina. Era otra cosa. Una especie de pánico de ser invitado a las entrañas de un fenómeno inexplicable, algo tan profundo que sólo fuese concebido para observarlo y teorizarlo pero ni por asomo para ser desentrañado.
Unos cuantos meses transcurrieron hasta que una tarde, Noelia me presentó a quien sería su pareja. Fernando, un muchacho tan joven como yo, me extendió su mano y no alcancé a apreciar si en ella se traslucía algo parecido a un desafío. Siempre la imagine seducida por uno de esos tipos anchos de espaldas y de palabrería fácil, incluso dibujé en mi mente para ella un hombre perspicaz, de mirada profunda y pecho hondo para fortalecer sus carencias. Un ideal desdibujado de golpe por este muchacho de mirada tierna que en la mocedad de sus años adquiría una nueva madre para sí. Recién allí comprendí esa desesperación confesada suya, ese tormento devenido por las circunstancias, espejo cruel que ella no quería rehuir y sin embargo, la agobiaba. Esa brecha que le ponía notas de amarga sensatez a su osadía y que ella supo al fin parchar con un optimismo desmesurado.
Las apariencias se envanecen de ocultar a la perfección los ripios de alguna convivencia. Ellos se comportaban como dos felices amantes. A decir verdad, no desentonaban y diría que nuevos gestos, tan puros y delicados, redibujaron el rostro de Noelia. Era feliz y su sonrisa se hizo más ancha y su voz adquirió acentos musicales que la embellecían. Yo la contemplaba y lo de ella me producía regocijo porque sabía de su tormento, ahora avasallado por una realidad que le proporcionaba dulzura. No, aquí no cabía apariencia alguna.
Pero apareció Luz, una muchacha que le fue encomendada a Noelia para que la adiestrara en el tema que ella manejaba. Todo fue miel sobre hojuelas los primeros días, confesiones mutuas, inseparables ambas hasta que un día cualquiera todo cambió. Regresó la mirada adusta de Noelia y ese tono arrastrado y rasposo que surgía cuando algo la incomodaba. Las conversaciones se hicieron rutinarias y esa cosa amigable que parecía haberlas juntado para un propósito mayor, desapareció de golpe. Lo demás fue presentido, similar a ese vacío profundo que antecede a una catástrofe, algo parecido a lo que nuestros sentidos aún no pueden modelar en palabras pero saben que está, que se manifestará con toda esa fuerza acumulada y malamente contenida.
Sucedió el último día, el inapelable y el que sentenciaría una situación que hasta el presente rebota en mi memoria como el asunto torcido que fue. Esa mañana parecía que los hados se habían confabulado para oscurecerla y dibujarle manchones grises en el cielo, telón propicio para una ópera dramática en pleno marzo del año que me reservo. Uno podía adivinar esa suerte de rencor profundo que se anidaba en sus almas. Se podía oler algo aciago en el ambiente, un rechinar de dientes, miradas emboscadas en parapetos oscuros e insinuaciones veladas.
Esa tarde, todo había sido dicho en esa recíproca inquina sin que pronunciaran palabra alguna, una más herida que la otra y fue aquella la que asestó el primer golpe. Noelia sintió el jalón de su cabello y el tintineo nervioso de sus aros indicó vana resistencia. Las manos agarrotadas de Luz eran tentáculos que asían su presa y no habría misericordia en este empeño. Noelia fue arrastrada hasta rodar por el suelo y desde allí su desesperación se transformó en una fuerza inusitada que logró neutralizar ese odio contenido que se escapaba en injurias. Ambas rodaron y en ese enredo, Luz verbalizó lo tantas veces contenido y ese grito no amilanó a Noelia y defendiendo lo inquebrantable, golpeó con su pulsera a la muchacha.
“¡Vieja! ¡Vieja inmunda que andas con un muchacho joven! ¡Alguien que puede ser tu hijo, sucia del carajo!”.
Separarlas fue difícil. Para mí, doloroso. Mientras acezábamos tratando de culminar esta disputa que no nos pertenecía, pensé en la maldita manera que la gente encasilla todos estos asuntos, del modo confuso en que los rumores prohíjan a un ser amorfo y al cual acunan con sádicas intenciones. Es el placer de la insidia, de los comidillos que amenizan las vidas rutinarias y a veces sin sentido de muchos seres.
Todo esto culminó con un juicio que no condujo a ninguna parte. Las huellas se borraron y todo fue olvidado por el paso desenfrenado del tiempo.
Muchos años después, me encontré con ellos, todavía en pareja. Noelia lucía radiante, sin perder esa impostura que la embellecía y Fernando, más maduro, denotaba en su aspecto la felicidad inequívoca de un hombre. De algún modo subliminal recordé las bellas letras elaboradas por esta singular compañera e imaginé que escribían con la elegancia suprema de su diseño la feliz manera en que se unen los cabos para entrelazar una historia.













Texto agregado el 16-02-2022, y leído por 161 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
23-02-2022 Es excelente tu manera de narrar una historia que por suerte terminó bien, aunque no se te escapó casi ningún matiz por tratar. ***** vaya_vaya_las_palabras
18-02-2022 Qué historia de vida nos cuentas, Gui, interesante, reflexiva. Sin daño alguno a los demas, cada cual tiene derecho a buscar se feliz como mejor le parezca, pero existe un montón de prejuicios que lo único que logran es dañar. Bien por Noelia y su Fernando. Me encantó, te admiro, lo sabes. Un abrazo. Shou
18-02-2022 Este tema no es uno solo el que abordas: está la mala situación laboral en la que se ven rodeadas algunas personas solo por su forma de ser, las relaciones con abismos de edades, la admiración jamas pronunciada y el final feliz de un amor madurado con ternura. Me fascinó! clonazepan
18-02-2022 En realidad Guido no puedo leerte!! No puedo sin decirte que tu narrar es hermoso! Anidas cada palabra para complacencia del lector pero también deja entrever cuanto la mano de tu yo escritor disfrutó en entretejer esta historia y todas las que te leo. clonazepan
18-02-2022 Una historia de lo más interesante, donde la edad es lo de menos y el amor y la empatía, lo importante. Me alegra que el destino de Noelia terminará bien. Todos nos vamos haciendo viejos y eso es inevitable. Magnífico cuento, amigo. maparo55
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