Margarita tenía un desvarío. Redistribuía la riqueza, porque según ella la teoría de Adam Smith no se había cumplido, hacia aquellos más desprotegidos ella sería la encargada de realizar dicha ciclópea tarea.
Siendo una adolescente no se la podía llevar a la casa de ninguna amiga. Josefina, la madre de mi amiga Rossy advertía que en su alhajero faltaba un collar de perlas, ipso facto, me llamaba al rincón, y me decía que yo podía ir cuando quisiera, pero que a Margarita no la invitara más.
Yo le preguntaba a Margarita, el por qué Josefina no la quería y si había visto alguna que otra joya deambulando por la casa de mí amiga.
Hete ahí que no entendía que habían llegado a lograr su fortuna, trabajando duro, levantándose a la madrugada, y ganando el jornal con su el sudor de la frente de don Ernesto el marido de Josefina, que era peluquero
Cierta vez le recomendé un odontólogo. Ella acudió a la cita, y se hizo una dentadura o algún que otro tiramiento de conducto. Desconozco. El tal Dr. la siguiente vez que fui a la sesión, me conmino con gentileza a que pagase todo lo que Margarita no había abonado.
Tuve que recurrir a otro dentista, al resguardo de Margarita.
Ella sí que tiene la boca perfecta. Y su sonrisa atrae tanto como sus tacos altos y finos que no encuentro por ningún lado.