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Por ser 14 de febrero, este es un cuento con mucha miel. ¡Feliz día del amor y la amistad, a todos!

Me dolía despertar. Recobrar la conciencia significaba levantarme para vivir un día más, y no estaba tan seguro de querer hacerlo. A los dieciocho años, me sentía como perro sin dueño: triste, olvidado, solo; sobre todo solo. Tenía pocos amigos y la niña de mis pensamientos ni siquiera se fijaba en mí, no le importaba en absoluto lo que trataba de hacer para acercarme a ella, así que mi ánimo andaba casi arrastrando el piso y mi autoestima lo acompañaba por ahí también.
Aunque ya despierto, me gustaba permanecer unos minutos con los ojos cerrados, dejarme llevar un tanto por el amodorramiento, espabilarme lentamente, sin prisas. Creer que todo me iba bien, que no existía nada en el mundo que pudiera lastimarme, vencerme, asustarme. Pero sabía bien que sucedía todo lo contrario, que llevaba pegado a los huesos un miedo a fracasar, irreprimible y traicionero. Me sentía tan poquita cosa, que si alguien se hubiera atrevido a soplar sobre mí, habría salido disparado por los aires y arrastrado muy, muy lejos.
“No quiero nada contigo, ni siquiera ser tu amiga, así que no te me acerques”, me dijo Angélica un mal día, a medio patio de la escuela. “En el salón, todos creen que Medardo es mi novio”. Para entender esto, no hacían falta muchas palabras. Sonreí como si lo dicho no me importara. Me quedé con el rabo entre las patas y me largué muy digno sin pronunciar ni media palabra; pero el alma se me desmoronaba a cada paso, iba dejando caer pedacitos que resonaban como pedruscos enormes al golpear contra el suelo.
El tiempo lo cura todo, o casi; la sed desesperada que me abrasaba el corazón por encontrar quien me quisiera, no se apagaba con nada. El par de amigos que de vez en cuando frecuentaba, no era suficiente paliativo para mi desazón; ni practicar fútbol, ni leer, ni asistir al cine. Desafortunadamente leer e ir al cine eran dos actividades muy solitarias. Para leer, me buscaba cualquier rincón en donde nadie me molestara y me perdía irremisiblemente en los mundos que permanecían escondidos entre las páginas de los libros. Sherlock Holmes era un novato a mi lado, para husmear por los recovecos de las historias y descubrir sus más recónditos secretos.
El cine me apasionaba, pero generalmente no tenía quién me acompañara. Sentado en mi butaca, en la oscuridad de la sala, me olvidaba por un par de horas de la soledad creciente que me asfixiaba a ratos. En la pantalla, las imágenes se sucedían y yo trataba de no pensar en nada más. Cuando las luces se encendían, metía las manos en los bolsillos del pantalón y me largaba a realizar largas caminatas sin sentido. Cuando volvía a casa, me sentía de lo peor.
Cierto día, mi amigo Julio me invitó a una reunión en su casa, y su hermana Lola me presentó a Gabriela, una amiga de ella. Desde el principio me sentí interesado por su forma de ser. Tenía la sonrisa fácil, espontánea, franca; te tomaba confianza pronto y casi enseguida estabas ya bromeando con ella. No era una belleza deslumbrante, pero su rostro de rasgos finos atraía de inmediato. Lucía esbelta, segura, grácil.
Alguien propuso jugar a la botella; al girarla, a quien le tocara en suerte quedar señalado con la boca de la misma, se haría acreedor a un castigo, que elegido de antemano, tendría que pagar de inmediato. El juego, las risas, la presencia de Gabriela, me hicieron sentir mucho mejor, casi aceptado. La miraba reír y un calorcito grato me recorría el estómago. Me encontraba deslumbrado, ligeramente aturdido por la magia que ella destilaba. Luego de varias rondas y diferentes castigos, se les ocurrió que el castigo fuera un beso en la boca. Todos aplaudieron entusiasmados; quien no cumpliera, tendría que dar algún objeto personal a cambio del beso no dado. Le tocó a Gabriela girar la botella, tendría que darle el beso a quien ésta señalara. ¿Tengo que añadir que el feliz afortunado fui yo?
- Tienes que besar a Carlos- dijo Lola. “Beso, beso, beso”, corearon todos. Con las mejillas encendidas se acercó despacio a mí, los ojos radiantes, la sonrisa franca en los labios. Su cercanía me puso más nervioso, el aroma suave de su perfume hirió mi olfato y casi echo a correr de miedo. Pude percibir el aliento cálido de su boca y... me besó en una mejilla. “No, no, no se vale”, gritaron todos, “tienes que dejar algo tuyo en prenda”. Se quitó una pulsera de fantasía que llevaba en la muñeca izquierda y me la puso suavemente entre las manos. El nuevo contacto de su piel, me dejó temblando. “¿Te sientes mal?”, me dijo Julio. Claro que estaba mal. Me derretía por Gabriela y aunque las veces que volteaba a mirarla, sus ojos se encontraban con los míos y sonreía, no significaba que ella estuviera sintiendo lo mismo que yo; además era imposible que una chica tan linda como ella no tuviera novio.
Durante la reunión, Julio puso en el estéreo, música de U2, la voz de Bono enmarcaba las conversaciones y risas de todos. Nadie bailaba. Tuve oportunidad de acercarme a Gabriela y platicar un rato con ella. ¿Cómo lo hice? No tengo ni idea. Me parecía flotar entre nubes de algodón; no recuerdo con certeza todo lo que le conté. Lo que sí puedo afirmar es que al abandonar la reunión, le dije que la acompañaba para abordar su transporte.
- Está bien- aceptó. Me tomó de la mano y nos fuimos sin más, caminando por las calles oscuras y frías, medio iluminadas a esas horas.
Parecía contenta de estar conmigo, de lo que le contaba, de la última peli que había yo visto, del más reciente libro leído.
- Y a ti, ¿te gusta leer?
“Leer mucho me aburre”, respondió. Entonces le solté un “rollo” tremendo del por qué era importante leer y lo interesante que podía resultar la lectura. No creo haberla convencido, pero me daba igual, ella estaba ahí, conmigo y yo la tenía tomada de la mano, como si nos conociéramos de siempre. Quedamos de vernos un par de días después. Ella estaba por terminar la escuela preparatoria y tenía la clara intención de ingresar en Medicina.

A partir de aquel día comencé a frecuentarla, salimos varias veces. Había en ella, en su forma de tratarme, de conversar, de moverse, un algo indefinible que me dejaba en estado contemplativo y apenas atinaba a veces, a medio responderle. “¿Me estás escuchando?”, me decía. La oía perfectamente; tendría que decir más bien, que bebía completamente sus palabras.
¡Qué distinta es la soledad cuando no hay nadie a tu alrededor, a la soledad que se busca para pensar en alguien! Ahora me gustaba estar solo, para recordarla, recorrer mentalmente las líneas de sus labios, el brillo picaresco que alumbraba sus ojos, el tono moreno suave de la piel de sus brazos, las bellas formas de sus caderas de adolescente. ¿Y qué decir de los pechos pequeñitos que se podían adivinar en la curva de su blusa?... Descubrí que no me interesaba nadie más, que podían existir mil mujeres más bellas que Gabriela, pero que yo sólo ansiaba mirarla a ella y mirarme en sus ojos negros. ¿Eso era estar enamorado? Quizás sí. Lo que ahora importaba es que ella sintiera igual, que también quisiera mirarse en mí.
El miedo es terrible cuando no podemos controlarlo. No deseaba arriesgarme a confesarle a Gabriela que me gustaba y que ella me rechazara. La valentía nunca fue mi virtud, más bien prefería posponer las cosas, que se fueran diluyendo o resolviendo casi solas; pero las cosas no se resuelven de esta manera, al contrario, se agravan o de plano se hacen insoportables. Por fin me decidí. No soportaba por más tiempo el no poder estrecharla entre mis brazos y besarla. “Estás enamorado de Gaby”, me dijo Lola. “Tienes que decírselo”. Esa misma noche, después de dar un paseo por un parque cercano a su casa, se lo dije.
- Me gustas mucho. Quiero pedirte que seas mi novia.
Se me quedo mirando entre curiosa y expectante, en su boca de niña apareció su adorable sonrisa traviesa, para decir que sí. Me creí en el cielo y lo pude tocar, cuando lentamente fui acercando mi rostro al suyo para besarla en los labios. Me latían las sienes y el cuerpo me temblaba, así que tardé varios segundos en rozar con los míos, sus labios ligeramente húmedos, que me ofreció ligeramente entreabiertos. ¿Y saben qué?... Sabían a gloria, suaves, tibios, carnosos, deseables, juguetones, míos. Los besé despacio, muy despacio, saboreando la dulzura escondida en aquella boca tan antojable, que respondía con deleite al contacto de la mía. No sé cuanto tiempo duró aquel beso, pero yo hubiera querido que fuera eterno.
Luego se fue, mientras yo aún permanecía electrizado por el sabor de aquel beso inolvidable, porque era el primer beso que recibía yo en la boca. Me apena confesar que nunca nadie antes de Gabriela me había besado en los labios.
Fueron semanas deliciosas, donde Gaby me hizo el chico más feliz que existir podía; caminábamos abrazados, tomados de la mano, o besándonos a cada momento, por las calles del vecindario y en cualquier lugar al que fuéramos juntos. No había tope a mi ansia de tocarla, de verla sonreír, de probar su boca fresca.

Todo lo que empieza, algún día se termina; por alguna razón que no acabo de comprender, el amor que Gabriela sentía por mí se fue enfriando, se le terminó. Un día cualquiera, tal vez el día más triste de mi vida, me dijo:
- Ya no te quiero, Carlos. Hay un muchacho que me pretende y que me gusta mucho también. No quiero engañarte, porque siempre has sido muy lindo conmigo. Es mejor que dejemos todo hasta aquí.
Quería morirme; pero no me morí, tuve que aguantarme el dolor inmenso que sus palabras dejaban en mi corazón. Aquella tarde, Gabriela se alejó para siempre de mi vida; pero me dejó el recuerdo imborrable de su presencia y del primer beso que una mujer bonita, me diera en los labios.

Texto agregado el 14-02-2022, y leído por 171 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
26-02-2022 Hermosísimo relato, empapado de la nostalgia de una juventud que el tiempo ha tornado sublime. Gabriela tendrá su abrigo eterno en ese hermoso corazón. Felicidades y un afectuoso saludo. Altamira
25-02-2022 Me hiciste recordar mi juventud, tu descripción fue la mía. También hice un cuento paralelo de nuestra juventud. Me has hecho volver a esos día, que después de los 76 años sigue siendo muy grato. Un abrazo mi buen. sendero
19-02-2022 Hermoso relato en que describes las penurias de los jóvenes enamorados, la ansiedad, la esperanza y el trofeo de unos labios deseados. La juventud se va allegando paso a paso a esta situación, se crece y se fortalece y al final, también se aprende a decir que no, rompiendo algún corazón enamorado. Un abrazo, amigo. guidos
15-02-2022 Me gustó saber que los chicos,también como nosotras sufren y se ponen nerviosos ,una cree que son fuertes y que nada los conmueve y eso nos hace débiles. Es triste sentir que no te quieren; se sufre,se piensa en que esa pena mata;pero se sigue... No se olvida Me gusto tu historia,aunque no que terminara***** Un beso Victoria 6236013
15-02-2022 Nadie muere por amor y sin embargo cuanta ilusión despierta en nosotros esos primeros momentos de amor que se vuelven tan intensos como imborrables. Bonito. Un abrazo Shou
15-02-2022 El primer amor, el primer beso, pasarán los años y jamás lo olvidaremos, pero con el tiempo a veces en eso queda, simplemente un recuerdo. Muy lindo cuento, saludos. ome
15-02-2022 Tal vez la mayoría de las personas, durante sus primeros amores pasan por etapas similares o al menos por desilusiones. Se va creciendo con todas esas experiencias. Muy tierno recuerdo si fue así. MujerDiosa
14-02-2022 —Nadie muere de amor y por suerte es así, porque si uno muriera aquellos besos primerizos nadie los podria atesotar y mantenerlos latentes en la memoria para sacarlos del recuerdo y sentirlos hoy con ese mismo calor de ayer, tal como tú los sientes —Saludos y amistad vicenterreramarquez
 
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