La consulta medica
Jober Rocha
Cardíaco, con cuatro ‘stents’ coronarios, diabético, hipertenso, con hiperplasia prostática e insuficiencia renal, yo necesitaba cita médica de seguimiento todos los meses.
Este seguimiento lo realizaba un cardiólogo, quien ya conocía bien todos mis problemas y en ocasiones cambiaba medicamentos o agregaba otros a la gran lista de ellos (nueve medicamentos al día para las diferentes dolencias que me aquejaban).
Sucede que en los días de consulta programados, mi trabajo comienza temprano. Un largo baño, rozando hasta los rincones más íntimos; un atuendo pulcro y, por último, un discreto perfume masculino para eliminar cualquier olor desagradable que pudiera haber quedado.
Me doy cuenta de que los lectores, en este punto del texto, ya estarán haciendo un mal juicio sobre mí. Afortunadamente, eso no es lo que están pensando.
Sucede que en lugar de ser un cardiólogo, es una joven cardióloga, cuyas características físicas voy a describir: Joven, bonita, edad alrededor de los treinta y cinco años, dos ojos grandes que parecen castaños verdosos, siempre va elegantemente vestida, dedos delgados con uñas esmaltadas, cabello castaño largo atado en una 'cola de caballo'.
En cuanto a sus características intelectuales y emocionales, es inteligente, culta en su profesión, habla con fluidez y delicadeza con el paciente, tratando siempre de investigar bien los síntomas y tratarlos con la mejor y más moderna técnica disponible.
Debes estar preguntándote por qué digo todo esto. Verás cuál es mi gran problema.
El problema es que cuando me toca a mí que me sirvan y entro en la sala, sentado en la silla quedo como hipnotizado por esa figura que tengo delante.
Después que me tomó la presión arterial, que casi siempre está alta, aunque era normal cuando salí de casa; después de escuchar la taquicardia de mi corazón, a pesar de que en casa tenía sesenta latidos, comienza a recetarme nuevos medicamentos.
Mientras habla, observo sus ojos grandes y redondos, sus largas pestañas, su ceja bien formada, sus pequeñas orejas con aretes de oro y pequeñas piedras brillantes, su nariz fina, sus labios finos y bien formados.
Inmerso en esa observación y en mis pensamientos, no presté atención a lo que me decía.
Me acabo de encontrar con ella preguntando: - ¿Entendiste todo?
La miro unos minutos, desconcertado, para luego decir: - No señora, no entendí nada. ¡Podría repetir!
Ella se prepara pacientemente para empezar todo de nuevo, imaginando que puedo estar desarrollando una demencia senil hasta ahora no detectada.
Buscando evitar que vuelva a repetir todo, sabiendo de antemano que no le haré caso a nada, le pregunto con delicadeza: - ¿Me lo podrías enviar luego por whatsapp?
Ella accede y nos levantamos de la mesa. Intercambiamos cordiales apretones de manos y me dirijo a la salida, feliz y triste al mismo tiempo, sabiendo que en el próximo mes volveré a pasar por todo eso. Es más, la semana que viene tengo consulta dermatológica con otra joven, tan guapa e interesante como esta cardióloga.
Quien puede impedir a las mujeres de hoy que sean más inteligentes y estudiosas que los hombres. Hoy en día es difícil encontrar un médico y fácil encontrar una médica que nos consulte.
Aunque ahora tengo casi ochenta años, mi sentido de la estética sigue siendo el mismo. Sé reconocer y admirar lo bello cuando lo encuentro, sin otro objetivo que el de admirar la capacidad que posee la Naturaleza para crear cosas bellas.
Sé que mis consultas no durarán mucho más; sin embargo, mientras duren, yo, en mi senilidad, nunca podré prestar atención a las explicaciones sobre las dosis de las medicinas en las recetas, hechas por estas médicas de hoy.
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