Parece mentira, pero hace más de dos años que no me entrevero en esas catacumbas bulliciosas que son las estaciones del Metro. Tampoco sé de las virtudes y beneficios de los buses eléctricos, los que imagino raudos, suaves y silenciosos, propicios para un cabeceo sin culpas arrebujado en una de sus butacas. Pero voy a los pasillos que me conducen al ferrocarril urbano. Se me transformaron en evocaciones difusas esos seres refugiados en sus propias individualidades y sonará extraño que una especie de orfandad me recorra por completo al intuir que una parte de vida, la más rutinaria, me haya sido birlada. Curioso, en todo caso, recordar tras cortinas tejidas de melancolía a señoronas esmaltadas en sudor, chicuelos espasmódicos sometidos a su movilidad eterna, jovenzuelos de mirada desafiante, señores que tratan de practicar a duras penas una invisibilidad tan precaria que los hace aún más notorios. Puede ser esa parte mía que se quedó enredada en alguna manilla y continúa existiendo en los claroscuros de los vagones. Una entidad que se balancea con el traqueteo y con el trajín de los pasajeros, un ser difuso que se niega a dejar resbalar por sus oídos la cantinela monocorde de los raperos y contempla como la ciudad desaparece a intervalos.
Este otro yo, el ser concreto encastillado por las circunstancias, divaga sobre esa vida transmutada por virtualidades y pasos dibujados en este día a día que sabe de trincheras, de vacunas en cuya solución acuosa quisiéramos pensar que verdea algo parecido a la esperanza.
Es cierto, el aislamiento forzado tiene sus beneficios, nos evita relaciones indeseadas, palmoteos en la espalda, sonrisas balanceándose en la hipocresía. Nos confronta con nosotros mismos y con ese ripio picoteado que son nuestras incertezas. Pensar, atrincherados, oído presto al retintín lejano, al vuelo de un helicóptero, espiando pájaros en el jardín, la percusión asordinada de algún ritmo tropical, al zumbido subterráneo e imaginado de ese tren que hurga los intestinos de la ciudad transportando a ese espectro etéreo que masculla por ese rasgón de vida escamoteada.
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