Teresa es dirigenta campesina desde que se separó,  al quinto año de  matrimonio, porque por más crianza rural  que tuviera y por más discurso de que la mujer tiene que aguantar al marido  que escuchara de niña , ella no iba  a bancarse el mal trato , el mandungueo y el estar encerrada todo el día en la casa, aun cuando tuviera que hacerse cargo sola de los 2 hijos que le habían nacido con 11 meses de diferencia.   
 
Trabajó como empleada doméstica un  tiempo,pero como su carácter no va con hacer lo que le dicen , terminó dedicándose a  duras penas a la producción de vides, oficio familiar por generaciones, y al cultivo comercial de flores de invernadero. 
 
Es tan brava como sentimental.  Brava como peuca cuando le tocan a las crías, brava como güiña cuando se resiste a que le cambien las  viñas por regimientos de pinos.  Sentimental cuando  canturrea  tonadas  cargadas de historia, o cuando con el primer mate  del día se apuesta en la pequeña terraza  ver salir el sol tras los montes de nativo, los que van quedando. 
 
La Teresa no para en la casa. Si no está trabajando   está  en reuniones en el Municipio, en el INDAP,  o en media docena de variopintas  “mesas de trabajo”, porque la Teresa  no se agota en  los asuntos campesinos; también aboga por los derechos de las mujeres, por el acceso a la salud  , el mejoramiento vial y cualquier otro tema que requiera representación o justicia.  La Teresa va y viene los días enteros en un hacer constante y afiebrado, atendiendo las necesidades del mundo y evadiendo, a toda costa, los momentos de soledad que la fuerzan  a  encontrase, en silencio, consigo misma. 
 
Sus pares masculinos la tienen entre ceja y ceja.  Algunos le tienen bronca porque “qué tienen que andar haciendo las mujeres en asuntos que son de hombres”, otros no saben si les molesta más su falta de delicadeza o su exceso de inteligencia. Lo cierto e incómodo es que, a la hora de los conflictos y negociaciones con autoridades o empresas , la Teresa es la que brilla con  discursos vehementes y argumentos irrefutables.  
 
Para las últimas elecciones  municipales  alguien le propone  que se postule   a Concejala.  
Le plantean que tiene posibilidades, que la gente cree en ella y que la comuna necesita una mujer en los espacios de poder.  Le dicen que no importa que no tenga estudios, que basta  con su trabajo dirigencial y con que la gente la respete y crea en su gestión.   
 
Ella se entusiama, siente que con el cargo podría incidir más, exigir más.  Se ve a si misma sentada en el salón de reuniones de la Alcaldía, frente al Alcalde, como iguales. Se imagina emplazándolo, obligado a escucharla. Obligado a escucharla y a través de ella escuchar a las mujeres desatendidas desde siempre. 
 
 Así que  se convence y va a las elecciones.  Las mujeres de los comités de agua potable se organizan  para financiar la campaña.  Dos meses  de  venta de fritangas y empanadas de horno para  encargar banderas, gorros y afiches de colores chillones,  mínimos pero vistosos. En las fotos de los afiches, Teresa  se ve más joven y más “blanca” de lo que es en realidad...pero en fin, aunque le molesta,  decide no darle importancia porque piensa que la gente se va a fijar más en lo que dice que en los afiches de bajo costo. 
 
Pero en las elecciones no le alcanzan los votos.  La comunidad aun no está lista para una líder como ella.  Las mujeres que la acompañaron en la campaña sueltan lágrimas discretas, pero  Teresa les dice que está bien, que no le extraña, que es el precio de ser brava y  derecha.  Les dice que tal vez para la próxima, y que mientras tanto seguirá siendo pulga en el oído  en la Municipalidad, total , todavía tiene fuerzas y  no le tiene miedo a dar las peleas que haya que dar.     
Y así es.  Ella  dará las peleas, todas, salvo  la única que la aterra: los agobiantes momentos de silencio y soledad en que Teresa tiene que encontrarse, inevitablemente,  con Teresa. 
  
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