EL PECADOR
Amigos:
Sin ánimo de presumir les platico que tuve una juventud muy divertida y desordenada, estudiè la carrera universitaria en una escuela oficial, por lo que el resabio católico de la infancia, ahí se perdió. Desde luego para pasar las materias y recibirme estuve mucho tiempo en reclusión, pero, ya recibido y con buen trabajo me desquité. Conjugué el verbo pecar en dos aspectos: la lujuria y la gula. Tuve muchas noches que gastar, guitarra, melodías y música bravía mexicana, amigos bromistas, mujeres fáciles, bebidas espirituosas dignas de cardenales.
Lo anterior me duró en los treinta, cuando llegué a los 40 tuve que moderarme para lograr las metas y lo logré, económicamente, aunque no soy muy rico, tengo lo necesario.
El tiempo pasa sin sentir, lo único que sabe es añadirnos años, ahora, me ha añadido muchos inviernos, por fortuna el viejo dicho: “de joven desmadroso y de viejo rezandero” no va conmigo, aunque uno de mis mejores amigos es un bonachón sacerdote igual de vetarro como yo.
Una tarde de plática, coñaqueando y deleitándonos con aromático café, le comenté de mis anécdotas juveniles. Mi amigo, al fin redentor de almas, medio me regañó y me dijo “espero que ya estés arrepentido, con remordimientos. Aún es tiempo de que te pongas en paz con el Señor”.
La verdad, me puse melancólico, triste, estuve un rato callado y de un trago me tomé media copa de coñac acompañado de suspiros. Mi amigo, pobre, ha de haber creído que veía al fin la luz religiosa. No, de ninguna manera, dije “¿Cuál Señor? Sabes, estoy triste, no por haber pecado, al contrario, el recuerdo de mi vida desordenada es un gran consuelo de mi vejez, pero, por mi edad todo me hace daño: la buena mesa, catar buenos caldos, y de la sexualidad ¡ay mi suerte! Ni madres. Por eso, me pongo melancólico, por no ser el pecador de antes”.
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