Don Silvano era un hombre humilde, apasionado a su familia, a las flores y a la vida. Diariamente madrugaba para ir a su invernadero a cortar diversas flores para hacer ramos económicos y llevarlos a vender a varios lugares cercanos a su municipio.
Cierto día, mientras ofrecía sus ramos en un tianguis, se encontró con un amigo, y después de saludarse, comenzaron a platicar acerca de la falta de la lluvia y lo mucho que afectaba las cosechas y la floricultura. Los amigos inseparables se pusieron las pilas y comenzaron a idear cómo podrían ayudar para que todo regresara a la normalidad.
Mientras disfrutaban sentados de un trozo de quiote recién horneado, se encontraba al lado de ellos un anciano que, con mucha atención, escuchaba su interesante plática. A punto de que estos se levantaran, el adulto mayor los detuvo pues estaba interesado en tan valioso tema. Así que volvieron a sentarse y escucharon muy atentos sus ideas. El sabio viejito los dejó impresionados pues él tenía la magnífica solución.
Al día siguiente anunciaron a la comunidad la idea a través de un perifoneo y comenzaron a realizar las acciones planeadas. Se congregaron niños, jóvenes y adultos poniendo todos de su parte, y en poco tiempo se vieron reflejaron los resultados.
Con tan solo dramatizar escenas tristes y apoyándose de micrófonos y bocinas, los diálogos de las personas llegaban hasta el cielo, entonces, las nubes comenzaban a llorar, pero en poco tiempo, estas empezaron a deprimirse, tanto así fue que tuvieron que buscar nuevas estrategias y abrir escuelas de payasos para que ahora estas lloraran a carcajadas.
Pasó el tiempo y aquel culto anciano, tuvo la idea de que cada hogar tuviera su propia nube, siempre y cuando, las personas se comprometieran a ocupar el agua con el mayor cuidado posible. Cada vez más, las ideas llegaban como granizo, entonces comenzaron a tratar ese recurso vital para que las nubes descansaran de vez en cuando, y con el paso de los años, las nubes comenzaron a llorar nuevamente, de manera natural.
Desde ese día, por más viento que hiciera, las nubes nunca más se movieron de su lugar.