Mirando el río.

Sentado sobre la suave arena, observo el río, ancho como mar al que llamamos estuario platense y mis ojos se agrandan para poder contemplarlo en su inmensa hermosura. Las olas salpican mis pies descalzos haciéndome sentir que estoy vivo, tan vivo como nunca.
El sol, esfera anaranjada, poco a poco se va sumergiendo en él hasta dar paso a la noche y no puedo dejar de pensar en mi vida que igual que esa esfera de fuego que se va hundiendo en el río, se fue apagando sin que pudiera darme cuenta y aunque no quiera, veo la noche llegar también para mi.
Una profunda tristeza anida en mi alma y por un momento veo pasar ante mis ojos, mi vida entera.
Trato de levantarme, pero mi cuerpo no responde, mis ojos siguen abiertos mirando, sin ver el río y mi mente viaja ahora a través de la oscura noche, ya no veo los pasajes de mi vida, una extraña calma se apodera de mi, olvidando mi tristeza mientras sigo volando sin alas hacia la luz que curiosamente de pronto, me ilumina y de la cual no quiero volver.

Por la mañana, un marinero madrugador lo encuentra, aún la playa no se ha poblado de bañistas pesar del calor y con asombro ve y luego de comprobar que está demasiado frío como para estar vivo, llama a las autoridades para que se hagan cargo de él y al llegar la ambulancia escucha la siguiente conversación.
---Pobre hombre, debe llevar toda la noche muerto.
---Es cierto, pero quisiera morir igual que él, ¿has visto sus ojos y su sonrisa? Creo que murió feliz.
---Es verdad, en sus ojos quedó grabada la imagen del río.
Y por esas calles aún desiertas la sirena de la ambulancia despierta una ciudad.
26/1/2022 Omenia.