Pongo reversa. Asciendo por la cuesta.
Las ruedas patinan un poco por la lluvia de ayer pues el barro no permite buena tracción.
El espejo lateral izquierdo es grande y me muestra lo necesario. El paragolpes trasero golpea suave con la goma puesta en la pared de la dársena.
Apago el motor del camión.
Desciendo despacio con los remitos en mi mano.
El recibidor me pregunta por la carga, si está todo, si llegó en buen estado.
Contesto a todo que sí.
Comienza la descarga mientras voy al baño.
Siento el alivio en mi vejiga. Tomo el jabón para lavarme las manos.
¡¡¡¡BBOOOOOOOOOMMMM!!!!
Una explosión impresionante sacude mi cuerpo y me aturde hasta dejarme confundido.
El corazón late desbocado y mis oídos quedan zumbando con un pitido agudo.
Trato de no tragar el polvo que va entrando desde fuera.
Cuando salgo al playón, tropiezo con un perro ovejero alemán que me mira gimiendo de dolor.
Ha de ser uno de los perros de vigilancia de la fábrica. Deben dolerle los oídos.
No veo a nadie a pesar de que cuando llegué había como unas diez personas dando vuelta por aquí.
Diviso entre la nube de polvo blanco un par de cuerpos tirados en el piso.
El can prueba con su hocico si puede resucitar a uno de ellos. Seguramente es el guardia a quien estaba asignado, pero éste no reacciona.
De pronto el paredón lateral que da al callejón se derrumba producto de la embestida de una grúa.
Nos quedamos con el perro refugiados detrás de un árbol muy grande.
La grúa retrocede y entran por el hueco abierto una decena de hombres armados que portan además máscaras protectoras anti gases.
Debo abrazar al perro que instintivamente quiere atacarlos.
No nos ven.
Aún hay mucho polvo en el aire.
Comienzo a preguntarme qué buscan. Luego pienso que tal vez no he estado transportando lo que creía.
El perro se ahoga y no puede evitar un estornudo que yo asordino cubriéndolo con mi cuerpo.
Permanecemos escondidos en el hueco del árbol que se ha formado por años de podredumbre de su tronco.
Sigo los movimientos de los intrusos con mi oído.
Vacían el contenido de mi camión y lo trasladan afuera con lo que creo que es un brazo de una grúa que asoma por sobre la pared.
- Jefe, hay una bolsa rota.
-Bueno, me pediste una comisión. Esa es tuya. Pero yo ya me voy de aquí. Arréglate como puedas. ¡Ya vámonos!
Se escucha el correr de varios que parten en un solo vehículo. Al parecer dejan toda la maquinaria utilizada en el lugar.
Hay como medio minuto de absoluto silencio. Me relajo por completo y sin darme cuenta dejo alejarse al ovejero.
- Grrrrrrrrr, grrrrrr.
- ¡Suéltame maldito! ¡Aghhh, suéltame!
Olvidé al sujeto que esperaba su comisión.
Salgo del escondite y ya me estoy lamentando por mostrar mi cara.
- Creo que no saldré de ésta en mi puta vida - me digo en silencio.
- ¡Oye! La mitad es tuya si me ayudas a cargarla. Dividiremos en dos sacos y tú te pierdes. ¡Aghhh! ¡Mierda! Ya dile que me suelte. - me dice ensayando una salida en su desesperación.
No puedo articular palabra. Solo se suceden en mi cabeza frases desagradables:
- ¿Y yo por qué estoy metido en medio de esto? ¡Maldita mierda! Este tipo me matará tarde o temprano. Tienen unos códigos que se diluyen con un vaso de agua. ¡Que puta es mi suerte! Si solo soy un camionero.
¡Y mi camión destrozado!
- El narco evalúa mis gestos y saca cuentas de sus posibilidades, aunque el perro no le suelta el brazo y aún lo tiene tendido en el piso.
Me arden las fosas nasales, y creo que también al perro y al sujeto.
Pues claro, no es harina lo que respiramos. Mi cerebro comienza a deambular por zonas que me son desconocidas. De pronto siento un coraje inexplicable y me daban ganas de platicar con el hombre acerca de la maldad en el mundo, y de las virtudes humanas.
Su comportamiento no parece cambiar mucho. Tal vez no sea primerizo como yo. Confundo su estado con timidez.
El perro gruñe y un rato después le lame la cara a su ex víctima. Luego corre desbocado hasta el final de la fábrica y regresa para saltar contra el narco que ya se ha parado. Lo voltea nuevamente y vuelve a morderle el brazo.
No puedo evitar reírme aunque en realidad estoy muy confundido y con un fuerte dolor de cabeza.
Vuelvo a abrir los ojos en la sala de emergencias de un hospital.
-Doctor, ya vuelve en sí - dice la enfermera.
-Caramba mi amigo. Lo recuperamos de una brava – dice el médico al acercarse.
-¿Qué fue lo que me pasó? - pregunto con un dolor en el cráneo que es demoledor.
-Bueno, llegó aquí con la cabeza abierta. Perdió mucha sangre.
-Imagino que pronto vendrá la policía.
- Ya han venido. Declaré que fue víctima de un golpe. Dieron por cerrado el caso.
Lo miro profundamente a los ojos. Creo que miente.
La enfermera sale de la habitación, como no queriendo participar de la conversación.
Mi esposa aparece por la tarde:
-Ay, Chuco, estaba desesperada. Vine a verte todas las tardes durante una semana.
Tu jefe nunca vino. Y en la empresa no quedó nadie.
Lo mismo en la fábrica donde llegaste con el camión.
-¿Qué vamos a hacer ahora...? – rompiendo en llanto.
Luego de unos minutos me dice más calmada:
- No sabía que viajabas con un perro. Parece de raza.
-Estaba perdido en la ruta y lo subí al camión- le contesto.
Pasan dos días y volvemos a casa. El ovejero tarda un momento en reconocerme, pero en cuanto me olfatea ser acuerda de mí y me muestra su alegría.
Descanso toda la mañana. Luego comemos y mi mujer me invita a recostarme en la hamaca del patio.
-Es un perro bueno – me dice – Descansa un poco que yo voy a hacer unos pastelitos para más tarde.
El Doctor dijo que en una semana más te quitarán los puntos de la cabeza.
- Gracias mi negri – contesto.
Pasa un buen rato hasta que noto mientras juego con el perro que lleva en su collar como un llavero sin llaves pero con un pequeño barril de aluminio en el extremo.
Guardo silencio y espero un poco.
Marta sale a pedirle azúcar a la vecina.
Tomo el barril con cuidado. Tiene dos mitades encastradas una sobre otra.
Lo abro separándolas muy despacio. Contiene un rollo de dólares muy apretado y dentro de éste un mensaje:
"Espero que el golpe le haga olvidar. Yo tampoco me acuerdo".
Dejo pasar un mes. Le miento a mi mujer diciéndole que un pariente de mi patrón me ha acercado un dinero para gastos de hospital y por los daños al camión.
Vendo lo que queda de éste para repuestos y compro una camioneta con la que hago fletes por cuenta propia.
Me siento seguro dejando al perro con ella cuando salgo a trabajar.
Los fines de semana vamos los tres a nuestra casita en el delta.
La miro y la veo más relajada. Sonríe a menudo y dice que le gusta más esta vida porque estamos más tiempos juntos.
Yo me acerco y la abrazo sin decir nada.
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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 26/1/2022.
https://youtu.be/4fay1RC_oBQ?si=QHmEu3Qzn3pRIVUt
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