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Le gustaba verlos bajar a comer, así que sutilmente los espiaba tras la cortina de la ventana, mientras ellos prácticamente devoraban todo el alimento. Venían muchos, pero no todos comían al mismo tiempo. Varios de ellos esperaban que otros terminaran de comer, para bajar del lugar donde permanecían y entonces hacerlo a su vez. Doña Chonita se divertía con ello, una sonrisa dulce y satisfecha se dibujaba en su arrugado rostro mientras los miraba. Ella era viuda, hacía ya más de cinco años que Don Aurelio, su esposo, había muerto. Le guardaba cierto rencor por haberse ido primero y tener el descaro de dejarla sola. La herida por su ausencia seguía abierta, aunque a ratos no lo pareciera.
Su rutina comenzaba a las seis de la mañana, el relojito interno de su organismo la despertaba puntual a esa hora y tras las labores de aseo personal, religiosamente se dirigía al patio de su casa, frasco lleno de alpiste en mano, para darles de comer a los pajarillos que intuitivamente, ya sabían que ella muy temprano les dejaba comida y agua. El agua no podía faltar, porque luego de comer el alpiste si doña Chonita había olvidado rellenar el recipiente plástico donde la vertía, algún pajarillo sediento la movía para que ella supiera que no había agua.
Doña Chonita tenía un hijo, se llamaba Arturo, emigró muy joven hacia los Estados Unidos, donde encontró una buena mujer con la que se casó, le dio dos hijos y tenía ya cerca de veinte años viviendo por allá. Él, de vez en cuando le llamaba o le ponía mensajes por el teléfono móvil para saber de su salud y avisarle del dinero que mes a mes le enviaba. Económicamente no le faltaba nada. Por cuestiones del trabajo y su familia, el hijo no pudo venir al entierro de su padre, don Aurelio; solo envió dinero para solventar los gastos del sepelio y le dijo que pronto vendría a verla; pero de eso, tenía ya los años que su esposo llevaba de muerto.
La casa donde doña Chonita vivía no era muy grande, pero tenía dos recámaras pequeñas, un comedorcito, cocina, baño y el patio donde le daba de comer a los pajarillos, el cual además lucía un montón de plantas, que ella también cuidaba con cariño y esmero. Para su viejo y para ella, aquella casa representaba el lugar donde forjaran su familia, su felicidad y donde estaba la mayoría de sus buenos recuerdos. La partida del hijo la vieron siempre como algo que sabían iba a suceder cuando él creciera, porque para eso lo educaron, para que fuera independiente y tomara su propio camino.
Cuando doña Chonita le daba de comer a los pajarillos, ellos no bajaban de inmediato, permanecían a la expectativa, hasta que la veían desaparecer en el interior de la casa. Aun así, esperaban algo de tiempo, antes de bajar de las bardas donde aguardaban. Parecían tener un líder, porque no se abalanzaban en forma desordenada para comer, como que esperaban la llegada de uno de ellos, que les permitiera iniciar el festín. Luego que loa pajarillos comían, el patio quedaba limpio, como si nunca hubiera habido alpiste regado en el suelo.
La vida de doña Chonita era tranquila y solitaria, conversaba algunas veces con sus vecinas, pero en general se mantenía en casa viendo tele, leyendo la biblia o escuchando música, mientras realizaba sus tareas cotidianas. Solo salía para hacer la compra de comestibles o realizar los trámites y pagos indispensables de la casa. Si acaso, alguna vez iba a un parque cercano a sentarse en una banca y mirar a la gente que pasaba. Muchas otras veces le ganaba la nostalgia y el llanto le brotaba suavecito y sin tregua por espacio de algunos minutos; pero ella era fuerte y animosa, la tristeza la abandonaba pronto. Además, guardaba aún la esperanza de que el día menos pensado Arturo viniera a visitarla. La vida a veces es dura, no se detiene. La vida sigue…

Texto agregado el 26-01-2022, y leído por 180 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
27-01-2022 A veces no es necesario crear un cuento con temas impactantes o con finales sorprendentes. A veces un relato como "La vida sigue..." bien estructurado, de la pluma de un entendido, es más que suficiente para empaparnos en la atmósfera de Doña Chonita. Un beso. MujerDiosa
27-01-2022 Muy cierto y muy a pesar nuestro, la vida sigue. Leyendo este cuento me he visto a mi misma alimentando desde mi balcón, día tras día a los gorriones y a las palomas que en cuanto me asomo ya ni sienten miedo y se acercan a comer. Me agrada tu cuento, saludos. ome
26-01-2022 La vida continua. Doña Chonita fue feliz con la naturaleza, Su hijo seguro encontró la suya, y no pudo regresar nunca es la felicidad que logra cada uno con las cosas mas comunes, y hermosas de la vida.***** Abrazo Lagunita
26-01-2022 —Así es la vida, de una forma una suma de momentos que prolonga la memoria y de otra una resta de momentos que acorta la esperanza. Has narrado una secuencia perfecta del trajín cotidiano para paliar ausencias y que puede ser la cotidianidad de muchos. Un abrazo vicenterreramarquez
26-01-2022 Tu relato relata la cotidianidad de la vida simple, he aquí una persona sola que perdió a su compañero de vida pero sigue adelante. Se refugia en los detalles sutiles de unos pajaritos que alegran sus dias, eso alimenta su alma. spirits
26-01-2022 Es propio de los pueblos rurales. En España, hay personas que deciden regresar a las zonas rurales; impulsadas por las nuevas tecnologías y/o por huir de la contaminación. Me ha gustado tu texto porque es la realidad de muchos pueblos... Saludos, excalibur
 
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