Desde que llegamos a vivir a las cercanías de Central Park mi esposo levanta voluntariamente la basura que se encuentra por donde camina. No se sobrepone a que la gente de acá deje tirados sus desperdicios en todo lugar, menos en el trash can (bote basurero). Eso nunca pasaba en Nasáu, la isla donde habíamos vivido toda la vida. Un día encontró en el parque un objeto de metal pulido al espejo de unos 15 centímetros, que tenía un diamante de imitación en forma de corazón en uno de sus extremos. El corazón era azul, brillante y hermoso. El lado opuesto al corazón, conectados por un tubo igual de brilloso, era una esfera alargada haciendo una punta. A mí me pareció que era muy lindo, aunque al principio no supe qué era. No supimos qué era. Entonces recordé que un día en el Carlo Milano Four Season Resort, donde trabajé como mesera algún tiempo, había visto cosas así. “Es un tapón de botellas de vino”, dije casi gritando cuando lo recordé. Le conté a Robber, mi esposo, que en algunas mesas del restaurante del hotel las había visto.
Decidimos poner el tapón como adorno en una repisa de madera que servía para poner algunos libros también. Ahí estuvo tres semanas. Nuestros nuevos amigos de Nueva York que entraban y salían del departamento lo veían, pero nunca nos preguntaron nada sobre él. Un día Robber decidió que se vería más lindo con el reflejo del sol y lo puso cerca de la ventana. Cuando alguien cruzaba la puerta de entrada al departamento el corazón brillaba en sus ojos. Ahí duró cerca de cinco meses. Una vez más, nuestros amigos lo veían pero nunca nos preguntaron nada.
En julio mi hermana, su marido y su hija nos visitaron desde Chicago. Mi sobrinita se puso a jugar con el tapón brilloso. Mi hermana se lo quitó y me preguntó si eso era mío. Le dije que no, que era de Robber. “¿Sabes qué es?”, me preguntó. “Sí, es un tapón de botellas de vino”, le dije al instante. “No, Clarisse, este “tapón” es un juguete sexual”. Mi esposo y yo quedamos estupefactos. Tras contarle la historia de cómo conseguimos el tapón, mi hermana estaba impresionada de que hubiéramos tenido un juguete sexual de dios sabe quién en nuestras manos, ¡y en las de su hija! Inmediatamente lo tiramos, pero nos compramos otro igualito.
El nuevo lo pusimos cerca de la puerta de entrada y sirve de anécdota para contarle a nuestros amigos y gente nueva que entra al departamento. También es una señal para Robber que le recuerda que la basura de la calle es de la calle.
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