Vieja argüendera

Soy un médico internista, por fortuna, trabajo con un salario decente, que no me hace depender de mi abuela paterna, sus nietos huyen de ella como la peste, es muy regañona, chismosa, enredadora y trae jodidos a sus dos hijos, mi papá y su hermano menor (mi tío). Lo malo es que ella es la de los dineros, administra con mano de hierro la prestigiada y rentable ferretería que le dejó el abuelo. Es probable que este señor se dejara morir, para huir de su consorte, vieja argüendera, como la llamaba.
Sus hijos y nietos son empleados en la ferretería, por lo que tienen que aguantarla. Ella es feliz al tratar mal a sus descendientes, “para que se eduquen” dice. Desde luego sus dos nueras no la pueden ver, pero, por necesidad le hacen “la barba”.
Mi tío es atendido por un psiquiatra amigo mío. Por cierto, estos médicos atiborran a los pacientes de medicamentos, muchos de ellos deben ser prescritos por medico especialista por su peligrosidad. Esto, le dio una idea a mi tía política.

Con motivo de la navidad, mi tía invito a su suegra a brindar con una bebida sabrosa que ella preparó especialmente para la abuela. En un descuido de la nuera, la vieja mañosa cambio las copas. Mi tía dijo:
—Por la alegría de estar con usted, hasta el fondo.
Al poco rato, la joven señora se desmayó, ante la risa sarcástica de la vieja.

Vieran como me costó trabajo tratar a la desmayada, pensé en un envenenamiento y ni modo de llevarla al hospital (la ropa sucia se lava en casa). Malicié el quid del problema, revisé los medicamentos del tío y uno de ellos me dio la clave. No les digo cuál es, porque no quiero despertar ideas asesinas en alguno de ustedes. Difícil tratar este problema en casa: lavados gástricos, antagonistas, etc. Todo lo que la ciencia médica aconseja.
Cuando al fin despertó la enferma mi abuela me dijo:
—M’hijo, cómo eres pendejo! Debiste dejar que se la llevara la chingada a esta cabrona,