Levantó el vuelo junto con los demás pájaros. Grandes y pesados, el vuelo de la parvada era lento pero no por ello menos majestuoso. Volaron mucho tiempo juntos, tanto, que parecía que nunca iban a llegar al término de su viaje. Hubo un momento en que se sintió muy solo, a pesar de tanta compañía. No se encontraba a gusto, una extraña sensación de no ser dueño de sí mismo, de ser manipulado, lo acosaba, lo mantenía incómodo. Sin saberlo, el destino existía dentro de él.
Llegaron al lugar deseado. De pronto, sintió un desasosiego insólito porque extraños ruidos se generaron, y agitaron todo el interior de su ser.
Una voz, dijo:
-¡Estamos sobre el objetivo! ¡Ahora!
Enola Gay nunca comprendió lo sucedido. Sin él quererlo ni proponérselo, sus entrañas se abrieron: de ellas, cayó el “huevo” que haría florecer el hongo de Hiroshima.