Un día llegará el mal,
después llegará el bien,
pero con el bien vendrá
también el mal.
Profecía anónima
Contra quién debo luchar si soy mi propio enemigo;
cuál Lazarillo corriendo atrás de su supervivencia,
cada día me despierto huyendo de ese virus letal,
de esa verdad única que parece no estar tan sola,
de una evidencia que ya no es así tan evidente.
Un sí porque é
el no es poco solidario y condenable,
sentencia que no debe ser compartida con la inocencia,
una inocencia que no pasa de una ingenua salvación,
una derrota que aún no ha encontrado su nombre
qué se mueve entre la fe, el fanatismo y la incredulidad.
Una luz que nos ofusca tanto como nos alumbra,
mar de incertidumbre que nunca tendrá respuesta
porque la mera duda ya es un desatino calculado,
y en la fila de mentiras, la verdad está en la lista
y las medallas de los inocentes no son temeridad.
Ingenuidad necesaria, puente entre dos males,
vacuna redentora que mejor que nos coja confesados,
una respuesta a una pregunta sin más respuesta
que una incerteza inoculada a muy corto plazo,
y entre vacuna y vacuna mejora nuestra autoestima.
Me quiero creer lo que mi consciencia me dicta
entre algoritmos aprendí a desestimar mi instinto,
adopté enajenado la televisiva verdad de rebaño
que me avisa siempre donde se esconden el mal
y gentil me avisa en qué día debo volver al redil.
JIJCL, 23 de enero de 2022
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