El lago refleja, del cielo,
la tranquilidad en sus aguas.
El cielo impone, al verde,
el gris de las alturas.
Traza a lo lejos una fina línea
que se hace división.
La mirada se parte en dos,
la parte atrapada
en los empalagosos verdes,
que invitan a quedarse,
y la que yace recostada,
esperando la armonía
que se desdibuja
en la lejana lejanía.
Huele el aire a los lejos,
a desconocida frescura,
a fiesta y bullicios interminables
de abrazos que se entrelazan,
vientos que se cruzan
con caricias agradables.
Cruzan silbando
viejas canciones.
Cuentos contados
de hechos cercanos.
Cuentos escondidos
entre las redes,
en las realidades
por otros, soñadas.
Vientos, que con cariño,
agitan los cabellos.
Cubren graciosamente
los ojos abiertos.
Besan tibiamente
el rostro despejado.
La virtualidad se abre
como competencia
descarnada,
como lucha incansable
de avatares
espada en mano.
Fierros forjados
de éxitos metálicos
y escudos impenetrables
de sufrimientos disimulados.
Escenarios coloridos
montados sobre tarima
de apariencias.
Llantos prohibidos
y debilidades hechas
de fortalezas,
fabricadas con descuidada
ligereza.
Un llamado a cerrar
los párpados cansados,
para sentir el calor
de la luz danzando.
Corriendo desde el monte,
por el verde follaje
hasta el horizonte.
Que arrastras
como murmullo
filoso horizonte.
¿Palabras vulgares
dormidas en capullos?
¿Escoria acrisolada
en el brillo
de metales espurios?
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