Son tiempos inciertos. Una nube negra pareciera cernirse sobre nuestras testas provocando una mueca absurda en la humanidad enmascarada. Somos nosotros, superados por esta realidad que se fabrica día a día entre talismanes acuosos navegando por nuestras venas, esperanza incierta para sortear una alimaña invisible que se replica, se bifurca y adquiere sinuosos visajes. Brazo en ristre, adquirimos el arma traslúcida en cuotas dibujadas por el presentimiento más que por la certeza. Sembrados entre el espanto, surgen los contestatarios que negarán su brazo al aguijón sanitario. Entre sus circunvoluciones cerebrales se balancea airosa la sospecha, temen el rapto de su libre albedrío y alzan su cuello voluntarioso sobre el rebaño ciudadano. Ni sospechan que ya son presa de subliminales redes que los manipulan desde lo que consumen y lo que exudan, acaso al son de un metálico reggeaton que se les enreda por las orejas como maleza promiscua o de cualquier otro ritmo sincopado que sincroniza sus miseria con los pasos prefijados del baile de moda. Al fin de cuentas, la evasión se viste de tambores y rechinos que cual rito tribal alienta precaria el alma ante la embestida que se dibuja en cada ceño. La iglesia, que ofrecía sustento espiritual a sus parroquianos, se encastilla en sus magnas fortificaciones. Ni un Padrenuestro se dibuja libre en los labios sacerdotales sin que la sombra de un anatema oscurezca y distorsiones su mensaje. Han fallado desde la misma base de sus presuntuosas moles y el silencio mece remordimientos sordos y prédicas vacías.
En fin, La Peste se cala sus tétricos ropajes y elije sus víctimas propiciatorias, pronombrádonos en sus listados aleatorios. Yo, tú, él, nosotros todos con el credo en la boca embozada y sólo nuestros ojos oteando la atmósfera traicionera del día a día.