Paradojas de la vida de un anciano senil
Jober Rocha
Estimados lectores, en primer lugar me gustaría agradecerles la atención y el tiempo que dedicarán a leer estas pocas páginas que siguen.
Debo confesarles que, teniendo la dicha de haber llegado a la vejez, que tuve la fortuna de alcanzar, ya nada me sorprende ni me causa desagrado, ni siquiera el triste juicio que, eventualmente, podrán hacer sobre esto simple texto que tuve la pretensión de plasmar en el papel esperando agradarles.
Como escritor nuevo y desconocido, que se atreve a despuntar como tal en el selecto medio literario, he venido tratando de acercar al público lector parte de mi biografía y algo de mi vida cotidiana, además de algunos temas de discusión que suelo formular y analizar en mis horas de ocio; es decir, desde que me despierto hasta que me acuesto.
Así, junto a crónicas sobre mi vida y mi día a día, los estimados lectores encontrarán también en mis textos algunos ensayos sobre diversos temas que, con cierta frecuencia, aún se me ocurren en la mente, ya casi enteramente tomada por los signos de la senilidad.
Insatisfecho con las vicisitudes diarias de las que siempre he sido víctima, me veo obligado a reconocer que algo insólito, y tal vez incluso sobrenatural, se ha cernido siempre sobre mi modesta y sencilla existencia.
No es plausible que tantos sucesos insólitos, algunos de los cuales incluso podrían considerarse trágicos, hayan ocurrido y sigan ocurriendo con tanta frecuencia a una persona sencilla y desconocida como yo; en cierta medida, virtuosa y que le gusta cumplir con sus deberes de ciudadana.
Cuando la mala suerte es demasiada, deja de ser probabilística y se vuelve determinista, como suelen decir algunos filósofos, haciéndome creer que algún Ente prodigioso ha estado conspirando subrepticiamente contra mí y contra todo lo que hago en mi vida diaria.
Cansado, pues, de vivir innumerables desgracias, decidí deambular por consultorios médicos, centros espiritistas, de Candomblé, iglesias, astrólogos y adivinos, sin oír, sin embargo, a ninguno de los responsables con los que tuve la oportunidad de conversar, una explicación racional y lógica de los hechos que, haciendo mi existencia tan llena de dificultades y contratiempos, la ponen en una situación difícil, si no casi imposible, de seguir viviendo.
A falta de una explicación legítima y razonable de los hechos que me sucedieron y me siguen ocurriendo, decidí, en última instancia, publicarlos en capítulos para mis queridos lectores, esperando que con esto, algunos (eventualmente más inteligente o más versados en las Ciencias, manifiestas u ocultas) me puedan dar una explicación plausible de por qué tantas y tan diferentes adversidades le suceden a alguien cuyo comportamiento, a su juicio, ha sido siempre tan ejemplar y su carácter ciertamente afable y sin mancha.
Así que, si alguno de los lectores encuentra una razón lógica y objetiva que justifique que los hechos que narraré en un futuro cercano me han sucedido, específicamente a mí, le solicito que se comunique con mi Editor lo antes posible, para presentarle sus argumentos y puntos de vista, para que podamos mejorar el trabajo futuro, aún en prensa.
Sin lugar a dudas, su colaboración será bien recompensada con la recepción, de forma gratuita, de un ejemplar del libro “Diez sencillas formas de expulsar a tu suegra de tu casa, sin que tu mujer se da cuenta”, también escrito por mí y que será debidamente firmada y con una dedicación.
Algunos ensayos sobre diferentes temas, además, forman parte de otro trabajo que pretendo publicar próximamente y, sin esperar a que estés de acuerdo con mis puntos de vista, solo te pido que no tires el libro por la ventana, cuidando de depositarlo en la bolsa de basura destinada a los papeles usados, en respeto al medio ambiente, cuya preservación, si bien debe estar siempre conscientemente presente en la mente de todos los ciudadanos, está determinada y supervisada por la legislación que se ocupa de la materia en nuestro país.
Les recuerdo a mis queridos lectores que decidí poner todo este material, que aún estoy por escribir, en forma de libro (aprovechando que guardo algunos destellos de lucidez y puedo distinguir entre una sonrisa burlona y uno de condescendencia o entre un comentario irónico y uno de compasión), pues estoy realmente convencido de que se puede encontrar algo útil en sus pocas páginas; al menos, para que, en base a ellas, eviten basar su justa vida en la mía, considerada torcida por algunos enemigos de la infancia, y mantengan firmes sus sanas convicciones, sin duda, totalmente contrarias a las que yo tendré la osadía de formular.
Sin embargo, para justificar el título de este texto, les informo que habiendo superado los ochenta años, edad que no todos suelen alcanzar, ya que el promedio en nuestro país es de alrededor de 76,8 años, soy, sin embargo, poseedor de innumerables de los llamados comorbilidades (la aparición de dos o más enfermedades relacionadas en el mismo paciente al mismo tiempo). Una de las características de la comorbilidad es que existe la posibilidad de que las enfermedades se potencien mutuamente, es decir, que una provoque el agravamiento de la otra.
Mis comorbilidades, que tendré el coraje y me tomaré la libertad de exponer al conocimiento público, son las siguientes: hipertensión, diabetes, enfermedades cardíacas e insuficiencia renal. Todo esto me obliga a tomar varios medicamentos al día: cinco pastillas en el desayuno, cuatro en el almuerzo y seis en la cena.
Mencioné el desayuno, el almuerzo y la cena, pero olvidé decir que mis restricciones dietéticas son tales que no como desayuno, almuerzo ni cena. Varios alimentos están prohibidos para los diabéticos; muchos otros al corazón; otros más a pacientes con insuficiencia renal y los que quedan están prohibidos a pacientes hipertensos. Entonces, no me queda casi nada para ingerir, excepto agua (sin gas).
Cuando le digo esto al médico, me responde con cinismo: - ¡Pero, siendo diabético, hay que comer cada tres horas!
Vivo, por tanto, en una gran paradoja: necesito comer y no puedo, porque la comida me enferma.
He pensado en viajar a la India en busca de algún asceta, instructor de meditación trascendental, con la esperanza de aprender a entrar en trance para acabar de una vez por todas con mi necesidad de comer. Simplemente no he viajado todavía porque no tengo el dinero para el boleto, ni el pasaporte de vacunación. Con las comorbilidades que tengo, el médico me prohibió tomar cualquier de las vacunas disponibles y, por lo tanto, estoy impedido de obtener dicho pasaporte. Como ven mis amigos, una paradoja más que parece dificultar mi existencia.
Ahora estoy tratando de encontrar seres extraterrestres, ya que las fotos, películas y dibujos que he visto los muestran con cabezas grandes, ojos grandes, pero narices y bocas muy pequeñas (los llamados Greis). Me imagino que con la boca tan pequeña viven sin comer nada. Tal vez ellos puedan enseñarme cómo hacer lo mismo. Si algún lector es ufólogo o está interesado en el tema y sabe cómo debo hacer para contactar con los Greis, por favor contacte con nosotros urgentemente a través de la Editora.
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