El espejo mágico
En medio del bosque había un castillo donde vivía Sabrina, una joven de noble corazón, pero ella no era muy agraciada, ella vivía sola con su padre y su madre.
Sabrina deseaba tanto conseguir un deseo, ella quería cambiar su apariencia física para poder así conseguir un esposo que la ame.
Su padre siempre la encontraba llorando por los rincones del castillo, así que recordó que en el desván del castillo había un espejo mágico que había guardado por muchos años, así que pensó que era la hora de usar el espejo mágico para acabar con la tristeza de su noble hija.
Así que lo sacudió y lo bajo y lo cubrió con una sábana y con mucho cuidado para que nadie pudiera verlo. Llamo a su hija y le dijo:
- Escucha hija mía; este es un espejo mágico que al mirarte le puedes pedir un deseo, pero quiero que sepas que únicamente tendrás una oportunidad, luego de pedir tu deseo el espejo mágico se volverá un simple espejo y no habrá marcha atrás. Reflexiona bien lo que le vas a pedir.
- Está bien padre, lo pensaré bien para no arrepentirme de nada. Dijo Sabrina.
Sabrina no estaba muy segura de lo que quería pedir, por eso el espejo permaneció tapado hasta que ella este lista.
Así que los días pasaron y su madre empezó a sentirse mal y llamaron al médico y les dijo que su madre estaba muy enferma y que tenía una enfermedad incurable.
Sabrina y su padre se pusieron muy triste por la noticia que les había dado el médico.
En ese momento Sabrina le dijo a su padre:
- Padre, ahora sé cuál es el deseo que le pediré al espejo mágico.
- ¿Cuál es hija?...
- Creo que mi madre necesita más este deseo. Dijo Sabrina.
Así que sin pensarlo dos veces Sabrina le pidió al espejo que curara a su madre.
Su madre sanó y estuvo muy agradecida con el gran gesto que tuvo su hija.
Unos días después llego al castillo un joven jardinero que cuando vio y conoció a Sabrina se enamoró de su noble corazón y se casó con ella.
Finalmente, Sabrina estuvo muy feliz por haber salvado a su madre y también por haberse casado con un buen hombre que la amaba por su buen corazón y no por su apariencia física.
FIN