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Consejos no solicitados

En la planta principal de esta empresa transnacional, los escritorios de los administrativos se distribuyen según una leve jerarquía.

Isaías trabaja en el escritorio del fondo, pegado a la pared, con la cabeza gacha mientras trata de resolver un problema de importaciones, una tarea que le asignaron recientemente. Anteriormente, se encargaba de apoyar en los servicios de ventas.

Esteban, por su parte, ocupa el escritorio justo al final del pasillo, donde queda a la vista de todos. Lleva veinte años trabajando con Excel y es solicitado con frecuencia por varios ejecutivos para que les prepare planillas complicadas. Su constante interacción con los jefes le ha otorgado cierta jerarquía por sobre el resto.

Aunque estaba en su semana libre, Esteban apareció en la empresa con su esposa para recoger algo que había olvidado. Aprovechando la visita, su esposa decidió saludar a Isaías y, de paso, preguntar por su señora.

Cruzó saludando entre los escritorios hasta quedar frente a Isaías.

—Hola, Isaías, ¿cómo estás? ¿Y cómo está Patricia? —le habló, interrumpiéndolo.

—Bien. Está motivada porque decidió instalarse con una peluquería —respondió Isaías, levantando apenas las cejas.

—¿Ah, sí? ¡Qué bueno! Yo le puedo enseñar algunos peinados. Dile que me llame.

—Ella estudió peluquería, cosmética y esas cosas cuando era soltera.

—Pero eso fue hace quince años. Seguro ya se ha olvidado.

—Ha estado practicando con los vecinos. Ahora que los niños están más grandes, puede instalarse formalmente.

—¿Y a qué se va a dedicar: corte, peinados, teñidos? Son cosas muy distintas…

—Bueno, ella ya tiene experiencia…

—Porque si se dedica al corte, tiene que ser experta en tijeras. Hay distintos tipos: para entresacar, largas, cortas… Y las máquinas de cortar, que ahora son eléctricas. Si se dedica al peinado, necesita tubos, mallas, pinzas, distintas lacas… Además, tiene que lavar el cabello, usar diferentes tipos de shampoo y comprar frascos al por mayor, o si no va a pérdida. Y secadoras de pelo, tanto portátiles como de pie, con reloj. Eso ya es otra cosa.

—Sí, tenemos dos…

—Y lo de los teñidos, eso es pura química. Las tinturas, fijadores, blanqueadores… Además, es peligroso. Podría quemarle la cabeza a una señora. Te recomiendo que le digas que ni sueñe con dedicarse a eso.

—No es tan difícil. Hace tiempo que se dedica al teñi…

—Ni hablar de lo costoso del sillón. Para empezar, te sugiero que use una silla del comedor. ¿Y tiene dónde cortar el pelo? ¿O lo va a hacer en el mismo comedor? Necesita espacio, tiene que ser amplio, con espejos… Ah, y lo más importante, debe iniciar actividades en impuestos internos. No querrá enfrentar multas…

—Eso ya está listo. Tenemos hasta la patente…

—Y necesita hacer propaganda, pegar afiches en los postes de luz, repartir volantes…

—No necesita propaganda, ya es conocida en el barrio. Atiende a los papás y a sus niños, a toda la familia. Ja, ja. Es lo que se llama comunicación boca a boca.

—No, no es suficiente. Tiene que ser más personalizada.

—En la vitrina de la peluquería está su nombre en letras luminosas. Se ve desde toda la cuadra.

—¿Cómo? ¿Ya está funcionando? ¿Arrienda un local?

—No, construimos la peluquería al costado de la casa. Da a la calle, tiene su propia dirección y un medidor de luz para el aire acondicionado y el termo eléctrico. Quedó bien amplio. En la parte delantera caben dos sillones, uno para arrendar.

—Ah, pero… ¿ya tienen los sillones?

—Sí, tenemos seis secadoras de pelo de pedestal. Puede atender hasta ocho clientas al mismo tiempo. Y al fondo están los sillones para lavar el pelo, con un gigantesco termo para el agua caliente. También hay tres camillas para depilación. Ella viene en las tardes.

—Ah… tienen de todo —respondió la esposa, mientras caminaba de espaldas hacia el escritorio de Esteban.

Isaías continuó hablando, subiendo la voz mientras ella se alejaba.

—Al frente, junto a la vitrina, están las tres mesas para hacer uñas, bien iluminadas para que se vean desde la calle… el vaporizador, el secador de toallas…

—Vámonos, vámonos —le decía al oído a Esteban, mientras lo arrastraba del brazo.

Texto agregado el 16-01-2022, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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