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El presidente municipal del pueblo de San Tohoyo, Ruperto Terrobo, era un villano; tenía al pueblo entero bajo su férula y en muchos kilómetros a la redonda no había más voluntad que la suya. Por supuesto, era dueño de la única cantina del lugar, donde el vino, los juegos de naipes, dominó y las riñas, eran el pan nuestro de cada día. No faltaban las hembras jóvenes y bonitas que atendían las mesas, regalaban sonrisas, o vendían bailes, besos y amor, a los clientes. La justicia era administrada por Silicio Gañán, jefe de la policía, compadre y amigo incondicional del presidente municipal; aunque no se piense que a la hora de administrarla, por ser íntimo de Ruperto, Gañán no cumpliera con su deber. Lo cumplía sobradamente, porque la palabra de Terrobo era ley y el jefe policíaco se guardaba muy bien de contradecirlo.
Ruperto Terrobo se las daba de muy leído, a pesar de que por sus manos hubieran pasado muy pocos libros; eso sí, sabía leer y escribir muy bien y no había nadie como él para hacer “cuentas” (si no cómo iba a saber todo lo que se robaba); le gustaba mucho hablar con dichos populares, porque en sus años mozos había leído “El galano arte de leer” y se le habían quedado grabados infinidad de dichos y refranes, además de aprender bastantes más para su propia conveniencia.
Eso sí, era muy creyente y cumplidor de los preceptos religiosos, asistía cada domingo a misa, daba una generosa limosna y no faltaba todos los viernes por la tarde al rosario de las seis, aunque le cayera muy “gordo” el padre Gregorio, que era un metiche de primera y que cuando Ruperto cometía alguna de sus tropelías, de inmediato lo ponía en evidencia en el sermón dominical. Ese padre Gregorio era una calamidad; Ruperto traía unas ganas de “chingarlo” que ya no podía con ellas, pero no se había presentado la oportunidad. Ya encontraría la forma de lograrlo, más ahora que tenía casi todo listo para inaugurar su casino y en cuanto el padre entrometido se enterara, empezaría friegue que te friegue, para ponerlo en mal con todos, sacaría a flote todas esas patrañas del infierno y la condenación eterna. Si pudiera distraerlo con algo unos cuantos días, que se fuera lejos una temporadita, sería ideal. “No te tomes tan en serio, Ruperto. Calma y nos amanecemos. Recuerda que al que madruga, Dios lo ayuda”, decía para sus adentros.
El pretexto y la forma le llegó en pleno sermón dominical, cuando el padre Gregorio se quejó amargamente de la inseguridad existente en el pueblo, porque para quitarle cuatro caballos a dos campesinos, los habían golpeado salvajemente hasta dejarlos casi muertos. Los acusaron de habérselos robado, pero eran de su propiedad, y los “honorables” miembros de la policía, habían hecho lo único que sabían hacer: propinar golpes y actuar con prepotencia; los metieron en la cárcel y mientras averiguaban “si eran peras o manzanas”, los caballos fueron a parar por falta de espacio y en calidad de custodia, al “ranchito” de diez humildes hectáreas de Ruperto, el presidente municipal.
Después, el padre Gregorio, con voz clara y ya más tranquila, continuó predicando el amor a Dios y conminó a los feligreses a seguir sus preceptos. “La palabra de Dios es un regalo”, dijo. “Hoy, les regalo la palabra de Dios”.
Ruperto guardó compostura mientras el padre Gregorio, emitía su diatriba y sus consejos desde el púlpito. Aparentó indiferencia a pesar del ataque casi directo que el sacerdote había emitido con justa furia y razón.
Cuando terminaron los servicios religiosos y Ruperto salió acompañado de su mujer, la suerte del padre Gregorio ya estaba sellada. Aquel sermón, había sido la gota que colmaba el vaso.

Ruperto se pasó toda la noche en vela, pensando en la mejor manera de “chingar” al sacerdote. Casi para amanecer se le vino una idea, así que luego, se quedó dormido y no se preocupó más por el padre Gregorio. A la mañana siguiente, muy temprano, llamó a su compadre Silicio y le ordenó textualmente: “Mira, te me vas corriendo a la iglesia con dos de tus hombres y me traes de inmediato al pinche padrecito ése; ya se pasó de la raya el pendejo y necesita un escarmiento; hoy se le llegó su fiestecita. Porque a cabrón, cabrón y medio”.

Siguiendo al pie de la letra las órdenes de su compadre, Silicio se fue por el padre Gregorio, quien un tanto indignado, aunque con la fortaleza que da la fe en Dios y el no saberse culpable de nada, llegó confiado ante Ruperto Terrobo.

- Aquí lo tiene señor presidente-, dijo Silicio.
- ¿Por qué me ha mandado traer?
- Buenos días, padrecito, únicamente quiero platicar con usted.
- ¿Por eso manda a la policía a buscarme y me traen casi a la fuerza como a un vulgar delincuente?
- No se sulfure padre, la justicia a veces necesita de ciertos métodos para hacerse cumplir. Si le mando pedir de buena gana que venga a visitarme, usted no lo hubiera hecho. Si está aquí, es por aquello de que “los caminos de Dios son inescrutables”.
- ¿Qué quiere de mí?
- Dos cosas: primero, avisarle que anoche entre sueños, hablé con Dios.
- Me parece muy bien, quizás así deje usted de cometer sinvergüenzadas y enmiende el camino, por el bien de San Tohoyo.
- No empiece de nueva cuenta padrecito, que aquí no estamos en su iglesia. Aquí “nomás mis chicharrones truenan”. Dios me ha hablado y yo no puedo hacerme de oídos sordos a sus súplicas.
- ¡Ah!, ¿y qué le ha dicho el Señor?
- No sea tan curioso, padrecito; recuerde que “la curiosidad mató al gato”; pero, bueno, me dijo que necesita usted un correctivo, que ya lo tiene cansado de que sea un cura tan metiche y que usted no puede tomarse atribuciones que no le corresponden.
- ¿Yo? ¿cuáles?
- Ésas de su sermón de ayer, eso de andar regalando la palabra de Dios.
- Efectivamente, la palabra de Dios no se compra, se da. Es un regalo.
- Pues precisamente la segunda cosa que necesitaba decirle era ésa, que por andar regalando lo ajeno, lo voy a “entambar” padrecito. Soy una gente honesta cumplidora de la ley y Dios me ha dicho claramente en mi sueño de anoche lo siguiente: “Ya calma a Gregorio, se cree un padre muy liberal e inteligente y necesita un buen escarmiento. No puede andar regalando mi palabra a quien se le antoje, la palabra de Dios es así, de Dios, no suya”.
El padre Gregorio se empezó a reír, le quedaban bien claras las intenciones de aquel hombre malvado; lo quería quitar de en medio, le estorbaba y como no encontraba otra manera de hacerlo y las amenazas de tiempo atrás no habían surtido efecto, ahora usaba el ingenio para perjudicarlo.
-¿Y dónde están las pruebas que me acusan?
- Mire, “cuando digo que la burra es parda, es porque tengo los pelos en la mano”. Todos los asistentes a la misa de ayer al mediodía, pueden afirmar que usted regaló la palabra de Dios. Así que a partir de este momento y mientras averiguamos sus verdaderas intenciones al hacer esto, queda usted detenido hasta nuevo aviso.
El padre Gregorio sonrió con cierta ironía y sabedor de las costumbres y manías de aquel hombre degenerado, musitó con voz suave:
- “A otro perro con ese hueso”, don Ruperto. Ambos sabemos que “muerto el perro, se acabó la rabia”, ¿no?...
Luego, tranquilo y resignado, se dejó conducir a las celdas; sabía que aquello no era más que una jugarreta más del presidente municipal, ya después se enteraría de la verdadera razón de aquella farsa. Aquel hombre no tenía temor de Dios.

El padre Gregorio permaneció cinco días en la cárcel. La gente del pueblo se preguntaba el por qué del encierro del sacerdote e hicieron varios “plantones” frente a la cárcel, para que lo liberaran; en el último, cuando finalmente sacaron entre vivas al cura de aquel lóbrego sitio, estuvieron a punto de linchar a Silicio Gañán. Pero todo estaba consumado, Ruperto había logrado su objetivo, dos días antes el casino abrió sus puertas con gran fastuosidad y empezó a funcionar.
Desafortunadamente las conclusiones de la historia anterior no me satisfacen del todo, porque parecen comprobar un par de cosas:
Una: que el que mal obra, bien le va y gana mucho dinero.
Dos: que la justicia divina, a veces, tarda mucho tiempo en llegar o nunca llega.

Texto agregado el 12-01-2022, y leído por 164 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
18-01-2022 Muy interesante... mis 5* gabov
17-01-2022 Muy bueno, saludos y estrellas nelsonmore
15-01-2022 Me quedo impresionada con lo bien que llevas la historia,tan bien contada y entretenida. Hay palabras que no entiendo,pero igual las adivino. La corrupción existe en todo orden de cosas y ahora más que nunca por lo menos en mi país. Las dos conclusiones las encuentro muy acertadas y me quedo con lo que demora la justicia divina y muy cierto:a veces nunca llega***** Un beso Mario Victoria 6236013
14-01-2022 Es un cuento dinámico que trata con humor el tema de la corrupción. Son muy divertidos los refranes. Nosferatthu
13-01-2022 Es que la justicia divina no aplica en este sistema terrenal de cosas... O tarda en manifestarse. No corresponde pues. Cualquier semejanza de tu simpático texto con la realidad en México es mera coincidencia. :) Ochenta años de PRIAN. Cinco aullidos Steve
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