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EL DESAHUCIO. Experiencia personal en el año 1.993

/1 Actuación judicial

Totalmente aturdido, sin ver lo que me presentaba el oficial del Juzgado, acababa de firmar el desahucio del local donde trabajaba con todo lo que tenía dentro. No supe qué decir, ni cómo defender aquella situación, sin llegar a distinguir lo que decían, ni lo que realmente representaba todo aquello.

Mi cabeza tampoco estaba en aquel momento conmigo; había quedado bloqueada por lo que escuché, asentí y firmé.

Era el final, me sentía un cadáver y no esperaba que fuera de esta manera, pero me parecía que seguía vivo.
Tampoco hubo violencia, no era por los guardias que acompañan a la comitiva del juzgado, aunque al verlos, me vinieron imágenes del cine, donde no faltaban violentas protestas.

Eso no iba conmigo y quizá por eso, tenía el corazón y los pulmones encogidos, hasta el punto de que, apenas podía respirar y también me había quedado sin ideas.

Fuera hacía un día de perros, era febrero y estaba lloviendo, con la nieve asomando por las cimas de los montes más próximos.

Me acordé de mi madre, que se había ido no hacía todavía seis meses. Desde el mismo día del entierro, vine peleando para parar este proceso. Había visitado y discutido con casi todo el mundo. Estaba sólo, lo esperaba, aunque podía quedar, todavía, la esperanza de que alguna de las gestiones que hice en los dos últimos meses, diera algún fruto. No fue posible.

Por fin llegó. Se trataba de mi vida, mi negocio, mi único medio de subsistencia. Eran las once de la mañana y, como todos los días, había unas 10 o 15 personas desayunando, además de los tres trabajadores que atendían el bar conmigo.

Cuando terminaron con los trámites del papeleo, medio balbuceando, solicité 48 horas para retirar mis efectos personales. Me dijeron que era imposible y que, por favor, invitara a todo el mundo a que abandonaran el local e hiciera entrega, allí mismo, de las llaves del negocio.

Es aquel momento, percibí, con nitidez, la gravedad de la situación. Mi cabeza, aunque aturdida, empezaba a despertar y en esa aceleración de hacerme cargo de la situación, algunas neuronas, como caballo desbocado alocada y desenfrenadamente, arremetieron a posiciones equivocadas, lo que noté por los golpes y aguijonazos que perforaban la base de mi cuero cabelludo.

Ya razonaba y, por tanto, resistí y rogué que necesitaba unas horas, varios días, para liquidar al personal, devolver los víveres y alimentos frescos que nos sirvieron hacía sólo unas horas y que, ni siquiera, habíamos pagado.

También algo de tiempo para sacar papeles y efectos que no eran del negocio y sí imprescindibles para mí, que allí también disponía de un salón y una habitación, con un pequeño baño, donde tenía ropa, útiles de aseo y necesitaba llevarlos conmigo.

No, no puede ser... Con la aceptación y la firma, que ya nos ha cumplimentado, es necesario que nos entregue las llaves para cerrar debidamente este trámite judicial. Compréndalo, no es nada personal, pero la Ley es así, me dijo convencido el representante del Juzgado.

Finalmente, y, seguro, por la cara de desesperación que me vieron, el Oficial del Juzgado y el procurador del Banco intercambiaron algunas frases y en un aparte, con gesto y voz de estar saltándose una importante norma, que podía traerles complicaciones y para evitarlas, me hacían cómplice y partícipe de la gravedad de la situación.

De nuevo, el Oficial me dijo que, aunque no era lo establecido, si el Sr. Procurador, que representaba al demandante accedía, por su parte no había inconveniente en que la entrega de llaves, la pudiera realizar al día siguiente por la mañana, en el Juzgado a las nueve de la mañana y personalmente a él, pero a las nueve, ni un minuto más..., y miró al Procurador, que asintió con la cabeza.

También me hicieron prometer, que no sacaría ninguna cosa relacionada con el negocio, ni muebles u objetos que pudieran figurar en la relación de bienes embargados. (Me recordaron que estaban debidamente inventariados en el expediente que obraba en el Juzgado.)

Les agradecí sinceramente, su gesto amable, sobre lo que no hicieron ningún comentario y sin otra despedida que una expresión seria y apropiada a aquella circunstancia, el Oficial, el Procurador y los dos acompañantes, Guardias Civiles de uniforme, se fueron sin decir ni otra palabra.

Aturdido, sólo, de pie parado junto a la puerta, pero dentro del local, desde donde despedí sin despedirme a aquella comitiva enviada por el Juzgado, para hacerse cargo de lo que legalmente ya no me pertenecía, a pesar de que hasta minutos antes fuera mi casa, mi negocio, mis referencias..., mis dominios.

Con ellos, nuevamente se fue mi cerebro. Permanecí, no me acuerdo cuanto tiempo, idiota y absorto en una penumbra de tinieblas sin ninguna visión, ningún pensamiento.

El vacío y al rato también lamentos silenciosos, sin sentido y ahora, ¿qué? ¡Joder..., joder, joder! No es posible... ¡Me han echado..., estoy en la miseria!

Maldita la hora..., maldita la hora..., ¡maldita! No es posible, no puede ser que no encajara ninguna propuesta de las que se presentaron. ¡No es posible! ¿Cómo lo puedo aceptar?, si sólo hace tres días que, en la Sede Central del Banco en Oviedo, me aseguraron que después de la visita que se les hizo con los acreedores, las cosas podrían cambiar.

Y ahora de repente, sin avisar, aparecen los del Juzgado con la Guardia Civil y me echan de mi propia casa.

Y no hay nada que hacer, a pesar de los intentos y todo..., ¡Nada! Tiene que haber algún error, no es posible que no haya nada que hacer. ¡Que se acabó! que ya no hay nada..., ¡quedé sin nada! Sin nada..., ¡todo..., todo a la mierda!

No recuerdo si dije algo en voz alta, porque vino Balbina, dejando sola la barra de la cafetería, se acercó y recuerdo sus palabras con expresión de afecto ¿Qué pasó? Tú por nosotras no te preocupes, si necesitas ir a algún sitio y hace falta que nos quedemos, no hay problema. ¿Hay problemas, ¿verdad?

Tranquilo, que todo se arreglará, que todos sabemos lo que estás haciendo para sacar esto adelante. Verás como todo se arregla. ven, que te hago un café caliente, siéntate y toma un café, que aquí hace mucho frío.

La seguí y me senté a tomar un café, el último café, que me dio algunas fuerzas, al menos las suficientes para levantarme de la mesa y reunirme con los trabajadores del negocio y contarles la situación y los detalles de la visita que acababa de despedir.

Teníamos que cerrar el negocio en aquel momento y.… desgraciadamente, habíamos quedado todos sin trabajo. Así que pedí que invitaran a la gente, a que fuera saliendo y.., no sirvieran nada más a nadie, que íbamos a cerrar la puerta.

Con gesto preocupado y lo más amable que supe y pude, que casi no era capaz de contener el líquido que rodeaba mis ojos, no sé si de lágrimas, sangre, rabia o las tres cosas entremezcladas, por la densidad que debía tener para quedar prendido en los párpados y no se derramase a borbotones sobre mis mejillas, ayudé a invitar a los presentes, a que finalizasen sus consumiciones lo antes posible, ya que por un asunto legal, “de trámite burocrático sin importancia”, teníamos que cerrar el negocio, que sería sólo por unos días y hasta que se presentaran algunos papeles, nada importante.

Para aligerar el tiempo, indiqué en el mostrador que no cobrasen las consumiciones y, que recuerde, sólo pagaron algunos que insistieron en que se les cobrara lo que habían consumido.

Salieron todos los clientes, se recogieron por encima los servicios y restos de las consumiciones servidas por mesas y mostrador y también se retiraron de vitrinas y expositores, todos los alimentos que, directamente, se tiraron al cubo de la basura.

Lo mismo se hizo, con todo lo que había a la vista en la cocina, salvo los embutidos colgados, diferentes variedades de quesos ya empezados, naranjas y otros productos que se podían conservar y que se depositaron en las neveras.

Se barrió el local y se sacaron los cubos con los desperdicios al exterior. También se hizo la devolución de la prensa sobrante del día y se empaquetaron todas las revistas existentes, así como juguetes y artículos de golosina y regalo, que suministraban los mismos proveedores del quiosco de prensa.

Debidamente empaquetado y con el inventario de devolución cumplimentado, se dejó todo junto a la puerta, en el interior del local.

Pasaba del mediodía, pero nadie pensó ni se dijo nada de la comida. Di las gracias a mis compañeros y les prometí que les tendría informados.

También indiqué que serían dados de baja laboral al día siguiente y que, en ese momento, no sabía cuándo les podría pagar, ya que había sido todo tan de repente, que antes tenía que estudiar la situación y de ahí, ir resolviendo y lo primero de todo, sería lo suyo.

Nos despedimos, también sin despedirnos, pero muy serios y con gesto de gran pena y derrota, por parte de todos.

Yo no quería exteriorizar el desgarro interior que tenía en mi cabeza y que empujaba la rabia y ésta el mar de lágrimas a punto de estallar. Me contuve hasta que se fueron.

No salí del local y una vez sólo, cerré por dentro y apagué todas las luces y me dirigí al despacho, junto al dormitorio. Me sentía agotado, también asqueado y sucio y especialmente, aturdido. Me vendría bien una ducha y después hacer el amor, hasta morir, en aquel instante, allí mismo.

Me duché y me acosté y durante bastante tiempo pasaron por mi cabeza, miles de imágenes de caras, entrevistas, peticiones, súplicas, consultas, conversaciones..., todas relacionadas con aquel maldito negocio, mi negocio. Ni una sola cara sonriente, ni un instante de placer o alegría. Solo acudieron a mi mente los problemas, el trabajo, las dificultades.

Estaba sólo y sin programa, rumbo, ni dirección posible, decidiendo que lo mejor era actuar con calma. Debió ser tanta y tan intensa la presión que, agotada mi capacidad de análisis, me dormí tan profundamente que cuando desperté, ya eran las siete de la mañana.

Salté de la cama y casi sin vestirme, salí corriendo para hacer entrega al repartidor de la prensa de los paquetes con las devoluciones, al tiempo de informarle de que, hasta nuevo aviso, no se nos entregara más material. Llegué a tiempo; el repartidor recibió las devoluciones y por las prisas con que realizan su trabajo, se largó sin hacer preguntas y sin despedirse siquiera. Un problema menos.

Decidí que esa mañana, avisaría a todos los proveedores para que retirasen sus mercancías y envases e iría al Juzgado, pero para solicitar una semana más de plazo para la entrega de llaves que, si no tenía más remedio, entregaría un juego, pero quedándome con otro, hasta que cada proveedor de los abastecimientos habituales del negocio retirase lo aprovechable, ya que, con seguridad, iba a tener dificultades para pagar las mercancías.

A primera hora, hablé con casi todos los proveedores, que aceptaron, sin hacer preguntas y ese mismo día, pasaron a retirar sus productos, envases y existencias, la mayoría de los proveedores interesándose a la vez, por la forma de liquidar los saldos pendientes de facturas en trámite de cobro o pendientes de pago.

Con más de la mitad, hice arreglos sobre la marcha, utilizando como medio de pago para la liquidación, no dinero, si no productos ya pagados, útiles o máquinas que podrían necesitar en su actividad, dejando saldadas, al momento, muchas de las cuentas pendientes.

También sentí el afecto y la amistad que me profesaban algunos y especialmente, sus palabras de aliento y su disposición a que contara con ellos en el futuro, si seguía o iniciaba cualquier actividad.

A la hora prevista, estaba frente al Oficial del Juzgado del trámite del día anterior, quien me atendió nada más verme, invitándome a sentarme frente a él en su mesa de trabajo.

Llevaba las llaves en la mano, para que las viera, pero le pedí, que deseaba que me escuchara el Sr. Juez, para que me prorrogara el tiempo necesario, para hacer entrega de víveres y materiales ajenos al embargo y eso eran, por lo menos, cuatro o cinco días pues algunos eran de lejos, de fuera de la provincia y aunque avisados aquella misma mañana, no había posibilidad de hacer las entregas al instante.

Me escuchó con amabilidad y con el mismo gesto, se levantó, disculpando su ausencia y al poco tiempo volvió y después de sentarse, me comunicó que ya había hablado con el Juez y que no había inconveniente en darme el plazo que necesitaba.

Hizo un documento, en el que se recogía el aplazamiento y al firmarlo, muy sorprendido, pude leer que se aplazaba la entrega de llaves durante quince días, a partir de aquel día, de aquel momento.

No estaba tan sólo como esperaba, pensé al tiempo de sentir que se abría nuevamente, la zona de mi cerebro donde se albergan los sentimientos y la esperanza. Aquel gesto de escucharme y finalmente de atenderme, fue muy importante para mí. Tanto que salí del Juzgado, más tranquilo y nuevamente, ya algo seguro de mí mismo a pesar de las circunstancias.

A continuación, me acerqué a la Gestoría para dar de baja laboral a los empleados y los dos socios de la Gestoría, quienes se ocupaban de las tramitaciones y papeleo oficial de mi negocio, además de quedar a mi disposición para seguir contando con ellos hasta finalizar totalmente la actividad y en atención, a la situación y la relación y estima que dijeron me tenían, cancelaban todos los saldos pendientes de pago con su empresa, como si fueran pagados en aquel instante.

Eso mismo ocurrió con proveedores de alimentos perecederos, que servían diariamente y cobraban semanal o quincenalmente, como pan, frutas, etc.

También pensé que tenía que ir al Ayuntamiento, a ver al alcalde para tratar de evitar que el Banco, o quién sea, se viera beneficiado indirectamente, además, con mis gestiones y mi esfuerzo.

Con mi defenestración como industrial de esta Villa, tenía que conseguir que quedasen inutilizados permisos, licencias, trámites y asuntos relacionados con mi negocio, incluidos los accesos directos al Hospital.

Hubo un tiempo que el alcalde no me recibía, ni creo, me tragaba. No sé por qué, ni tampoco le preguntaré nunca. Pero últimamente las cosas parecía que habían cambiado; al menos me sonreía y me saludaba, si me veía. Sí, al día siguiente por la mañana iría a ver al alcalde.

En éste, mi último negocio, metí todo lo que poseía. También todas mis ilusiones y ambiciones. Supuso la almohada y el pañuelo donde sequé mis lágrimas y apoyaba mi cabeza y ahora, totalmente aturdido, me quedé sin mis sueños, sin mis hijos, sin mis pequeñas cosas, tan nimias e inservibles como algunas fotos, discos viejos con canciones y momentos sobre los que edifiqué mi vida, retratos con las vivencias de los mejores cuarenta y dos años de mi existencia.

Aquí volví a empezar y tenía trabajo, ocupaciones y la tarea de seguir luchando en un futuro prometedor con un negocio seguro y con todas las garantías. Me lo acaban de quitar.

Derrotado, pero seguro todavía, de que no se acaba todo, continuaría...

Lo peor no era esto, que era lo peor, según pensarían todos. Lo peor era que estaba sólo y no tenía a donde ir. Eso lo sabía yo sólo.

Los demás, pensarían que vivía en la capital con mi familia, a pesar de que estaba aquí en el negocio casi siempre, pero a menudo me ausentaba los días de descanso, aunque algunas veces mis hijos y también mi exmujer, se acercaban y también pasaban conmigo, algunos fines de semana y una parte de las vacaciones, en Navidad y en Semana Santa.

Ellos, pensaría la mayoría, estaban y vivían en la ciudad por causa de los estudios de los hijos y yo aquí, pero sólo obligado por las necesidades del negocio.

Así les pasaba a muchas familias y no sólo a industriales, dueños de empresas o negocios.

En el hospital había muchos médicos y enfermeras, que hacían lo mismo que yo: pasaban en la Villa gran parte del año y se iban con su familia, que vivía en la ciudad, los días de descanso. Sólo que yo, aquí tenía mi casa. Aquí vivía, aquí amaba, aquí trabajaba, aquí pensaba, aquí era yo mismo. Y me la habían quitado.

Sin esto, sólo me quedaba el vacío, la desesperación, la angustia, la soledad..., la impotencia, quedaba la nada, un monstruo que me oprimía el pecho me atontaba la cabeza, me secaba la boca y me retorcía el estómago. También se llevaba mis fuerzas y anulaba mi pensamiento.

De todas formas, eso ahora era lo de menos, tenía que luchar sabiendo con lo que contaba y era, que estaba al fondo del barranco sin posibilidades de salir, porque no tenía a donde agarrarme. Esa era mi situación.

Le pasaría a más gente, como a mí..., ¡seguro! y cómo harían, ¿para seguir? y vivirán que de esto no se muere nadie. Se podrán matar, pero la culpa no es del Banco, ni del negocio, la culpa sería porque se habían vuelto locos, o no habían sabido asimilar la situación... Así que trataría de controlarme y si lo conseguía me tranquilizaría. Por lo menos, tenía que intentarlo...

Tengo cuarenta y tres años, salud y también..., algo de experiencia... que tiene que servirme para algo y ésta es la ocasión de demostrarme que soy un hombre... aunque haya tenido mala suerte, pero, por favor, he de actuar como siempre lo he hecho, como una persona responsable y con todo el conocimiento, como siempre me he vanagloriado.

He de ser capaz de solventar por mí mismo, todas las tareas y dificultades que se me vayan presentando, como hice a lo largo de mi vida. Aquí, por ejemplo, cuando empecé, lo hice con lo mío, invertí en un terreno y de ahí, levanté un negocio. Es el juego de los negocios, de la vida, del riesgo. Perdí, sólo eso. No es más que un accidente.


Texto agregado el 28-12-2021, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-12-2021 Buen relato. Falta una que otra anécdota para que el lector se sumerja del todo en el drama. Los sentimientos, eso sí, a flor de piel. Saludos. ValentinoHND
 
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