En estos días escribo muy poco; así que aquí les dejo otro texto muy antiguo que deseo compartir. ¡Feliz Navidad a todos!
A Lucio le gustaba bromear, fumar, tener amigos. Las bromas siempre estaban ahí, le salían casi sin querer y dejaba siempre con una grata sonrisa en la boca a quien cruzaba palabra con él. La simple y sana taimadez de su forma de ser le ganaba amigos, por eso tenía muchos; no desagradaba su manera pausada de hablar, la filosófica actitud con la que enfrentaba la vida, con cierto desparpajo y sorna por las cosas que muchos juzgaban vitales e importantes, pero que a él, le daban igual.
No tenía trabajo o al menos no se le conocía uno regular; a veces lo contrataban como jardinero y se le podía ver por las calles del barrio podando el pasto de los jardines o las ramas de los arbolillos. El poco dinero que ganaba o conseguía en vaya a saber que forma, le servía para pagarse un cuartucho en una vecindad y para mal comer; aunque esto no fuera totalmente cierto. No faltaba quien le invitara un taco o lo sentara a su mesa como uno más de la familia.
No probaba una gota de alcohol; por increíble que esto parezca, lo aborrecía y nadie podía obligarlo a tomar una gota; a lo mejor en el pasado algo grave o doloroso había sufrido por causa del mismo. Esto, en parte, atraía a los que lo trataban, porque su cercanía no repelía a pesar de la pobreza de sus raídas ropas o del fuerte olor a tabaco que despedía, por causa del fumar; porque eso sí, Lucio parecía chimenea, una gran chimenea. Las manchas amarillentas casi imborrables, en los dedos de sus manos, hablaban de un vicio que a la larga, seguramente se lo llevaría a la tumba. Fumar, fumar y fumar, era lo más importante para él. No tenía preferencia por marca, tipo o calidad del tabaco del cigarrillo, todos eran bienvenidos.
No se podría evocar la imagen de Lucio, sin pensarlo con un cigarrillo encendido entre los dedos o en la comisura de los labios. Al hablar, movía las manos y el humo del tabaco lo envolvía como un manto protector. Era un fumador empedernido, curtido por el tabaco, enfermo quizás por aquella inveterada costumbre de fumar. A Lucio nunca le faltaba un cigarrillo y no gastaba una sola moneda en obtenerlos. Esto podría parecer una mentira, pero así era. Siempre había cerca algún conocido o extraño, pariente o amigo, que le brindara uno; aunque las más de las veces le gustaba pedirlos, le servía para acercarse a la gente y conversar, ayudar en algo con su filosofía de vida o arrancar una sonrisa con sus palabras chuscas.
Lucio pedía y los otros daban:
- ¿Tienes un cigarrito que me regales, mientras?
O:
- Regálame un cigarrito, mientras.
Sus pedimentos, terminaban siempre con ese “mientras” final.
A la gente le encantaba convidarle; por eso, él nunca gastaba en su vicio.
Lucio y yo, éramos amigos; cuando conversábamos, podía entrever que había estudiado, que no era cualquier ignorante. Cierto día en que nuestra plática derivó sobre libros, sin querer llegamos a Sartre y el Existencialismo; Hesse y el Nihilismo; el boom de la literatura latinoamericana, especialmente Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Rulfo. Quedé sorprendido al oírlo disertar con mesura y atinadas reflexiones. Al despedirse, me soltó la cantaleta de siempre:
- ¿Tendrás un cigarrito, mientras?...
Me entró la curiosidad; así que sin poder contenerme le dije:
- ¿Por qué siempre que pides un cigarro dices al final “mientras”?
- ¿Te intriga eso?
- Me parece extraño, algo chusco.
Se rió con su sorna acostumbrada y dijo:
- No hay nada extraño, la explicación es muy sencilla; “mientras”, significa “mientras encuentro otro tarugo que me regale un cigarrillo más”, ja, ja, ja.
Su risa franca me conmovió. Le regalé toda la cajetilla y se fue fumando alegremente.
Tiempo después dejé de verlo. Cuentan algunos que se marchó a Tuxtla Gutiérrez, su tierra; que no aguantaba la nostalgia que le producía estar lejos del hogar paterno. Otros, aseguran que tuvieron que llevárselo de emergencia al hospital, después de tener un acceso tremendo de tos y vomitar sangre, producto del abuso del tabaco. Los más optimistas corren el rumor de que dejó la fumadera y se consiguió un trabajo, para dar clases de literatura en la ciudad de Monterrey. No se cuál haya sido la suerte de Lucio o su fin. Lo que sí es cierto, es que su paso por mi vida y la de muchos otros, contribuyó para hacerla un poco más cálida, más rica en experiencias, un poco mejor; menos ordinaria y gris, de como se pasan mis días.
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