De todos los sueños que escuché, el más lindo fue el que viví.
Me dijeron que los cuentos que nunca van a ser contados son como una canción sin final, como amar sin besar, como andar sin desandar.
Para ti que te escondes en la sombra de alguna letra o para mí que estoy en el epílogo tenemos un mismo Dios, mismo que todavía moja su pluma en la tinta esperando formar nuevas historias.
Comentaba un viejo sabio Kikapú, que un Dios perfecto, escucha a los adultos y hace dormir a los niños con su dulce voz, susurrándoles bellos cuentos.
Los antiguos indígenas del norte de México creían que Dios creaba al mundo contando un cuento. Si el cuento hacia reír la creación sería alegre, no habría sufrimiento, ni hambre, los frutos se comerían sin subir al árbol siquiera y el pan crecería casi sin trigo.
Pero existían los cuentos penosos, que hacían llorar, y todo hombre que no se permitiera una lágrima sería triste toda su vida.
Otros eran cuentos cortos y cuentos largos depende de cuánto tiempo viviría cada hombre.
Pero el cuento más extraño es el cuento que termina empezando con el mismo cuento, los sabios creían que en ese cuento existía el misterio de la creación, el misterio del cielo sin final, del horizonte inalcanzable y del mar que no moja.
El misterio del misterio…