Pudiendo crearse lazos, prefieren aglutinarse en la vereda de enfrente mascullando las miserias que reproducen su yo interno. Preparan algo malévolo, aguardan, estudian y entre los sarmientos de sus dedos resbalan las injurias, las maledicencias, el rencor atávico que es la fuerza que motiva sus pasos. El principal derrotado dibuja una sonrisa en donde resbalan lo beatífico y la hipocresía. Las heridas sangran crueles dibujando cursos púrpura sobre sus vestimentas. Es un dolor ciego, sin prisa, el rostro de una penitencia que surcará su cuerpo para precipitarse al charco. Rumores que se tejen en la penumbra de esta derrota que también es un acicate para afilar espadas.
Entretanto, las anchas avenidas son la tierra fértil desde donde nacen las consignas, los gritos de júbilo que se propagan como pólvora sobre la muchedumbre victoriosa.
Lo demás es ritual, solemnidad y esperanza. Nada se promete sino la convicción de tejer redes, crear vínculos y derribar las barreras que impiden al hombre ser propietario de sus anhelos y de su destino.
Fui testigo y ya sosegado el espíritu por la incandescencia, aguardo con humildad pero con enormes expectativas que la juventud pulse las notas exactas para que la pesadez de esos eslabones franqueen el paso a nuevas auroras.
En otro ámbito, observo como la vibrante compañera ha logrado una vez más aglutinarlos a todos en un concurso navideño. Admiro su espíritu y su afán de poner en marcha lo que a veces ofrece visible anquilosamiento. Pero el afán está y acá, la vocación supera la candidez, acaso el barniz propicio que es el traje más adecuado cuando se huele ese onomástico que se nutre de regalos y buenas intenciones.
Esperemos, sólo esperemos. Felicidades a los ganadores y un abrazo a la sin par Sheisan por esa vocación suya de remecer la abulia que a veces huele a desesperanza, acaso a melancolía por la neblina que cubrió un pasado memorable.
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