El extraño pintor.
Al cumplir dieciséis años, mi padre me dio el mejor regalo de mi vida, una caja de pinceles, una caja de acuarelas, hojas en blanco, un trípode y un lienzo.
Mi padre fue un gran pintor, pero a pesar de serlo, por circunstancias de la vida, no pudo seguir su carrera para atender a su familia y ganarse el sustento trabajando en algo que nunca le agradó.
El sabía lo mucho que me agradaba pintar y por eso su regalo el cual agradeceré por el resto de mi vida.
Ese verano, solía ir todas las mañanas a la playa que por suerte sólo distaba una cuadra de mi casa, a ver la salida del Sol y a mirar a otros pintores plasmar sus hermosas obras con un escenario único y bello.
Una mañana al dirigirme a la playa vi a un pintor que nunca antes había visto, era un hombre muy difícil de describir, sus ojos celestes color del cielo tenían una mirada que parecía ver el universo entero.
Me enamoré de ese hombre que no tenía edad, no sabría decir si era joven o viejo sólo sé que era algo especial y aunque no lo crean, mi enamoramiento nada tenía que ver con el amor carnal, era algo diferente, algo que me hacía sentir en otro mundo, bello y cercano a mí.
Me acerqué para ver lo que aquél hombre estaba pintando y lo que vi fue lo más hermoso que jamás haya visto el ser humano, la salida del Sol, el cielo y el río juntándose en el horizonte, pájaros que parecían trinar de alegría, vi un conjunto de elementos que formaban la vida misma y eso me hizo temblar y desear pintar como él.
Acomodé mis cosas y con gran entusiasmo me puse a pintar y luego de haber terminado lo vi acercarse y decirme que siguiera pintando así, con el corazón y el alma que para eso había nacido.
Quise darle las gracias por tan inmerecido elogio, pero al darme vuelta para hacerlo nadie había a mi lado.
Me sorprendí mucho, pero pensé que quizá todo lo había soñado, que aquél hombre sólo estaba en mi imaginación y decidí preguntar a los otros pintores que ya conocía de verlos cada mañana si alguno lo había visto, pero no, entonces lo supe, mi imaginación me había jugado una mala pasada.
Seguí pintando y gracias a ello pude ganarme la vida en lo que más quise, al contrario de mi padre, hoy que han pasado más de setenta años, sé que ha llegado mi hora de marcharme, doy gracias a Dios por el don que me otorgó y me marcho sabiendo que no he desperdiciado mi vida, logré lo que muchos no han podido, plasmar mis sentimientos en cientos de lienzos que he ido vendiendo aunque guardo para quien lo quiera ver el primer lienzo que pinté y que fue tan halagado por aquél hombre del cuál jamás supe nada hasta hoy.
Y aunque no lo crean, sé que ha llegado mi hora porque hoy… hoy lo he vuelto a ver.
Omenia 22/12/2021
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