Han comenzado las posadas. Mientras escribo, puedo percibir perfectamente en la quietud de la noche, la estridencia de la música de una posada cercana. Alguien canta en el karaoke y distrae mi atención. No logro concentrarme como quisiera. La música suena y me dejo llevar por ella. Alguien destroza horriblemente “Tú y yo somos uno mismo”, de Timbiriche. Y hace pocos minutos “La persiana americana” de Soda Stereo, ha corrido la misma suerte. “Por mujeres como tú” y “Tú de qué vas”, de Pepe Aguilar y Franco de Vita respectivamente, han pasado también por las voces temblorosas y mal entonadas de algunos invitados. Apenas es pasada la medianoche, siento que los ojos me traicionan, se cierran sin remedio. Escribo más por intuición que conscientemente. Aun así no puedo dejar de observar que la tradición de la posada navideña ha perdido toda su esencia, dejándola hecha un mal remedo, donde lo más importante es beber y bailar, sin importar demasiado los detalles.
No hay remedio, con ruido, con sueño, lo mejor es dejar que la música me arrulle.