PRAXIS
Tener muchos inviernos, como es mi caso, es útil para un observador de la naturaleza humana. He llegado a la conclusión que casi nada es eterno, el hombre en general tiende a lo pragmático.
Con el paso del tiempo, el muerto se olvida. ¿Quién se acuerda de un tatarabuelo?
En México tuvimos el dolor de que un gran cantante, Vicente Fernández, falleció a los 81 años. Hubo homenajes en su honor, bien merecidos, sus restos descansan en una hermosa tumba en su rancho “Los Tres Potrillos”.
Mi compadre Timo, entregó el equipo a los bien vividos 81 años. Desde joven fue un irredento bohemio, tuvo dos esposas, la primera falleció a los 60 años, probablemente de corajes que la hacía pasar su marido y la viuda actual, desde hace bastante tiempo no quería saber nada de él.
Sus hijos, bastantes, por cierto, se dieron cuenta que murió intestado, pero, la verdad no importaba pues no deja nada, todo lo que tenía, en parrandas, viejas y vino, se fue. Así que directamente del Hospital Civil en que felpó, lo mandaron cremar y sus cenizas que les dieron en una caja de zapatos, las esparcieron en el pasto de la Plaza de Armas de la Ciudad de Torreón. Cuando menos servirán de abono.
Aquí viene mi reflexión. Dentro de 50 años, se diluirá el recuerdo del cantante, pero su tumba, sus tataranietos la tendrán como atractivo turístico y a ganar lana. En cuanto al buen Timo sólo el diablo lo tendrá presente, por latoso en el infierno.
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