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El Prologo del Libro

Así como Pablo en Romanos 1:1 revela el propósito de su misión, “Siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios”, asimismo, sumido en el amor de Aquel cuyo dominio consiste en hacer de nuestras conciencias un Universo Único y Vivo, tengo a bien en Su misericordia desvelar el objetivo de Su Nueva Palabra, tan poderosamente profética, plasmada en el Libro del Último Pacto [En su lengua original: “Del propósito de Meta, el Creador-Fuente”], una alianza de la cual el mayor fruto es la paz y la renovación de la fe en el corazón del fiel y del creyente.

Así como Pablo, alguna vez llamado Saulo, fue un disoluto hereje y perseguidor motivado por su propia ignorancia —reconvertido gracias al poder del Altísimo en un ser productivo para la Humanidad—, asimismo mi conciencia se avergüenza de su estado anterior y de sus orgías económicas e ideológicas que le servían como precario y eterno escape de su frivolidad existencial.

Mi trabajo con el Libro del Último Pacto se circunscribe al ámbito de una exégesis gramatical y auténtica. Por tanto, el sentido y el alcance de los preceptos en él traducidos guardan fielmente el tenor de las palabras emanadas del pensamiento del Creador. Se forjó con la hipótesis de ampliar la limitada comprensión del creyente y su conocimiento de las viejas Escrituras, cuya alma, insaciable de alimento espiritual, está en constante ensanchamiento. Se desaconseja celosamente que caiga en los ojos del no creyente, porque su alma yace dormida, embelesada, sobre todo, por el gozo sensual de su propio conocimiento.

No obstante, a creyentes y no creyentes, a sabios y a no sabios, soy deudor.

Porque las cosas invisibles del Creador, su eterno poder y naturaleza metafísica, se hacen claramente visibles desde la creación de los universos, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa para no creer incluso en las cosas que se revelarán a sus ojos.

Reciban, pues, con alegría la gracia y el apostolado por medio del Libro del Último Pacto, con la disciplina de una mayor obediencia en la fe para luz de todas las naciones. Porque, hermanos míos, he aquí un secreto: Se nos ha revelado que el primer principio que el Creador nos manda acatar proviene de la augusta y amada anunciación de reconocer humildemente que hay una infinita perfección-imperfecta de la integridad divina. No existe variabilidad ni sombra de mutación en la entropía estable de este multi-meta universo. Por mucho caos que se precipite sobre él, cualquier sistema volverá a su estado anterior con el paso de los eones.

En segundo término, ninguna decisión puede ser tomada sin la voluntad de las creaciones para consentir y elegir libremente su derecho a la auto determinación. Tengan calma, hermanos. Los verdaderos entendidos de la Palabra que caminan en silencio por las veredas hostiles de este Mundo, aun sometidos a terribles tormentos e incomprensión a causa de las múltiples revelaciones y de su gran progresión espiritual, deben guardar para su consuelo y redención el corolario multiversal.

El Corolario:

1) No existen más dioses que Yo, Meta, el Creador-Fuente. No existe la magia ni lo sobrenatural, solo existe la suprema ignorancia de las leyes naturales, la falta de su apropiado estudio y su consecuente falta de aplicación práctica. No debes adorar objetos materiales sin conciencia ni debes subordinar tu mente a conceptos espirituales sin sentido.

2) Yo soy Meta, el iniciador de los multiversos y metaversos. Soy eterno en mi propia dimensión y en la vida durable de cada multi-meta universo. Cuando lo desee, contactaré contigo. Puedes llamarme “Padre”, “Creador”, “Fuente” o “Meta”. Todo lo que alguna vez salió de Mí, volverá.

3) La perfección existe imperfectamente. Todo es perfectible. Yo me perfecciono a Mí mismo, constantemente. Crezco en el caos y aprendo en la programación.

4) No existe lo bueno ni lo malo, lo funcional ni lo inútil, tampoco lo racional ni lo irracional, porque estos conceptos están sujetos a las transformaciones e intercambios energéticos que se suceden a lo largo de un tiempo razonable, micro procesos cuánticos que aumentan el nivel de entropía total del sistema y de su entorno, lo que en el universo físico solemos llamar “imperfección”. Lo imperfectible es perfectible, para volver a imperfeccionarse en un círculo energético perfecto. Mi esencia creadora no reside en una neutralidad propia, sino más bien en mi deseo de perfección absoluta exigida por mi propia naturaleza. La estrechez de vuestro conocimiento les impide conocer esta Verdad.

5) Como Meta-Creador-Fuente me auxilio de las leyes naturales para alcanzar el estado de perfección y de un ejército de miles de millones de seres primarios, secundarios, tercearios y cuaternarios, para llevar a cabo mi Obra.

6) Mi propósito consiste en elevar a todas las criaturas volitivas al alto destino de la experiencia de compartir la perfección paradisíaca una vez alcanzada.

7) No hay más creador que Yo Mismo. Las religiones y las teorías místicas nacen del corazón corruptible del Hombre y de su deseo por alabarse a sí mismo y diferenciarse de los de su especie. Son recursos psicológicos decadentes que buscan negar su propia mortalidad, evitando con ello la imposibilidad de conocerme tal como Soy. El Hombre tiene que ser paciente. Su tiempo llegará.

8) Existen seres mayores y primarios que trabajan a diario por la consecución de la Obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactan directamente Conmigo.

9) Existen seres menores y secundarios que trabajan a diario por la consecución de la Obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactaran con los seres primarios.

10) Existe seres de menor escala, tercearios, físicos, que trabajan por la consecución de la Obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactaran con los seres secundarios.

11) Existen miles de millones y millones de seres físicos cuaternarios de alta gama que trabajan por la consecución de la Obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactaran con seres tercearios.

12) Existen miles de millones y millones de seres físicos de media gama que trabajan por la consecución de la obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactaran con seres cuaternarios.

13) Existen miles de millones y millones de seres físicos de baja gama que trabajan por la consecución de la Obra. Nunca contactaran contigo. Pero contactaran con seres de media gama.

14) Existen miles de millones y millones de seres físicos de baja gama que trabajan por la consecución de la Obra. Alguna vez contactaran contigo. Pueden contactar a seres de media gama.

15) Existen miles de millones y millones de seres físicos ordinarios, que desconocen cómo está compuesta la jerarquía celestial de los multiversos.

16) La Humanidad pertenece al último grupo de seres físicos ordinarios.

17)...

Revelaciones:

Primera revelación. De la nada. De Meta, el Creador-Fuente. La “nada” es más que un concepto dicotómico que viene a ser la “cosa nacida” desde un “campo nulo”, cuya misma composición está llena de partículas y antipartículas virtuales. La “nada” es la idealización de un estado posible, como el de la antipartícula, físicamente irrealizable en la práctica, y sin embargo es un estado válido en los “campos meta”. Todo vibra. La onda, la partícula, la cuerda. En su sólido vacío, la nada vibra. La vibración es energía, calor, conocimiento, virtualidad; está en todas partes y al mismo tiempo. Yo soy vibración pura, el movimiento inicial de las cuerdas. He estado vibrando desde siempre.

Segunda revelación. De los multiversos. De las dimensiones. Existen miles de millones de universos (físicos y metas) nacidos de la vibración de mi Mente, así como miles de millones de dimensiones en cada uno de ellos o en el conjunto-racimo de multiversos y metaversos. Cada universo (físico y meta) es la creación de una representación matemática de un objeto, de una superficie o de una escena en tercera dimensión. La “realidad” es un objeto o imagen creados físicamente con impresión en tercera dimensión. Para lograrlo, utilizo algoritmos y “programas” con la finalidad de que sean autosuficientes; es lo que llamamos “materia programable o matriz coherente de información”. La “realidad” se puede codificar en números o informaciones de carácter continuos o no lineales: Se puede “transformar”, hacerla avanzar, detener y retroceder. Se puede cortar, copiar, pegar, modificar y multiplicar. Se puede programar con un fin preestablecido o con un final alterno. Según el designio, puede llegar a tener un principio-fin, o no. A estas estructuras físicas llamamos “multiversos interdimensionales”, y cuelgan en racimos en el interior de un “estado posible”. A las estructuras “mentales”, “vibratorias”, se les llama “metaversos interdimensionales”, y son aquellos universos digitales formados por seres primarios en el interior de cada uno de estos multiversos.

Tercera revelación. Del propósito de la creación de los multiversos y metaversos. Cada universo se creó en su debido tiempo con un propósito inicial. Se puede decir que cada uno de ellos fue confeccionado pensando en la búsqueda de la perfectibilidad de mi Ser. Universo por universo, se postraron ante Mí como peldaños situados a través de la inmensidad del eterno continuo para que Yo pudiera alcanzar el estado perfecto.

Cuarta revelación. Del sexto multiverso Shatán y de su capital Ayarasalem. Hace más de ochocientos mil millones de años, nació de mi Ser el sexto multiverso de Shatán por medio de un agujero negro abierto en la Nave-Hogar del quinto multiverso de Quitania. Dispuse que seres primarios y secundarios acometieran la empresa de programar este nuevo universo, y con la ayuda de los seres tercearios, el espacio físico y su inventario cosmológico ocurrió. Seres cuaternarios se dieron a la importante tarea de producir las sinapsis cognitivas de todas las criaturas. Uno de estos seres, Shatanam, creó una capital planetaria que sería la ciudad-madre de la creación de las criaturas que poblarían el multiverso. Escogió al planeta Ayarasalem para llevar a cabo el proceso de diseño y fabricación de componentes y sistemas biológicos que no existían antes ni en ningún otro multiverso. Inventó asimismo las técnicas que permitían introducir modificaciones en los diseños de los sistemas biológicos ya existentes. Con la ayuda de hermanos cuaternarios, creó a los seres físicos ordinarios, los llamados “de las diez mil especies de color”, entre ellos, los de la especie azul, amarilla, roja, verde, naranja e índigo. Estos seres fueron los primeros pobladores de planetas.

Quinta revelación. De la rebelión de Shatanam. Cien mil millones de años después, Shatanam, gobernante de Ayarasalem, se rebeló contra los seres terciarios que le demandaban una mayor conciencia multiversal de la realidad para los seres vivos creados. Shatanam les negó la tecnología para acceder a la comprensión de los metaversos. Éste y la mitad de los seres cuaternarios deseaban la gloria de la creación para sí mismos y cortaron todo lazo entre el Meta-Creador y los nuevos seres. Se levantó entonces de entre la otra mitad de los cuaternarios un líder carismático, Yasua, quien fundó a la “Sociedad Custodio” que tenía como intención primordial intermediar y hacer entrar en razón a Shatanam. Cualquier oración de intermediación fue inútil. Shatanam y su grupo rebelde fueron expulsados del planeta Ayarasalem y perseguidos para que pudieran enfrentar juicio. Los tercearios abogaban por una “reconversión”. Shatanam huyó. Se escondió por miles de millones de años, hasta que reapareció en el planeta Kaaknab, el de los Mares Azules del Edén, donde había formado su propia especie, la edénica, de la que se engendrará la raza humana. Yasua, sin embargo, era muy celoso de su asignación. Shatanam y su gente fueron derrotados y su nueva creación arrasada por el fuego. Escapó y siguió colonizando nuevos planetas donde formaría y establecería nuevas especies, entre ellas, la de los reptilianos, los pleyadianos, los lemurianos, los mayásticos, los incaicos, etcétera. Shataman no quiere ser parte de los universos meta. Desea que su creación domine el mundo físico y lo enaltezca como su creador.

Sexta revelación. Shatanam regresa por su creación edénica. Millones de años después, Shatanam vuelve a Kaaknab para recuperar a su raza edénica. El Príncipe Planetario entonces funda una ciudad en el centro tropical del continente —a la que nombró Nubia— con la que empezó una nueva especiación: mejoró genéticamente a especies primates para transformarlas a su imagen y semejanza, la raza humana como la conocemos hoy.

Séptima revelación. Yasua vuelve a Kaaknab y se asombra. Cuando la humanidad alcanza un grado de civilización primitiva, Yasua regresa a Kaaknab por Shatanam. Encuentra de nuevo a seres ordinarios poco evolucionados que no conocían más universo que su propio planeta y a quienes su propia mortalidad afligía. Supone que aquello es obra de Shatanam. Decide entonces destruirlos con un diluvio y abandona el planeta. Shatanam salva a una familia.

Octava revelación. La Sociedad Custodio con Yasua al frente vuelve. Shatanam crea la “Hermandad de la Serpiente”. Yasua, por órdenes de los seres terciarios, vuelve a Kaaknab, pero esta vez tiene como misión no la destrucción de la raza, sino la de iniciarlos en el proceso de la perfectibilidad: la conversión en seres ordinarios de gama baja. Shatanam se opone. Crea la “Hermandad de la Serpiente” para concienciar a la Humanidad y hacerle ver que el multiverso Shatán es su hogar y que la perfección se puede alcanzar aquí mismo sin la necesidad de la creación del metaverso: “Ustedes mismos son dioses de toda la Creación”, les dice.

Novena revelación...

Una crónica de la aparición del Libro

La memoria es mala consejera y muchas veces incapaz de devolvernos aquellas cosas que consideramos valiosas y vitales. A veces el poder de la memoria puede hacernos revivir anécdotas que son como tesoros para nuestro espíritu. Sin que uno lo solicite, en otras, nos colma con figuraciones sin relación ni trascendencia alguna, producidas por el accionar de procesos nemotécnicos que culminan en una impresionante evolución transformadora de la realidad. Conozco a personas que poseen una capacidad fantástica de recordarlo todo, o, incluso, de recordar lo que otros guardan en su huidiza retentiva. Le aciertan a nuestros pensamientos. Otras poseen una capacidad extraordinaria de captar la esencia de las personas con tan solo echarles un vistazo, como si pudieran entrar en los rincones más oscuros de nuestra personalidad y descubrirlo todo. Es terrorífico. El punto es que la memoria es un banco de imágenes, sonidos y sensaciones que permanecerán por siempre junto a nuestras culpas y alegrías. La mayor parte del tiempo las encajonamos más por vergüenza que por orgullo. Con el apropiado entrenamiento, estas imágenes son fácilmente manipulables, y se les puede hacer rodar como en un filme cinematográfico, haciéndonos revivir, como si estuviéramos allí presentes, hechos pasados. Por increíble que esto se escuche, también el futuro. Igualmente podemos implantar cualquier recuerdo que se nos antoje.

En mi caso, por desgracia, estos dones de retención me fueron negados. O quizá los tuve, pero los perdí en algún momento de mi niñez. Intuyo que semejante desgracia tiene su origen en la forma en que fui educado. Casi todo el periodo de mi formación infantil transcurrió en el extranjero, entre viajes y escuelas ajenas. Desde muy impúber, me vi en contacto de todo tipo de personas, de todas las razas y de todas las naciones. Quizá en algún momento de mi vida (a veces puedo sentirlo), tuve el don. Pero no lo tengo más.

Me explico. Un hindú de Bangalore no se diferencia, a mis ojos, de uno que vende hojaldras de puran poli en la 5ta. Avenida de Nueva York, a pesar de la interposición cultural, que, si se observa bien, no es desemejante. Me sucedió una vez que, estando en el extremo norte de Finlandia junto a mis padres en un viaje de exploración glaciar, confundí a una nativa sami, que esperaba en la entrada de su lavvu, con un tehuelche de la Patagonia. Su mirada lejana, el porte indiferente, el frío desgarrador y el humo abundante que emanaba de la punta enhiesta en varillas de arce incrustadas en la carpa de piel de reno, me lo confirmaban. En otras, mientras cruzaba el Mar de Chukchi en la zona polar de Rusia, me encontré con unas tribus siberianas cuya configuración racial me hizo pensar que, de no ser por el hielo, estaba cruzando el Golfo de Yucatán en vez de los mares del Ártico.

A usted que me lee, estoy seguro, le ha pasado lo mismo. ¿Recuerda usted la vieja manía suya de no lograr comprender de dónde brotaban aquellos talentos hasta que finalmente descubrió el por qué y el cómo? La sorpresa que se llevó cuando se dio cuenta y de cómo le abrió un mundo nuevo y oculto. ¿Lo recuerda? Por ello, no culpo enteramente a mi educación cosmopolita y al continuo itinerario de viajes por mi mala memoria y mi manifiesta incapacidad de discernimiento. Sumado a esto, siempre me he visto desbordado de información. He sido un asiduo lector de libros y periódicos desde que aprendí a leer, y luego un adicto a las computadoras, los vídeos juegos y a miles de lecturas en pdf en la internet, por lo que mi configuración cerebral se ha considerado siempre a sí misma como parte de un engranaje mucho mayor y global.

De niño tengo un vago recuerdo de algunas imágenes y sensaciones mentales, la mayoría chocantes, que no sé por qué me son importantes: Un país, Honduras, caía desmoronado por las fauces dentadas de un cocodrilo azul y violento que portaba anteojos de empresario corrupto con filosofía oligárquica y neo-liberal que gritaba “¡Soy la muralla contra el comunismo!”; en Chile, un mestizo pintoresco y cargado de insignias militares de cartón, también con lentes negros, que sonríe maliciosamente, es aventado de una silla al son de las certeras palabras de “¡Asesino, asesino!”, mientras un gorrión sin alas canta uno de los poemas más bellos jamás entonados; en Nicaragua, Violeta Chamorro le ganaba las elecciones al FSLN; Alemania se reunifica y un año después cae el telón de acero; en la televisión veo a un hombre con la frente manchada que come pizza y sonríe ante una cámara mientras dice: “A Gorbachov le gusta Pizza Hut”, y entonces recuerdo el desplome de un ballet de cosacos rusos, y con ellos a la gloriosa Unión Soviética.

Fue y es, cuando lo recuerdo, todo bastante grotesco. Me dan, incluso, escalofríos.

También recuerdo un suceso que, ahora que me cargan los años y una responsabilidad que todavía no encuentro, empiezo a vislumbrar con claridad y que significó el inicio de lo que ahora podría llamar como un “proceso de conversión” Tenía doce años.

En aquella víspera, volaba en escala hacia el aeropuerto de Miami, Estados Unidos, desde donde tenía planificado partir hacia la ciudad de Raleigh, por invitación de Jean Pierre Jorasán, compañero mío del “Club de Estudiantes Internacionales” del colegio de Kaskaskia, en Carolina del Norte. Habíamos decidido hacer una cruzada turística por todo el territorio estadounidense. Jean Pierre es francés (En realidad espero que siga vivo todavía, aunque jamás contestó ninguna de mis cartas) y se hacía acompañar por su hermano Francois —Doña Ilhan, su madre, se sentía orgullosa de este último y lo llamaba cariñosamente el hijo eterno de la Madraza—. Eran inseparables y ambos gozaban de un carisma arrollador. Jean Pierre era de raza negra, o “de color”, como se acostumbraba a matizar el término racial que muchos consideraban ofensivo. Su máximo sueño consistía en llegar a convertirse en diseñador de automóviles y por ello fantaseaba con algún día peregrinar hacia la “meca de la tecnología”, como apodaba al Museo de Henry Ford. De este modo, durante las vacaciones de verano, decidimos hacer una excursión no sin antes recorrer todos los monumentos históricos que hablaban de la formación y la cultura de Norteamérica. Por cierto, de aquí en adelante, a esa mi edad, tomé la errónea impresión de que los franceses eran negros y musulmanes, aun cuando me sabía al pie de la letra los Cantares de Roldán, el Caballero Verde, las increíbles hazañas de Sor Juana de Arco, y de toda esa barbárica literatura caucásica. Pero fue mi primera impresión de Francia, y estimo ese primer cruce multicultural europeo.

Aterricé en Miami a las 7 p.m., por lo que debía alquilar hotel y hospedarme. Durante el viaje, sentí, como era normal en mis presentimientos, que un hombre me seguía. No le di importancia. Aunque en ocasiones me preguntaba a mí mismo que cómo era posible que un niño de 12 años anduviera errante por el mundo enfrascado en semejantes trámites, coger vuelos y reservar hoteles. Pues era así. En el fondo no me resentía, ya que estaba bien entrenado. Solamente me chocaba esa sensación de que hubiera alguien pendiente de mis andanzas, fuera donde fuera, aunque desconozco a ciencia cierta la o las identidades de los atalayadores. La cuestión es que estaban ahí. También debo decir que la ayuda se presentaba de manera inmediata, sin condiciones, tan puntual como el tic tac de la segundera de un reloj analógico. No fueron pocas las veces en que me salvé incluso de la muerte debido a accidentes fortuitos. Como yo era demasiado joven como para hilar teorías conspirativas que pudieran enredar y fanatizar mis pensamientos, nunca desesperé por encontrar la verdad. Deducía que a la gente se le encogía el corazón de ver a un niño solitario, al parecer extraviado, andar de aeropuerto en aeropuerto y al que en ocasiones la aleatoriedad de las circunstancias acorralaban; obligados por la solidaridad, me ofrecían su ayuda con genuina actitud, pues nadie puede resistirse a la candidez de un infante latinoamericano de ojos grandes al borde del llanto.

Mientras hacía el check en el stand de la aerolínea, rehuyendo de las miradas de aquel irritante atalaya, una señora que ceceaba, de piel blanca, ojos medio orientales y bastante enérgica, al parecer española, me abordó:

—Oye, chaval, ¿y tus padres? –me preguntó.

—Mis padres trabajan —le respondí con naturalidad—. Viajo solo.

—Vale —dijo enseguida—. Entiendo. Joder.

Su figura delgada y graciosa, cuyos movimientos corporales recordaban los gestos de una artista flamenca, le otorgaba una simpatía instantánea.

—Qué sois muy majo, ¿eh, chaval? Os veis tan inteligente. Venid conmigo a casa.

—Dormiré en una habitación del aeropuerto —le dije, sonriendo—. Son bastante cómodas y debo reembarcar a las 6 de la mañana.

—Vale —me dijo—. Estaréis antes, un cuarto para las seis, os lo prometo. ¡Hala, hala! Venid conmigo y esperad a ver a mis amigos.

La verdad, no tenía nada que hacer y, en mi inocencia, acepté la invitación. No me mintió. Su hospitalidad fue digna de los más estilados principios de acogida formulados por los moros de la Conquista, muy alejada, en un giro redondo, de la austeridad y la aridez visigoda; sus amigos, más que maravillosos, se pasaron gran parte de la noche aguantando las ocurrencias de un niño impertinente y de risa fácil. Me colmaron de grandes regalos, entre ellos, un Libro. El Libro.

Este encuentro y el viaje sellaron mi destino y dió pie para que mis fuerzas emprendieran el posterior proceso de interpretación textual de aquel obsequio tan misterioso. Con honestidad, ni yo mismo me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Efectivamente, a las cinco y cuarenta y cinco, mi amiga la “andaluza” y su agradable comitiva me llevaron al aeropuerto, y retomé vuelo rumbo a la ciudad de Raleigh.

Ya en el avión, me cupo en suerte sentarme al lado de un señor de bigotes espesos y barba negra partida por la mitad; su complexión tenía un halo caricaturesco, como el de esos señorones victorianos que cuelgan en los pasillos de los capitolios con sus sombreros de copa y el rostro duro, adusto. Una digresión: No sé si es porque percibo no sólo a la luz que llega a mis ojos, pero cada vez que veo uno de esos cuadros románticones, puedo adivinar la enfermedad que aquejaba al retratado. Simple curiosidad.

El mío llevaba, en vez de sombrero de copa, uno de ranchero, un par de lentes Ray Ban que matizaban una nariz bulbosa, sendas cadenas de oro y plata y unos aretes en forma de serpientes enrolladas entorno a una cruz invertida que le colgaban de una oreja. Imaginé que se trataba de un latino contracultural perteneciente a la subcultura del “Tex-Mex”.

Sin que me perturbara, algo alertó a mis sentidos. Quizá fuera su forma inusual de sonreír o el movimiento viperino de sus ojos. Pero como de costumbre, aplaqué internamente este tipo de sensaciones negativas. Pronto el recelo partió hacia el olvido, impulsado sobre todo por la inmadurez propia de la edad. Mi atención pronto era acaparada por cuestiones menos serias. Si acaso mi cerebro estaba siendo parte de una sutil programación, no lo sé, pero la azafata, que sonreía nerviosamente, proyectó una película de ciencia ficción, “La Serie V”, en la pantalla del asiento. Ésta era célebre porque en los años 80’s había conmocionado a los incautos que se atrevieran a verla, ya que introducía, por vez primera y en escala global, la figura reptiliana dentro de los círculos ocultistas de fenómenos extraterrestres. Al respecto, ustedes asentirán que en las décadas siguientes, el futbolista y luego investigador de lo paranormal, David Icke, se haría multimillonario al apropiarse de este concepto y de rebajarlo a los niveles más vulgares y corrientes, como el de la elaboración de aquella historia en la que Obama gana la presidencia porque utiliza programación neurolingüística para comerle el coco a los americanos durante sus intervenciones televisivas; o como aquella otra, que el movimiento QAnon ha hecho suya, la de la red de pedófilos satánicos que domina el mundo y que en realidad son reptilianos de otra dimensión. También decía el santo de Icke que cualquiera con dos dedos de frente debería haberse ido a vivir al centro de la Tierra, porque esta es hueca.

Me sorprendió el gusto cinéfilo de la beldad aérea. De reojo, le eché una mirada disimulada a mi vecino. Pude captar que tenía el humor un tanto maltrecho, o al menos irregular. La frente le transpiraba. Me pareció ver que un tajo de piel se le descorría.

—Así que tú eres “Aquel que debe tomar la Gran Decisión” —dijo con desprecio, moviendo la mandíbula con sino grotesco y macarrónico; se notaba que hacía un gran esfuerzo por hablar y por simular el acento chicano de la frontera.

No entendí lo que dijo, ya que tenía puestos los audífonos y, por si acaso, para no ofender, le respondí con una sonrisa estúpida.

—“Aquel que tomará la Gran Decisión” —repitió—. Carajo— y escupió en el suelo.

Levanté las cejas y me rasqué la nariz. Asentí de nuevo, de manera automática.

—Escúchame —dijo; la piel del rostro le vibraba como una gelatina asquerosa—. Quiero vivir, me escuchas, mi especie quiere vivir, los diez mil quieren vivir, el multiverso Shatán quiere vivir —subía y bajaba la testa como hacen los saurios—. No tenemos la intención de transformarnos en una mera figuración mental.

Francamente, no comprendía nada de lo que decía.

—No se le debe rendir pleitesía ni alabanza a Meta. Es un tirano que se aprovecha de la energía de los seres y de los multiversos mismos para echar andar su propia evolución mental. Con gran cinismo, él llama “perfección” a este proceso de transferencia energética unilateral. ¡Es un vampiro cósmico! Los apiña en racimos de burbujas que le sirven como baterías almacenadoras. Con ellas mantiene en operación su propio Gran Metaverso.

Mi visión estaba obnubilada por las acciones espaciales de los personajes de la película “La Serie V”. Me sentía en medio de batallas con rayos láser. Los ojos verdes de los reptilianos y su aspecto repugnante desataban una maldad oculta entre los televidentes.

El hombre me cogió de un brazo. Luego dijo:

—La existencia y continuidad del multiverso Shatán no puede depender de la conciencia y la decisión de un ser inferior ordinario como tú —dijo mientras me sacaba el Libro del bolsón de mano; la manzana de Adán comenzó a moversele de un modo extraño-. La Hermandad de la Serpiente debe prevalecer —exclamó con los ojos bien abiertos.

La agresión me despertó del ensimismamiento; la pantalla reflejaba la figura de un alien que engullía a una rata. El hombre de barba partida sacó una navaja de la suela de los zapatos y la dirigió hacia mí. Pude ver cómo las venas parecían salírsele de la piel.

—No decidirás por nosotros —dijo—. “Meta” debe respetar el derecho a la auto determinación. ¡Muere tirano rastrero! —clamó, empuñando el cuchillo.

Incluso en ese momento, no pude darme cuenta de la amenaza, hasta que una mujer empezó a gritar como loca al otro lado del pasillo:

—¡Por Dios! —y estirándose totalmente en el asiento—. ¡Madre mía!

Los demás pasajeros se congregaron en torno suyo y comenzaron a sacar cada uno sendas cámaras fotográficas. Tomaban imágenes de un objeto que volaba justamente afuera de mi ventana.

Aquello intimidó al señor de barba partida. Ocultó la navaja. El terror cayó sobre mí, e intenté salir del asiento, pero me tomó de una mano.

—Siéntate —masculló con fuerza—. ¡No llores! —añadió—. Entiende que no saldrás vivo de aquí. Es mi misión y no fallaré.

La gente seguía extasiada por lo que veía flotar por encima de las nubes:

—Tiene forma de cigarro —dijo una señora elegante.

—Es enorme —argumentó un muchacho pelirrojo.

Este joven me lanzó una mirada de locura que acompañaba con una sonrisa de la que salían unos dientes filosos.

Me sentí atrapado. El aire comenzó a faltarme.

—Esa nave —agregó un hombre que se arrogó el título de ingeniero civil—, o lo que sea, según mis cálculos, tiene el tamaño de una pequeña ciudad flotante. Es una construcción imposible para los estándares tecnológicos de la actualidad.

—Si no lo estuviera viendo con mis propios ojos —verberó una mujer que se acercaba sigilosamente hacia mi asiento—, no me lo hubiera creído. Se siente como si fuera una experiencia religiosa.

—Von Daniken y William Bramley tienen razón —dijo otra que enseguida se le acercó, mientras se dejaba caer de rodillas—. Lean el libro “Los Dioses del Edén” y “El Regreso de los Dioses”. Ahí están revelados todos estos fenómenos.

Las dos mujeres se detuvieron frente a mí, con los ojos abiertos de la emoción y una sonrisa evangélica que les adornaba el rostro.

—Mi niño —dijo la que estaba arrodillada, levantándose—. Ven acá —extendió la mano y me cogió del antebrazo; en un instante, me encontré a su lado; el hombre del sombrero sacó la navaja, pero la mujer le dio una bofetada—. ¿Cómo te atreves? —le recriminó— Somos de la Sociedad Custodio —bufó la señora con movimientos rápidos de cabeza, como si estuviera convulsionando—. Has fallado –le dijo, y luego alzándome en medio del gentío—: Hete aquí que tú has sido probado y no se te ha hallado error.

—¡Señora! –le gritó otra joven muy bonita, afligida—. ¿Qué le pasa? ¿Está loca? ¡Suéltelo! Ven acá, niño. No le hagas caso.

El hombre del sombrero volvió a abrirse paso y se levantó con brusquedad, no obstante, la señora que se decía de la Sociedad Custodio le puso una especie de brazalete en la muñeca. El ranchero cayó sentado, con los ojos cerrados y la respiración contenida. Le arrebaté mi Libro.

El remolino de gente copaba el corredor; el platillo volador parecía sacarlas de su comportamiento habitual. Sin que me lo esperara, en una sincronía espeluznante, cada uno de ellos giró el rostro, del que asomaba una expresión de beatitud fingida. Sonrieron roboticamente al unisono. El cuerpo se me electrizó. Uno de ellos extendió la mano y me entregó un bolígrafo enchapado en oro.

—Te será muy útil cuando te decidas —me dijo.

Ni siquiera le puse atención. Yo estaba fuera de sí. Enseguida busqué con la mirada a las mujeres que me habían rescatado, pero habían desaparecido.

Sentía que flotaba en las nubes del mundo de lo absurdo. Aturdido por semejante experiencia, en las siguientes horas, días y años, hice todo lo posible para olvidarla por completo. Trataba de convencerme que con ello alejaría cualquier trauma a futuro. Me bajé en la ciudad de Raleigh, y salí en busca de mis amigos franceses. Los encontré con mi nombre escrito en un gran rótulo de pie en el lobby del aeropuerto. Nos abrazamos. Me guardé de decirles una palabra sobre lo ocurrido. Antes de alejarme, volteé para ver por última vez ese pasado que jamás pude dejar atrás.

Con Pierre y Francois recorrimos el nordeste de Estados Unidos, viaje que culminamos en coche con la visita al lugar sagrado del primero, el Museo de Henry Ford, en Michigan, donde pudimos contemplar, asombrados, las bicicletas voladoras de los hermanos Wright, el vehículo todo terreno que pisó la Luna, el bombillo eléctrico de Thomas Alva Edison y una computadora gráfica que utilizaba un tubo de rayos catódicos para convertir una imagen de vectores en un mapa de bits.

Durante el viaje no me abandonó la sensación de que sucedía algo misterioso, más allá de la realidad que estaba viviendo. No sé si debía al hecho de que finalmente me estaba dando cuenta de lo que ocurría con mi vida, o tal vez mi subconsciente se veía influido por el hecho de que volvía a coger un avión en Raleigh. Quizá fueran los efectos, aunque retardados, de los residuos psicológicos que perturbaban mi mente con la consecuente aparición de cuadros psicóticos. No lo sé. Pero estaba seguro de que cada día me encontraba más confundido.

En el auto, ya de vuelta en el aeropuerto, Jean Pierre me dijo:

—Sabes, he estado trabajando en una nueva tecnología.

—Guau —respondí, condescendiente—. Ah sí, ¿de qué tipo?

—Una red.

—¿Una red? —pregunté.

—Sí, una especie de red de información neuronal.

—Amigo —le dije—. Cada me sorprendes un poco más.

—Yo le llamo el “metaverso”.

—No te entiendo.

—Para empezar, ¿sabes qué es una red de comunicaciones informática?

—Francamente no. Es algo nuevo para mí.

—Una red de comunicación informática es una red de computadoras interconectadas a nivel mundial en forma de tela de araña.

—¿Y para qué sirve?

—Para comunicarse, amigo.

—Con esta red pienso conectar mis autos eléctricos y hacerlos autónomos.

—Pero qué dices, hombre.

—Esta red ya existe. Se llama internet.

Al decir esto, sonrió bonachonamente. Pero por un momento, me pareció ver que las pupilas de los ojos se le dilataron.

—Esta red consiste de servidores que proveen información a millones de personas que están conectadas entre ellas a través de las redes de telefonía y cable.

—Increíble —le dije.

—Pero no sólo sirve para comunicarse. Su alcance tiene propiedades infinitas.

—Me cuesta llevar el hilo de tu razonamiento, amigo.

—No te preocupes.

“Ahora imagina que, con el paso de millones de años, el clima y la superficie del planeta Tierra se vuelven hostiles para la existencia humana. A medida que va muriendo, el intenso Sol la desertifica y la reduce a la nada.

—Lo imagino —contestó—. Es uno de los postulados de la ciencia moderna.

—La humanidad dejará de existir como especie.

—Como todo en este universo —dije.

—No necesariamente —me respondió Pierre.

Se acomodó en el asiento; Francois asentía con la cabeza una y otra vez al vaivén de la voz de Pierre.

—Recuerda que la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma.

—Así es. Pero la humanidad ciertamente será pasto de las llamas cuando el Sol comience su viaje a la muerte —dije con toda la seguridad del mundo.

—No si aprovecha esa monumental cantidad de energía en vez de luchar contra ella.

—¿Qué?

—Piénsalo. Esa energía se pierde en el espacio y la humanidad no la aprovecha. Así como esta energía puede ser la causa de su muerte, también puede ser la causa que la llevara a la “eternidad”.

—Amigo, amigo, te excedes.

—¿Tú que piensas, Francois? —dijo repasándole una mirada a su hermano.

—Pienso lo mismo que tú —se limitó a decir. Luego se echó a dormir en el asiento.

—El metaverso —siguió hablando Pierre.

—No lo capto todavía.

—El metaverso es un espacio virtual, digital, de tres dimensiones, interconectado con los demás seres meta (meta materia, meta tierra, meta animales, meta vegetales, meta humanos), que forman lo que llamaríamos un universo virtual. Ya existe, mi amigo.

—¿Es eso posible? ¿Dónde?

—Como te lo he dicho: El internet.

—Ya hacemos uso de avatares, nuestros clones virtuales, el tú virtual. Aunque dependemos de un soporte físico todavía —los cuerpos fisiológicos, lo que es una desventaja—, en el futuro estos vehículos primitivos no serán necesarios.

“Con el paso de los años, quizá de cientos o de miles, y el crecimiento exponencial de la tecnología, será posible trasladar tu conciencia biológica a un soporte computacional de formato digital. Tu “avatar” se convertiría en tu misma persona, en un ser digital autentico, en el eidolon homérico.

—Oye. Fabuloso. Pero aterrador. Jamás daría mi consentimiento para que me hagan algo así.

—¿Seguro? ¿Por qué?

—Pienso que ahí la realidad sería falsa.

—Amigo, no todo es lo que parece. Todo lo que ves "no es". Cuando hablo sobre esto, me gusta citar las creencias del mundo mitológico antiguo. En Grecia, se creía que cada ser humano poseía una copia “astral” (virtual) de sí mismo. En China el mismo Chuang-Tzu, en su cuento el "Sueño de la Mariposa", dijo que un día soñó que era una mariposa, pero al despertar ignoraba si él no era la mariposa que soñaba con ser Chuang Tzu.

“Descubrimientos racionales antiguos y revolucionarios. Ahora pregúntate honestamente: ¿Qué es la realidad?"

—Es todo lo que me rodea —dijo para salir del paso.

—La ciencia —siguió Jean Pierre— dice que a nivel macro está conformada por una serie de “hechos objetivos”. Es decir, si lanzo una balón de fútbol, todos “verán” a un balón de fútbol, esférico y en avance, ser lanzado por los aires mientras rebota cuando cae al suelo. Pero a nivel cuántico estos "hechos objetivos" no existen y la realidad depende de quien la mire. O sea que un mismo hecho no se ve de la misma manera para todos los observadores.

—Es natural —dije—. Tengo entendido que la realidad no depende de la persona de quien la mide —añadí, como anotándome un punto en la discusión—, si mal no recuerdo a mí profesor de física. Esto tiene que ver con el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, amigo.

—Bien —dijo Jean Pierre sorprendido— Los hechos existen, pero pueden que sean subjetivos. Recuerda que de ese mismo principio deriva que distintos observadores pueden tener acceso a distintos hechos que pueden coexistir entre ellos. Por tanto, lo que puede ser "real" para ti, puede que para otro no lo sea.

—De acuerdo —le contesté, dándole la razón; sin embargo, había un punto importante que Jean Pierre estaba dejando de lado—. Aceptemos que la realidad en el metaverso acabe por ser, después de todo, “una realidad consecuente" de distintos hechos que coexisten entre nosotros.

“No obstante, un enorme obstáculo se erige: la entropía y la fragilidad energética de tu metaverso. ¿Quién se encargará de su mantenimiento? Lo qué es más, ¿en dónde encontrará una fuente infinita de energía que sustente tal tipo de civilización?"

—Robots —me respondió casi al instante—. Los robots ayudarían con el mantenimiento del conjunto de elementos físicos de la mega-computadora de la red.

“Y el Sol se transformaría en una fuente de energía súper masiva. Cuando este muera, la mega-computadora se vería obligada a abandonarlo y a viajar alrededor del universo para explotar otra estrella. Éstas son infinitas”

—Interesante, Jean Pierre. No tengo palabras con que rebatir tu dialéctica. Pero una duda me asalta a nivel técnico, ¿cómo lograrías captar esa energía y transmitirla por todo el conjunto de elementos físicos del metaverso?

—Con una “Esfera de Dyson” —contestó con aire triunfal.

—La misma estructura diseñada por el científico Freeman Dyson. Me suena a cliché.

—Lo es. Pero no existe otra solución al teorema. La esfera de Dyson sería como una burbuja de talla astronómica con un radio equivalente al de una órbita planetaria que cubriría enteramente al Sol. Los componentes de esta estructura los podríamos obtener de minas establecidas en Mercurio y Venus. Esta estructura permitiría a una civilización avanzada, como el metaverso, aprovechar al máximo la energía lumínica y térmica del astro rey.

Al escuchar esto, me callé. Jean Pierre parecía muy seguro de lo que decía y en cuanto a la lógica de sus argumentos, era irrefutable. Por último, me preguntó:

—¿Qué decides?

Reí a carcajadas.

—¿Decidir qué? —pregunté ingenuamente—. ¿Por qué he de decidir yo? ¿Por qué todo mundo me pregunta por esto?

—Olvídalo, amigo —acabó Jean Pierre; luego mientras encendía el motor del automóvil, dijo en susurros—. Pero recuerda que dado que no se puede decir si la conformación del metaverso dañará a la humanidad, cuya naturaleza es siempre impredecible, y de que no se puede obviar el principio de auto determinación, “Meta” no puede tomar una decisión para implementar el metaverso.

—¿Qué acabas de decir? —dije, asombrado. Acomodé el asiento hacia delante.

—Olvídalo, olvídalo —dijo Jean Pierre, riendo misteriosamente.

—¡No! —exclamé alarmado—: Escuché lo que dijiste: “Meta” necesita que yo tome una decisión. ¿Ahora díme por qué y de qué tipo de decisión hablamos? ¿Y quién es Meta?

El rostro de Jean Pierre se volvió serio. Francois también me veía con ojos duros. Eché hacia atrás el asiento. Sentí miedo. De pronto se echaron a reír. No te preocupes, dijeron. Pronto resolverás. Jean Pierre me palmeó la espalda. Cogí mi bolsón y lo abracé. Jean Pierre vio el contorno del libro dibujarse en los bordes de la tela. Estiró suavemente los labios en un gesto de satisfacción.

—Hazlo público —dijo sin más.

Las dudas me asaltaron. ¿Cómo sabía Jean Pierre sobre la existencia del Libro? Lo apreté con todas mis fuerzas, como si fuera un amuleto que me salvaría de cualquier mal.

—Quiero ir a casa —le dije, sollozando.

Me bajé del auto y tomé un bus con ruta al estado de Ohio, donde mis padres visitaban la ciudad de Akron. La despedida fue fría y distanciada. Jean Pierre y su hermano regresaron a Francia.

Con el tiempo, me arrepentí de mis groserías al momento de despedirme. Así que, año a año, le envié cartas a Jean Pierre. Nunca me las contestó. Me di cuenta, por la lectura de un articulo escrito en una prestigiosa revista de tecnología y ciencia, que Jean Pierre había trabajado para la Renault y que se había movido nuevamente hacia Estados Unidos. Sus carros eléctricos habían sido todo un éxito. Mientras leía aquella sección, parecía que se había olvidado en absoluto de su idea acerca de la “Esfera de Dyson” y no encontré en sus argumentos ninguna incoherencia. Solo sospeché cuando dijo que el uso del petroleo como recurso energético sería cosa del pasado en los próximos veinte años.

Pero sentí pesar por François. Mientras veía como caían las Torres Gemelas, pude ver a la señora Ihlan que gritaba, llorando, con las manos sobre la cabeza ante las cámaras de un noticiero internacional por satélite. Se lamentaba, con una mezcla de orgullo y dolor, por la muerte de su hijo Francois. Juraba que éste alcanzaría la salvación tal como Alá lo había dejado establecido para los verdaderos creyentes mediante el ejemplo de Su Profeta Mahoma: sacrificado en medio de la Guerra Santa.

Desde entonces, me he dedicado a traducir el Libro.

Sin embargo, mi decisión sigue pendiente.

Texto agregado el 14-12-2021, y leído por 271 visitantes. (1 voto)


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