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Todo comenzó al ser admitida Elsa, como enfermera particular de la señora mayor. Una mujer sola, sin parientes ni amistades a la vista. En honor a la verdad, todas sus amistades habían fallecido, o estaban internadas en asilos de ancianos lamentablemente.

La edad de la señora era difícil de conocer. Una de esas personas casi atemporales se podría decir a juzgar por su fresca apariencia, que chocaban al calcular rápidamente su temprano casamiento, años de matrimonio y posterior viudez, dejando una sensación de sorpresa.
Sin embargo la salud de la anciana estaba algo resentida. Nada grave por supuesto, sólo achaques propios de su avanzada edad. Seguramente estaba más que necesitada de la compañía de una persona fuerte y dinámica como parecía ser la enfermera que tocó a su puerta, respondiendo al pedido.
A la Señora le encantó la energía que despedía. Parecía muy competente a juzgar por las referencias que llevó, su actitud corporal y la fuerte voz con la que le relató episodios interesantes de su vida. Alguien así, era precisamente lo que necesitaba. La mucama y la cocinera se retiraban temprano de la enorme casa y se quedaba solamente con la compañía de un televisor inmenso de casi cien pulgadas, pero sólo eso, un televisor. Por eso la observó -tampoco era cuestión de dejar entrar a cualquiera que se presentase- y se dio cuenta de que era sin duda una mujer aguerrida y resistente, robusta, poco agraciada pero competente. Y le tomó cariño podría decirse casi en el acto.

Seguía siendo una mujer tan inocente e ingenua como de joven. La vida era evidente, no la había sacudido lo suficiente como para endurecerla, o tornarla menos idealista y más "con los pies en la tierra". Escuchaba cosas, desde luego. Veía los noticieros, leía el diario con sus grandes ojos celestes tan límpidos, pero a todas esas noticias de la vida cotidiana que le hacían daño a nivel emocional, las apartaba de su mente. Ella continuaba viviendo como en su juventud, con los valores de antes, del siglo pasado. Había cosas, horrores que no podía creer que existieran. Su difunto marido intentó varias veces alertarla sobre los diversos peligros, pero ella se evadía. El arte la elevaba, entonces se alejaba cantando, o bailaba si su cuerpo se lo permitía o pensaba en poesías o en novelas románticas. Vivía en su mundo, un mundo más feliz, inmersa en su palacete de Palermo Chico, un mundo acolchado contra todo aquello que pudiera hacerla sufrir. Simplemente no quería saber.
Es así que Elsa, pasó a formar parte del equipo de personas que trabajaban en la mansión. Se presentó al día siguiente con una pequeña valija, y la dueña de casa, le mostró la habitación de huéspedes como la más indicada para su estadía. En realidad tenía poco trabajo, sólo vigilar que Ana María, la anciana dama, no olvidara tomar sus remedios, ocuparse de manera personal de que todo estuviese en orden, vigilar los envíos a domicilio, las tareas de la mucama y cocinera, tratar con algún empleado por cuestiones burocráticas a través del teléfono, acompañarla de tanto en tanto a una casa de alta costura y poco más. El resto del día, lo pasaba junto a Ana María, contándole anécdotas de las personas que atendió, y charlando de mil pequeñeces. Realmente resultaba una compañía bastante agradable.
La mujer mayor, era una persona básicamente sana, sin problemas serios de ningún tipo, algunas noches de insomnio quizás, no más que eso. Incluso mentalmente, era más aguda y rápida que muchos jóvenes. Además tenía un carácter divertido, solía estar casi siempre de buen humor. Esa manera de ser, molestaba profundamente a Elsa. Se decía que era lógico ser así cuando no se tienen problemas prácticamente de ningún tipo, que cualquiera podía dársela de persona buena y generosa teniendo millones como ella, en suma, la odió de entrada.

Se dio cuenta que cada vez que Ana María necesitaba usar dinero en efectivo, cerraba la puerta del escritorio con alguna excusa, o la enviaba a realizar un mandado extra. Sin embargo eran simples pretextos que le causaban gracia por lo tontos. Así que por de pronto, ya conocía el lugar donde se guardaba el dinero que parecía no tener fin, ya que jamás en la casa, se mencionaba un banco. Debía ser una de esas personas que no confiaba en ellos.
Poco a poco, se fue interiorizando acerca de la fortuna que le había dejado su difunto esposo. A través de medias palabras, gestos, tonos de voz y actitudes, Elsa se fue haciendo una perfecta composición de lugar. Enterándose por ejemplo, que la anciana realmente no tenía a nadie. Y lo más interesante: que todo lo de valor, estaba en esa casa. Investigó y descubrió que los cuadros eran auténticos y valían fortunas, vio marfiles, juegos enteros de plata sólida, jarrones antiguos, piedras duras, y colecciones impresionantes de monedas antiguas, más una infinidad de alhajas que la señora de la casa, usaba a diario. Escuchaba por lo general, la cerradura típica de una caja fuerte al estar la puerta cerrada del escritorio, y estuvo una tarde -en que puso como excusa no sentirse bien, para dejar de acompañarla a la peluquería- buscándola, hasta que la halló. La llave debía de ser la que colgaba entre varios dijes de oro, del escote de la anciana.

Cierto día en que Ana María se encontraba con un poco de fiebre a causa de un fuerte resfrío, y algo debilitada por los diuréticos y purgantes fuertes que le daba Elsa sin sospechar ella siquiera, le administró lo que según dijo, era un antibiótico inyectable, pero resultó ser una fuerte dosis de vaya a saber qué sustancia, que le provocó varios desmayos. Cuando acudió a verla Margarita su mucama, antes de retirarse -algo inquieta por su estado de salud- la encontró toda transpirada, extremadamente pálida, confusa y mareada. Como la apreciaba mucho, se preocupó y corrió a prepararle un té bien cargado con azúcar. Se lo dio a tomar y con tan sencilla preparación, jamás supo que evitó que su señora entrase en una fuerte hipoglucemia. Antes de retirarse le dejó como de costumbre, una brillante y roja manzana, ya que siempre decía que comiendo una manzana al día, el médico no entraría jamás a su casa. Mientras tanto Elsa, brillaba por su ausencia. Al fin la ubicó en el escritorio, donde con descaro, expuso un débil argumento por su desaparición. Más tarde, frente a la cama de la enferma, dio de mal modo una explicación del porqué le había echo tan mal la inyección, aduciendo un problema de alergia a uno de los componentes. El incidente pasó, sin embargo tanto la mucama como Ana María, tomaron nota del mismo.

A partir de ese momento la dueña de casa comenzó a estudiarla mejor y advirtió diversas contradicciones en los relatos que contaba Elsa, poniéndose por lo general como defensora de toda causa injusta y casi una heroína frente a sus enfermos. Notó cosas que antes le habían pasado desapercibidas, la dureza que advertía en su mirada, el tono dictatorial conque a veces la trataba, y se fue dando cuenta además, hasta qué punto parecía interesada en su fortuna. Mas luego, todas esas dudas las hacía a un lado. Eran impensables se decía. Elsa era una buena mujer y ella una retorcida, sólo eso. ¿Porqué tenía que ser tan suspicaz?, se preguntaba, reprochándose a si misma, y sintiéndose culpable por serlo.
Así pasaron los meses, entre el cariño que no podía dejar de tener por ella, y algunas dudas, que se iban desvaneciendo pese al temor que cada vez le inspiraba más inconscientemente, y no quería reconocer. Ella que muy pocas veces tuvo miedo, ¿qué le sucedía frente a la enfermera?, era algo totalmente ridículo pensaba, tratando de quitarse todo eso de la cabeza.

De una cosa estaba contenta, ahora dormía tan bien de noche...!, en realidad descansaba como nunca en su vida. Claro que durante el día, andaba débil y algo aturdida como una zombi, pero qué importaba, si al fin dormía. Hacía años que no dormía tanto y tan profundo, era como caer de golpe dentro de un pozo negro y olvidarse de todo, gracias a las pastillas que le daba Elsa.
Una mañana la anciana, al bajar un tanto embotada, por las amplias escaleras, tropezó vaya a saber con qué, rodando a todo lo largo y ancho de ellas. Afortunadamente, su estado era tan sereno, que el cuerpo se encontraba por completo relajado y flojo, de modo que no sufrió daño alguno. Sólo se golpeó un poco la cabeza, pero no pasó de un susto y de algunos moretones aquí y allá. Un detalle curioso, en esos momentos, no se encontraba Elsa acompañándola, ya que adujo un compromiso impostergable fuera del domicilio. De modo que se incorporó sola, dirigiéndose más tarde, un tanto dolorida, a su alcoba. Al subir la escalera muy despacio, le pareció notar algo que cruzaba dos escalones. Se agachó y descubrió que era un fino hilo de nylon colocado parecía, con el exclusivo propósito de hacerla caer. Estaba atado a uno de los barrotes de fina madera del pasamanos, pero se había desatado con el tropezón del otro lado, colgando flojo. La sorpresa la inmovilizó por unos instantes. Una cosa era la sospecha y otra bien diferente, la confirmación.

Al llegar a la cama -ciertamente extenuada por el susto, su estado general, y las emociones que saltaban en su pecho- se dejó caer y tocó el timbre llamando a Margarita. Con ella a su lado, pensaron en mil posibilidades, todas aquellas que podían dejar a Elsa fuera de toda sospecha. La señora se resistía aún, a creer que era culpable de intentar matarla. Entre las telarañas de su cabeza no tan rápida en esos días, y el afecto que sentía, se encontraba paralizada. Margarita en cambio, no dudaba. Había pasado la aspiradora esa misma mañana por la escalera, antes de que Elsa se fuera. Era imposible que no fuese quien colocó el hilo de nylon.
Miró a la anciana dama con toda su ternura. Hacía años que trabajaba para ella, toda su vida en realidad. Le pesaba y amargaba lo que estaba sucediendo a ojos vista. Su cariño no estaba empañado por ningún deseo material, demasiado la había ayudado cuando quedó sola con varias criaturas. También sabía de un testamento, donde legaba todas sus posesiones a un asilo de huérfanos. Entonces de forma dulce pero segura de lo que hacía, le recordó el plan, mientras acariciaba la mano pálida y laxa posada en la cama. Ana María asintió casi sin darse cuenta, ya que se estaba quedando dormida nuevamente.

Cuando regresó la enfermera, se manifestó extrañada por lo ocurrido. Y al notar que la mucama la miraba de una manera que le pareció acusadora, se alejó presurosa rumbo a su habitación. Se encerró en ella, sin dignarse siquiera a echar una mirada a la anciana. Salió un rato más tarde, compuesta, luciendo vivos colores en sus mejillas. Margarita supo de inmediato, que le había echado buena mano al licor oculto en el ropero.
Al ir dándose cuenta, de la verdadera pasta conque estaba hecha la enfermera, Margarita investigó cada objeto que tenía en la pieza. Entre otras cosas, descubrió varias botellas de licor de altísima graduación alcohólica. También jeringas, agujas, frascos con pastillas de todo tipo, destacándose entre ellas, cientos de Rohypnol, Valium y Dominal Forte, amén de frascos con cápsulas grandes de vitaminas, minerales y antioxidantes para su uso exclusivo. Supo que un día, dichas cápsulas le iban a servir de maravilla.
Acordó en aquel momento con la dueña de casa, que si Elsa persistía en una actitud sospechosa o directamente criminal contra ella, se procedería a hacer lo que ambas conocían. Dieron vueltas por la cabeza todas las posibilidades que tenía la señora. Si daba aviso a la policía tendría que aportar pruebas, pruebas que hasta el momento no tenía y cuando las tuviese, sería probablemente demasiado tarde. Entonces ¿qué? Si decidía despedirla no se iba a retirar tan fácilmente y podía muy bien dar entonces el paso hacia el desenlace fatal contra ella, sería el momento ideal. Si comentaba entre los vecinos, iba a ser solamente la palabra de ellas contra la de la supuesta enfermera, nadie iba a poner el pecho para protegerla. Y aclaro que lo de "supuesta" enfermera era real. Llamaron a las personas que al parecer había atendido. Una había fallecido y la otra no supo de qué le hablaban, no la conocía. Por lo tanto se llamó a la Escuela de Enfermería Superior de la Ciudad, donde no figuraba en el registro. La dulce anciana, que se resistía a pensar mal de Elsa, tuvo que aceptar el hecho de que se encontraba en juego nada menos que su vida y debía defenderla a toda costa. Estaba en las manos de una persona altamente peligrosa. Cada día se intensificaba su temor, ya prácticamente no dormía pese a todas las pastillas que generosamente le suministraba la "enfermera", poniendo en riesgo su salud. Y Margarita entre tanto, sentía la obligación moral de proteger a quien quería y tanto había hecho por ella siempre.

Al tiempo, comenzaron a notar a la supuesta enfermera, un tanto desorientada, por momentos decía que le dolía la cabeza, entonces solícita, Margarita trató de acercarle una aspirina, pero ella con altivez no la aceptó y más tarde escuchó que devolvía la comida, pobre mujer... Claro que eso fueron sólo unos pocos días. Se negó a hacerse ver con un médico, decía que sólo era un malestar pasajero, mientras se encerraba en su habitación. Al día siguiente nomás, pasó de estar agitada respirando rápidamente como si le faltase el aire, a tener náuseas, mareos y convulsiones, hasta que por último perdió la conciencia y poco después, una falla respiratoria la llevó directamente a la muerte.

Fue en ese momento, cuando tímidas pero florecientes sonrisas se perfilaron en sus labios. Sabían que era menester disfrazar la íntima satisfacción y el alivio con una actitud de asombro, para dar lugar más tarde a otras un tanto apesadumbradas. Eran las reglas del juego.
Gracias a la lectura de novelas policiales a las que era adicta la señora de la casa, sabían perfectamente cómo proceder. Las causas del deceso podían ser numerosas, y ¿quién podría sospechar de la ancianita? Con paciencia, fueron juntando las semillas de manzanas que a diario comían frescas o en gran cantidad como compota para todos que gustaban mucho de ella. Tras poco tiempo reunieron una apreciable cantidad -que bien machacadas- entraron perfectamente en las cápsulas grandes de vitaminas. Justo quedaron arriba de las otras, para mayor comodidad de quien las tomase. Tengamos en cuenta que con el cianuro de doscientas semillitas, se mata a una persona.
Al parecer el dicho estaba justificado: comiendo una manzana al día, no es necesario ningún médico.
Sólo el servicio de Pompas Fúnebres.

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Texto agregado el 12-12-2021, y leído por 239 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
16-12-2021 Esa señora tan reposada y confiada, pero sólo en apariencia, se descorazona al final cuando comprueba que esa mujer la está engañando. Y gracias a la ayuda de su fiel empleada, conciben un plan para deshacerse de la malévola. Sólo una pregunta: ¿cuántas más yacen en algún foso tras intentar alguna triquiñuela? Buen relato, amiga. Un gran abrazo. guidos
15-12-2021 Un relato bien trabajado, pleno de sorpresas y emociones, que se goza como una novela y se paladea por un poema. Gracias por compartir. Felicitaciones y un emocionado abrazo. Altamira
14-12-2021 Excelente cuento Delia. Hasta el final mi deseo era que la abuelita sobreviviera. Por suerte sucedió eso. 5* vaya_vaya_las_palabras
14-12-2021 Se ve que la dulce ancianita no era tan inocente y se sabia defender con perspicacia.Mujer Diosa genial nena***** sensaciones
14-12-2021 Caras vemos, corazones no sabemos, reza el refrán popular. A las acciones de una persona malvada hay que saberse defender, y eso fue lo que hizo Ana María con la complicidad de Margarita. Muy bueno tu cuento, querida Delia. maparo55
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