-Lo necesito allí, enhiesto y en la posición señalada.
-Es difícil explicar esto de las convicciones. Odio la rigurosa conformación de estas reglas y presumo de una rebeldía innata. No deseo obedecer su mandato porque amo mi espíritu libertario.
-No gaste palabras que yo no sé enhebrar y quédese quieto.
-Seré uno más encendido en la pira en la que arden los que luchan por sus propias convicciones. Mi corazón late profuso y el brillo de una lágrima podría encandilar su acerada conducta.
-Su lugar lo aguarda. Basta de retórica.
-Afronto esta némesis con el deseo oculto que los dioses del desgarro, las fuerzas omnipresentes, la física o cualquier evento al que pudiese invocar como a un ser superior, escuchen mi silenciosa prédica.
-Procedo.
-Sean los hilos del destino los que cumplan con lo suyo. Sólo sueño con escapar de esta prisión en el momento predestinado por las circunstancias.
La camisa de mágica blancura destacaba sobre la colcha burdeos que cubría el regio lecho. Pronto sería manipulada por unas manos elegantísimas, se moldearía al cuerpo firme de su dueño y una corbata de seda azul armonizaría con la resplandeciente albura del cuello.
En el centro de tanta esplendidez, asomando desde el ojal, un botón invocaba a sus dioses por una hipotética pero anhelada libertad.