Este es un texto antiguo.
El exceso en el comer me ha tenido enfermo este sábado y domingo, he tenido diarrea y por supuesto los viajes al “toilette” han sido frecuentes y agotadores. Si hubiera podido ( el sanitario es para el uso de toda la familia), me habría instalado permanentemente este par de días en él, atrincherado con tres o cuatro libros y algunos litros de suero oral, sin salir absolutamente para nada. Ahora (que escribo), me siento un tanto mejor; pero aún me queda la duda de cuales de los alimentos que ingerí, me provocaron este malestar tan desgastante.
Me encuentro menguado de fuerzas y ánimos; el viernes por la tarde, mientras trabajaba, encargué para la cena una torta de pierna de cerdo con quesillo (se me antojó y tuve la desfachatez de saboreármela con antelación). A lo mejor hasta aquí todo estaba bien; pero Ángel, un compañero del mismo trabajo, me dijo: “te dejo esta empanada de camarón para ti. Los muchachos las prepararon para la comida y te guardé una”. ¡Claro que llegada la hora de la cena, me zampé la torta de cerdo y la empanada de camarón! No sé si estos dos alimentos sean compatibles y se puedan comer en la misma ocasión. Yo, tan campante, me los tragué sin ningún empacho.
Salí de trabajar, llegué a casa y tan a gusto me sentía, que aún tomé un vaso de leche con pan, pasada la medianoche. Llegar al amanecer del sábado fue horripilante. No le deseo a nadie una noche así, tan interesante como la que pasé, con viajes constantes y apresurados a donde ya les conté.
Hace un rato, me he puesto la gorra de Sherlock Holmes, para analizar un tanto quién fue el verdadero culpable del desaguisado de este fin de semana: el cerdo (la torta), el camarón (la empanada) o la vaca (el vaso de leche).
Primero la vaca: existe la posibilidad de que la leche estuviera ya a punto de agriarse o que debido a lo avanzado de la hora en que la tomé, no me haya caído del todo bien.
El camarón: reconocido marisco de nobles y probadas dotes afrodisíacas, siempre es un alimento pesado que según los entendidos, hay que acompañar su ingestión con una copa de vino blanco o tinto (si se ingiere toda la botella, de los efectos del camarón ni cuenta se da uno).
El cerdo: cuando se trata de comer “carnitas” de este animal, es un verdadero deleite saborearlas con muchas tortillas, una salsa bien picosa, un poco de arroz y unas cuantas cervezas heladas, que completen el banquete. Yo me tragué una torta nada más; pero bastó para que combinado con los otros alimentos, este cerdo, puerco, cochino, marrano, oinc oinc, alcancía de Toy Story o como quieran llamarlo, hiciera de las suyas.
Después de este análisis tan exhaustivo (me he tardado tres minutos en llevarlo a cabo), pienso que el verdadero culpable ha sido el cerdo. ¿Por qué?... porque no es la primera vez que una torta preparada en las instalaciones supuestamente higiénicas donde ésta se preparó, me ha hecho daño. Finalmente, quizá ni el cerdo es el culpable, sino las personas que la han hecho (¿cómo puedo asegurar que la hicieron con higiene?).
Después de mis pesquisas, puedo asegurar que el verdadero Sherlock Holmes no me hubiera contratado de su ayudante, como al doctor Watson. Me he dejado vencer tan fácilmente por la idea de que el cerdo es el criminal, que el inteligente detective, con certeza, me habría calificado de un hombre común y pusilánime. Mientras, yo sigo atrincherado, ¡qué se joda la familia!, que yo de este w. c. ¡no salgo, no salgo y no salgo! ¡He dicho!
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