UN CUENTO BLANCO
Felipe, joven agradable amigo mío, acostumbra tomar café a las seis de la tarde en la cafetería del hospital en que trabaja, donde me lo encontré. Al verlo decaído le pregunté la causa. Me contó su historia (por mis años tengo facha de cura).
Tuve una infancia feliz a pesar de ser hijo único, la primaria la cursé en una escuela solo para hombres, pero ya desde la secundaria tuve compañeras, aunque por mi mala suerte ninguna despertaba deseos pecaminosos. Debo aclarar que estudiè en puras escuelas oficiales.
Mis padres eran retraídos, mi madre la iglesia, mi padre de índole izquierdista y no les gustaba la vida social, así que no traté señoritas decentes. Vino la época gloriosa de la universidad: compañeros divertidos, noches de guitarra, bebidas espirituosas, damas sin prejuicios, alegres y cariñosas, así seguí por un tiempo.
Como médico especialista fui admitido en el hospital “Las Américas” regenteado por jesuitas, mi madre intervino con sus influencias. Entonces fui absorbido por las buenas conciencias que tan bien describe el fallecido escritor Carlos Fuentes: tenía que guardar las apariencias, me casè con la hija del director del hospital: Elisa, la que fue reina del Club de Leones. Mis dos hijos menores son unos caballeritos, puros dieces en el colegio (de jesuitas naturalmente), mi hija toda una señorita de apenas 10 años, ella y su madre me tren jodido para que me porte bien.
Debe saber mi querido señor, que me siento preso y extraño mi vida de soltero. Lo peor es que la cabrona de mi mujer me quiere llevar a misa.
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