Decido salir al bosque y a la noche, porque me muero de hambre. Cuando empezó a oscurecer, me entró una sed devoradora y unas ganas inmensas de ingerir alimento. Sé bien que el bosque a estas horas es peligroso, porque salen de sus madrigueras los depredadores, algunos de ellos tan necesitados de comida como yo, que se vuelven feroces, sanguinarios por tener un trozo de cualquier cosa que comer. Aun así, no me importa demasiado. Con esta hambre que me agobia, puedo también ser feroz, muy cruel. El instinto por la supervivencia es el que domina.
Me muevo con rapidez por el bosque plagado de sombras y murmullos, ansioso de encontrar qué comer. Miro precavido, volteo constantemente hacia todos lados porque no sé qué pueda acecharme entre la espesura o más allá de los árboles. Camino buscando; cuando la luna sube más alto es que noto que alguien me sigue muy sutilmente; primero es una sensación, luego una certeza. Retardo mis pasos, camino despacio, de reojo alcanzó a ver que una sombra avanza a mis espaldas, vigilándome. Me inquieta. Aprieto el paso, la sombra que me sigue lo hace también. La luna ha salido completamente, está llena. Brilla grande, redonda, blanca, magnífica en medio del cielo oscuro. Estoy casi corriendo entre arbustos, ramas, árboles. Lo que me persigue, acelera el paso o la carrera tanto como yo. No sé quién es ni qué quiera de mí, pero el miedo empieza a invadirme de veras. Corro ya sin control, desbocado, aturdido, temeroso, lo que me persigue está pisándome los talones y no puedo hacer nada para detenerlo. La luna llena sigue brillando en su esplendor. Adelante hay un gran claro entre los árboles, decido correr hacia él, enfrentar de una vez por todas a mi perseguidor. Lo más lastimoso es que la sed y el hambre me acucian, no he encontrado alimento alguno y tengo que enfrentar a quien me persigue. Volteo rápido, fugazmente hacia mi perseguidor, compruebo que es muy alto, casi negro, alcanzo a atisbar entre sombras que tiene garras aguzadas y terribles. Decidido, me planto en el claro para enfrentarlo. Miro hacia mi perseguidor. No hay nadie más que yo y mi sombra. Es aquí cuando comprendo que aquello que me ha estado siguiendo no es otra cosa que mi propia sombra, una sombra grande, monstruosa, con extrañas garras en manos y pies. A la luz de la luna llena, me miro a mí mismo y comprendo. No soy un hombre… soy un lobo. La noche, se desgarra con mi aullido.
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