(1ª Etapa) de las MEMORIAS DE César Alvarez -Loseiros-
Winston Churchill. Político Ingles y Nóbel de Literatura
PREÁMBULO
Con cincuenta años, en el año 2000, una intervención quirúrgica de hernia discal me dejó incapacitado para atender y trabajar en los negocios de hostelería que tenía instalados en las ciudades de Gijón y Oviedo del Principado de Asturias, necesitando muletas para cualquier intento de ir de la cama al baño o cualquier desplazamiento como pasear o caminar;
la única opción que me recomendaron en el hospital era solicitar el retiro (jubilación forzosa).
Tuve que emplear dos años en juicios con la Seguridad Social, hasta conseguir que me concedieran la jubilación y el reconocimiento de una minusvalía, dejando de ejercer mi actividad profesional y obligado a liquidar los negocios, al ser incompatibles con el derecho a recibir una pensión por incapacidad.
En el año 2002, me apunté al Programa Universitario para Mayores de la Universidad de Oviedo “PUMUO” como una necesidad de encontrar entretenimiento en mi nueva situación, ocupado únicamente en realizar ejercicios de rehabilitación por las mañanas, en un intento de recuperar la sensibilidad y fortaleza de mis extremidades inferiores.
Tres horas de clase por las tardes, cuatro días a la semana en la Universidad, resultaron tan interesantes que hasta provocaron replantear aspectos de mi propia trayectoria, al repasar y analizar con detenimiento lo que había vivido hasta entonces.
En un ejercicio del Taller de Poesía, en el 2º curso del PUMUO en el año 2004, nos pidieron escribir una poesía que incluyera momentos y vivencias de la infancia y que, de alguna forma, tuvieran alguna influencia en nuestra propia historia personal, descubrí la insignificancia de mis recuerdos que, ni con adornos inventados, daban para completar dos o tres estrofas.
Al intentar buscar información para la poesía del taller, observé mi falta de perspectiva y de elementos como fotos, apuntes y cachivaches, cayendo en la cuenta de que no existía en mi cabeza ningún recuerdo de la infancia; solo vestigios de mi adolescencia, desde la convalecencia de la meningitis a los cursos de escuela primaria y el seminario.
Los primeros borradores de las poesías que presentaron las alumnas más extrovertidas y conversadoras de la clase mostraban mundos de ensoñación de recuerdos con las abuelas, entornos peliculeros disfrutando de desayunos y comidas familiares, tardes de playa y fiestas en verano donde, casi todo, resultaba maravilloso.
Mi sentir era tan diferente que me costó trabajo escribir los primeros renglones, no encontrando ningún recuerdo para intentar, siquiera, estar a la altura de lo que oía a mi alrededor.
Mi único soporte con datos contrastados era mi documentación personal de Identidad, donde figuraba la fecha y lugar de nacimiento: el 14 de marzo de 1950 en Los Eiros, Cangas de Narcea, provincia de Asturias.
Fui de los últimos en presentar mi trabajo al profesor y poeta D. Aurelio González Ovies, que titulé La Infancia Perdida, a quién le llamó la atención el título de la poesía sobre la que, con posterioridad, más trabajos se realizaron, dando pie a la preparación del 1º Certamen de Poesía Pumuo.
La Infancia Perdida apareció en publicaciones del Pumuo y publicada en varios libros y trabajos de profesores de la Universidad, resultando también ganadora con el 1º premio, en el Concurso de Poesía del Ayuntamiento de Oviedo en el año 2005.
De esta poesía, La Infancia Perdida, utilizaré algunas estrofas, como fiel reflejo, que lo es, de la primera parte de mi vida.
Capítulo I. Entorno de mi nacimiento
En mi época de nacimiento, el suroccidente asturiano era una de las zonas más pobres y deprimidas de la provincia de Asturias, a pesar de la extraordinaria riqueza paisajística y forestal que recogen las ediciones de libros y tratados sobre fauna, flora y montes milenarios, como Muniellos y Monasterio de Hermo donde nace el río Narcea.
Con uno de los mayores hayedos de Europa, hábitat del oso pardo y diversas especies de animales salvajes (lobos, zorros, jabalíes, corzos, garduñas, ardillas) que, en general, pasaban desapercibidos y no molestaban a los vecinos de las Aldeas, salvo los lobos que, en ocasiones, atacaban a las ovejas, necesitando acompañar con el ganado a perros mastines equipados de carrancas en el cuello (collar de pinchos), para defenderse y ahuyentar a las bestias.
Gran parte de esa riqueza pertenecía a los herederos del Conde de Toreno, de quienes dependían los diferentes poblados, cedidos a través de arrendamientos y concesiones como titulares de las casas de labranza instaladas en la zona, donde se asentaban pequeñas y dispersas aldeas, con casas de labranza de familias de campesinos, que se ocupaban en la explotación agrícola de las fincas y pastoreo de ganados, consiguiendo mantener poco más de media docena de vacas, el burro (o mulo o caballo), con los que trabajaban las tierras y algunas ovejas y animales de corral, de los que comían los miembros de la familia.
Medios de subsistencia.
Lo que conseguían con la venta de lo que no se consumía (terneros y algún cerdo) lo dedicaban a pagar las rentas y cuando el Sr Conde decidía vender la propiedad, a pagar a los prestamistas que les habían anticipado el dinero, reservando lo que podían, para ir al médico por causa grave y las compras de necesidad.
Todas las familias se dedicaban al pastoreo y cultivo de tierras y prados, ayudados para arar y transportar las cosechas con sus propios animales, compartiendo entre todos los vecinos, una extensión de monte común para pasto de ganados y zonas acotadas de matorral (arbustos silvestres y arboledas con hayas, abedules, robles y castaños) para cada vecino.
De los montes aprovechaban los frutos y las maderas, que vendían o utilizaban para elaboración de útiles y herramientas para la siembra y recolección y construcciones de cierres para estabular el ganado o cualquier otra necesidad que realizaban con los elementos de su entorno, salvo que no dispusieran de materias primas (carpintería, cemento y herramientas de hierro), para ser elaborados por ellos mismos para el trabajo.
Las compras imprescindibles para cualquier agricultor eran los básicos para la condimentación de alimentos (aceite, pimentón, sal, azúcar y si se podía algo de tabaco, que conseguían en los bares-tienda de la parroquia, que les fiaban hasta que realizaban la venta de algún ternero; dejando para ocasiones más propicias las necesidades de uso familiar como la ropa y el calzado de vestir.
De igual forma, necesitaban comprar plantas, semillas, sulfatos e insecticidas para combatir las plagas de insectos y escarabajos que invadían los sembrados de cereales y los productos de la huerta.
El aislamiento y las malas comunicaciones eran la característica fundamental del territorio, en un paisaje agreste, poco poblado y falto de cualquier posibilidad de acceso a la información más elemental.
Texto de la poesía INFANCIA PERDIDA
A veces quedo perplejo,
asombrado y pesaroso,
de que a mí no me pasara,
lo que hoy presencian mis ojos.
No tengo, ni tan siquiera,
envidias, remordimientos;
tengo la mente vacía,
de una infancia sin recuerdos,
Soy asturiano de campo
y sí recuerdo y mantengo
en mi interior, en mi mente,
el cariño de mis padres,
los olores de mi pueblo,
las cumbres y los caminos,
el paisaje, aquel ambiente;
Nací en el año cincuenta,
¡cuatro casas son mi aldea!
familias de campesinos,
donde empuja todo el mundo
también los niños y viejos
para comer cada día
y acabar con la miseria.
Mi aldea. (marzo de 1950).
En mi aldea no había escuela, ni capilla para el santo patrón San Bartolo, cuya imagen se veneraba en la Iglesia de la Parroquia, donde vivía el cura y también se concentraban los servicios y suministros más elementales, que se podían adquirir en los dos bares-tienda existentes; el cementerio de la parroquia se situaba junto a la Iglesia.
En la Parroquia, a la que pertenecíamos siete aldeas, cinco colindantes con el Monte Muniellos y las otras dos separadas de Muniellos por el cauce del río Narcea, junto al que pasaba la carretera asfaltada que comunicaba con Cangas, la capital del concejo.
En La Venta, a dos km de la parroquia por la carretera que comunicaba al concejo, casas de labranza y dos bares-tienda, la casa cuartel de la guardia civil y un consultorio médico, atendido por médico y practicante.
Las escuelas a las que podíamos acudir desde mi aldea se situaban, para los niños en Samartino y para las niñas en Pousada, que también era parroquia por la cantidad de vecinos que albergaba, donde también existía una fragua para fabricación y reparación de herramientas y un molino de agua para moler el grano de las cosechas, cuyos servicios se cobraban por “maquila” (porción de harina que corresponde al molinero por la molienda).
Las distancias hasta ambas escuelas desde mi aldea rondarían unos 2 o 3 km, trayecto que se hacía siempre caminando.
En la escuela de niños a la que yo pertenecía casi nunca disponían de maestro, que si bien se hacían cargo del nombramiento cuando se destinaba la plaza, el candidato seleccionado solía abandonar enseguida, con la excusa de malas condiciones de habitabilidad, lejanía y dificultad de accesos, consiguiendo que la mayoría de los chavales apenas alcanzaran a garabatear la firma, sin demasiada capacidad para aprobar el carné de conducir o escribir una carta, como les sucedía a varios vecinos de mi edad, que no salieron de la aldea.
Mis referencias personales. Nací el 14 de marzo de 1950 y sé por lo que me contaron que me bautizaron cinco días después de nacer y que recibí la primera comunión en la Iglesia Parroquial, cumplidos los siete años.
Y de mi familia, que soy el sexto de siete hermanos nacidos, aunque tres antecesores fallecieron en los primeros años, siendo la meningitis la misma enfermedad terrible, que se llevó al cuarto hijo, volviendo a intentarlo conmigo cumplidos los siete años y medio.
…sigue contenido de la poesía
INFANCIA PERDIDA
Había tantas carencias
que se alumbraban de noche
con lámparas de carburo
y otras de “esquisto” o de aceite
de espesos humos y olores,
a petróleo o grasa vieja,
Y cuando instalaron baño,
sólo un grifo y sin bañera
fue un hito tan importante
que olvidamos los paseos
fuera de casa, a por agua,
o al interior de las cuadras
donde todos, apurados,
personas, bichos y vacas,
dejábamos nuestros restos
para abono de las siembras,
No había libros ni salones
televisión ni una gaita;
solo una radio en la casa
donde escuchaban “los partes”
y a una emisora prohibida
que llamaban “pirenaica”.
Recuerdo los madrugones
con mil protestas y lloros
rechazando me mandaran
en la siembra de las tierras,
delante de vacas flacas
para marcarles el riego
sin perder la línea recta,
Mis bicis fueron caballos
y conservo algunas marcas
de caídas y tropiezos;
de balones y pelotas,
las piedras de los caminos
y veces en la bolera,
de bolos, con los vecinos,
Sembraban tierras y campos
recogiéndose en verano
hierbas, forrajes y granos,
para sustento del año.
La Meningitis. (septiembre de 1957).
Era la época de la recolección de las uvas, cuando enfermé de meningitis, por los recuerdos que conservo de unos racimos de uvas, que mis hermanos trajeron después de la visita al médico, para darme ánimos.
En mi memoria, solo alcanzo a recordar la insistencia de mis hermanos para que probara las uvas y un estado general de aturdimiento y mal cuerpo, acostado en la cama de mis padres con toda la familia alrededor.
En días posteriores y recuperado de fiebres y el mal estado por la enfermedad, repasando viejas fotos con mi madre de cuando hice la primera comunión, descubrimos que era incapaz de recordar la escena y los momentos inmediatos, anteriores o posteriores, de lo que había sucedido al tomar la foto.
Tampoco recordaba, ni soy capaz de recordar ahora, haber asistido a la escuela antes de tener la meningitis, donde decía mi madre que me habían enviado dos cursos, aunque con muchas faltas por no haber maestro la mayor parte del tiempo, sin ser capaz de recordar caras, nombres de los compañeros ni del maestro, ni la distribución y tipo de mobiliario en la escuela, o si había pizarra, encerado, aseos o ventanas.
La meningitis me había borrado la memoria, desapareciendo los recuerdos anteriores al padecimiento de la enfermedad.
También me contaron que la meningitis era una de las enfermedades que más desgracias producían en aquella zona, destinando a quienes llegaban a padecerla a una muerte segura, o a un sufrimiento de por vida como inválido mental, con secuelas físicas y psíquicas irrecuperables.
Mis padres ya habían perdido a otro hijo por la misma enfermedad y en algunas casas de aldeas vecinas había afectados con secuelas por esa enfermedad.
También dijeron que, en el proceso de mi curación, influyó que a mi padre lo acompañara mi padrino a un consultorio de un médico recién instalado en la capital del concejo, quien en cuanto me vio, les pidió que partieran inmediatamente al Hospital de la Capital, aconsejado por la fiebre y estado en que me encontraba, siendo imprescindible intervenir y aplicar penicilina con urgencia.
También les dijo que, en su consultorio, disponía de una muestra de penicilina que algún laboratorio le había enviado como nuevo producto, no disponiendo de suficiente información para realizar él mismo, la intervención que necesitaba.
Y que mi padre se confiaba en mi padrino, ya que él, además de la desesperación y angustia por mi situación, no tuvo palabras para decir nada, siendo mi padrino quien suplicando al médico, consiguió que interviniera.
Y que ambos tuvieron que sujetarme en la camilla, mientras el médico realizaba el pinchazo en mi espalda (al parecer con una jeringuilla enorme) para extraer líquido de la médula espinal y a la vista de la infección existente, inyectar la muestra de penicilina que salvó mi vida.
Cuando ya empezaron a notarse los efectos de la intervención y me vieron algo recuperado con menos fiebre, salimos de la consulta con las indicaciones y tratamiento que debería seguir, consistente en una inyección diaria de penicilina durante varios meses.
Con visitas periódicas en consulta, para el seguimiento de la enfermedad los primeros meses y la suspensión absoluta de trabajos y entretenimientos, que pudieran interferir en mi recuperación, suspendiendo la escuela, lecturas, obligaciones y disgustos.
El período desde la intervención por la meningitis y los nueve años lo recuerdo como el de una época feliz de niño mimado, encantado de las atenciones que recibía de mi familia, los vecinos y los que acudían a mi casa, interesados por el milagro de mi recuperación de la enfermedad y el resultado final, de superar la enfermedad sin señales ni secuelas físicas, ni psíquicas, salvo el borrado de recuerdos y vivencias anteriores a la enfermedad.
La escuela primaria (septiembre de 1959).
Con nueve años cumplidos ya recuperado de la meningitis, autorizaron que volviera a la escuela que, como seguía sin maestro, decidieron enviarme a Llano (el pueblo donde su hermano mayor había heredado la casa de los padres, donde había nacido mi madre).…
…sigue contenido de la poesía INFANCIA PERDIDA
Cumplidos casi diez años
y entre lloros y rabietas
me sacaron de mi casa
para asistir a una escuela,
con clases extras de ayuda
en ejercicios y cuentas.
En la escuela, me acogieron con más curiosidad que simpatía por parte de los alumnos y cercanía y calor por Don German, el maestro, sabedor de mi historial, surgiendo los primeros roces con los compañeros de pupitre, parejos en edad, pero distantes en conocimiento y tareas, provocando que el maestro me cambiara de sitio trasladándome a los de primer nivel de entre cuatro y seis años, con el consiguiente disgusto por mi parte, por las muecas y gestos de los de mi edad como insinuando que era medio tonto por mi retraso escolar.
Empezaron por referirse a mí, “por el de la braña”, por mi origen montañés (Llano se sitúa a unos 3 km de la capital del concejo).
Enseguida Don Germán empezó a dedicarme tiempo después de finalizar las clases, ayudándome con los deberes y repasando los temas de clase.
Me hospedaba en casa de mis tíos, de lunes a viernes, con traslados en la línea regular de autobuses durante los primeros meses, que me obligaba a largas esperas en la parada de autobús, lo que no pasaba desapercibido a los camioneros que transportaban carbón desde las minas cerca de mi aldea, que paraban en los bares de Veiga, donde corrían noticias de todo lo que pasaba en la parroquia que, para mi suerte, hizo que empezaran a invitarme a subir al camión y al poco tiempo, ya realizaba el trayecto gratis con los camioneros hasta la escuela, quienes además me alegraban el trayecto.
Hice dos cursos en la escuela, con tan buen aprovechamiento según el maestro que le dijo a mi padre que me había situado a la altura de los de mi edad y que tenía capacidad sobrada para estudiar o lo que quisiera, siendo una pena que no pudiera aprovechar esa capacidad.
Mi padre quedó sin respuesta cuando le sugirió que me enviara a estudiar con los frailes o algún Instituto Laboral que, muy cerca de Cangas, había uno importante y que, si no conocía a nadie o no sabía cómo hacerlo, él le podía conseguir una entrevista para que le contaran lo que hacían.
Al finalizar el segundo año de escuela, mi padre me llevó al Monasterio de Corias, donde nos atendió un fraile que me preguntó sobre la meningitis y me hizo un examen con preguntas, cuentas y cosas que habíamos visto en la escuela, que rellené en casi todo.
Al poco tiempo, recibieron una carta en casa, con la aprobación de ingreso para cursar estudios en León, donde debía presentarme en el mes de septiembre, provisto de un ajuar de ropa, como nunca habría soñado que llegaría a tener.
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