El infeliz atropelló a mi perro. Yo leía junto a la ventana y lo vi. El maldito bravucón — con quien ya todos los vecinos hemos tenido problemas en el pasado— salió veloz en su camioneta para ir de pesca al lago cercano. Mi Vaquero trató de escapar, pero la velocidad del vehículo no le dio el tiempo de eludirlo. ¡Grité! sentí en cámara lenta como mi vida se desvanecía mientras observaba el cuerpo golpeado de mi Vaquero volar por los aires hasta aterrizar junto a la cerca.
Mi Vaquero, mi hermoso y valiente Vaquero. Luchó por su vida, pero perdió la batalla al final del día. Fue abrumador acariciar su largo pelaje blanco con negro y percibir como, lentamente, el calor de la vida abandonaba su cuerpo.
Corre el tiempo, no así la pena. Esa se estanca.
Es martes de mañana y mi corazón no se repone. Es un dolor solo mío, nadie sabe.
Estoy agotado. Fue un fin de semana tan extenuante; y cuando al fin voy a dormir, repentinos golpes en la puerta me sacan del estado de relajo en que me encuentro. Son dos agentes de policía que me preguntan cuándo fue la última vez que vi a mi vecino. Su camioneta fue encontrada junto al lago. Les comento que fue el viernes y que como tantos otros fines de semana, se dirigía al lago a pescar. Lo vi, claro que lo vi. No mentí en ello.
Lo buscaron exhaustivamente. Incluso olvidando antiguas rencillas, algunos vecinos organizaron cuadrillas para explorar en los alrededores, adentrándose en el bosque; yo también me sumé, pero no hubo éxito. Mañana traerán los perros, esos que son expertos rastreadores.
Llega la noche. Me cuesta conciliar el sueño. Extraño la cercanía de mi Vaquero, los paseos por el parque, sus travesuras y hasta sus ronquidos. Él llenaba de vida y alegría mi hogar. Lo extraño tanto que duele.
Me desperté temprano, consternado con tanto alboroto. Los malditos perros invadieron mi patio ladrando con frenesí. Vinieron los oficiales con chuzos y palas hasta el lugar señalado por los sabuesos. A distancia observo como desentierran el cuerpo de mi Vaquero y no puedo evitar llorar. Los oficiales se van. Se deshacen en disculpas. Yo vuelvo a enterrar a mi fiel amigo. Únicamente él y yo sabemos que tan solo un metro más abajo yace el cadáver del infeliz de mi vecino.
M.D
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