Mis lecturas de poesía son pocas, no es que no me guste leer poemas o poetas que llamen mi atención, lo que sucede es que me he inclinado más hacia los cuentos (afirmo de nuevo que me fascinan) y también a las novelas. Sin embargo, en los últimos meses me he embarcado con varios poemas de Bukowski, Walt Whitman y ahora Emily Dickinson, una poeta norteamericana que realizó prácticamente toda su obra en la intimidad de su habitación. Se encerró durante muchos años en la casa de sus padres y fue ahí donde surgieron poco a poco los poemas que la ubican como una de las mejores poetas de todos los tiempos. Nació en Amherst, Massachusets (1830 – 1886). En vida, nunca quiso dar sus poemas a la imprenta, si acaso unos cuantos en forma muy forzada. Hablan de la Naturaleza, la soledad, las cosas pequeñas, el amor, el miedo, y por supuesto, la muerte. Puede percibirse en ellos las ansias de vivir, el miedo a estar sola, el no saber cuándo llegará el final.
Dejo aquí tres breves poemas de Emily, que ilustran muy bien la calidad de su obra y la pasión que me han provocado:
35
Nadie conoce esta pequeña rosa.
Podría haber sido una peregrina
Si no la hubiera cogido yo de los caminos
Y te la hubiera ofrecido a ti.
Solo una abeja la echara de menos,
Solo una mariposa,
apresurándose tras un largo viaje
para descansar en su regazo.
Solo un pájaro se preguntará dónde está.
Solo una brisa suspirará.
¡Ah, pequeña rosa, qué fácil,
Para alguien como tú, morir.
288
Yo no soy nadie. ¿Quién eres tú?
¿También tú no eres nadie?
¡Entonces ya somos dos!
¡No lo digas! Lo pregonarían, ya sabes.
¡Qué aburrido ser alguien!
¡Qué ordinario! Estar diciendo tu nombre,
como una rana, todo el mes de junio,
a una charca que te contempla.
347
Cuando la Noche está casi acabada
y el Amanecer se aproxima tanto
que podemos percibir las distancias,
es tiempo de alisarnos el pelo
y acariciarnos las mejillas.
Y preguntarnos cómo pudimos preocuparnos
por esa vieja y desvanecida Medianoche
que, hace solo una hora, nos aterrorizó.
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