Entré con el ímpetu y la indelicadeza de estar al medio de los quince y los dieciseis. Y era un cuarto contíguo al, dónde mi abuela veía yacer a su madre. Pero por mi estrépito, con mi nombre me invitó a pasar. Luego ya dentro y señalando mi bis-abuela, me cuestionó: ¿Nó vés lo qué hay aquí?
Pareciendo que mi respuesta verbal(sí la hubo)fue sin disminuir mi desasosiego, porque lo que siguió de sú parte, fué una mirada, que más que ello, era un desfile cronológico. Primero, trayendo mi verguenza al sitio, del que jamás debió de haber salido y segundo, mostrándome una secuencia fotográfica de parientes que no conocí.
Y, por supuesto, no preciso el tiempo exacto que pude resistir su confrontación. Ní para qué dirección salí. Tampoco, sí a partir de aquel momento he hallado equilíbrio mental. Capáz de insinuarme el acercamiento desde un lugar lejano, de lo que podría ser una partícula de perdón. Pero hablo de mí, nó de lo externo a mi propia alma.
Sin embargo y con el pasar del tiempo, he descubierto dos niveles, en la misma tesitura: uno interno y el otro externo. Pero, dicho de otro modo, sería en el plano familiar y en el de los seres circundantes. Aúnque en ámbos, la intensidad es la misma, en el segundo hay una dósis de injusticia. Por extrapolar desde un territorio, en que la consciencia está ausente.
¿Porqué ver en tí, lo que no viste en tús antecesores? ¿Y cerrarte caminos ó abrírtelos por conductas propias ó impropias de tú ascendencia? Y tódo con la desventaja de que existe la ceguera, que esconde la paja del ojo propio.
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