I
Las mujeres. Las mujeres siempre. Tan bonitas, tan inteligentes, tan sensuales. Ellas me atraen como si fuera yo un pellejo de carnicería, que con cualquier gancho me atoro. No lo digo con afán de ofenderlas (¡Dios me libre!), sino para mostrar hasta qué punto me atraen. Si veo una escoba con faldas, ahí me quedo (¡Otra vez la burra al trigo!, puras sandeces digo); lo que quiero explicar es que parezco chicle cada vez que estoy junto a una de ellas; me vuelvo blandito, blandito; me pongo a tartamudear y no sé ya ni lo que digo. ¿Eso está mal, verdad?... Así que cuando eso pasa, mejor trato de no decir nada, calladito me veo más bonito.
Lo realmente difícil es cuando tengo que hablar por necesidad con alguna de ellas y debo mirarla al rostro, porque mis ojos se van a sus ojos y siempre me hundo en ellos, o mis ojos se van tras su boca y mientras habla, imagino que los beso o los muerdo. Aunque me da pena, luego que me acuerdo, se me antoja hacerlo de veras. Pero soy un tonto, porque nunca sería capaz de hacer algo como eso.
II
Un amigo sicólogo al que le confié algunos de estos arrebatos, me dijo que no me preocupara, que probablemente había tenido yo un trauma siendo pequeño, que por eso ahora tenía esos pensamientos exagerados de la sensualidad, que seguramente era “mi sombra” la que me hacía actuar así. ¿Mi sombra?... Me pidió que lo visitara en su consultorio para tratarme, pero dudo en hacerlo.
Cuando mi amigo habló de la sombra no le entendí muy bien, pero luego que por fin fui a verlo al consultorio, me habló de Freud, de Nietzche, de Jung, y dijo que definitivamente era “mi sombra” la que pugnaba por salir, por hacerse presente, como el doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Casi me quedé igual, pero comprendí que estaba yo enfermo. Así que me recetó unas pastillitas, me dijo que tomarlas me iba a mejorar mucho.
Ahora duermo profundamente y no me acuerdo de nada al despertar. Esto me da mucho miedo, recuerdo un libro de la Yoshimoto que leí hace mucho tiempo: Sueño Profundo. Me espanta dormir así.
III
Hoy he conocido a Magdalena, una mujer joven, que me ha puesto a temblar como gelatina. Me ha asustado que ella piense que me gusta; pero así es: me gusta. Aunque creo que no la veré más. Al despedirnos, en lugar de rozar su mejilla, he intentado besarla en la boca, ella me ha dado tan tremenda cachetada, que la mandíbula aún me duele. Me he portado como un animal y no habrá otra oportunidad para cambiar los hechos.
IV
Todo está bien. No quiero hacerle daño a nadie. No puedo más con estos sentimientos, con estos pensamientos, con estos instintos sexuales que me vuelven un ser extraño, quizás un monstruo. Amar duele. Las palabras de amor, duelen. Las huellas del amor, duelen. He puesto en el bolsillo de mi pantalón un mensaje breve: “No se culpe a nadie”. Ahora, voy caminando hacia el Panteón Civil. Quiero hacerle compañía a mi madre. Un viejo roble crece a unos metros de su tumba, es un magnífico árbol para un nudo y una cuerda. Aún no sé si logre hacerlo, con seguridad a mi madre no le gustaría; si me arrepiento, no sé cómo podré seguir viviendo.
|