Esperando el microbús en una noche incierta y en un barrio nunca trajinado por mis pies, apareciste presurosa, gentil y ansiosa. Portabas una chuchería, algo banal quizás, pero que en tus manos adquiría el aspecto de un trofeo. Y me lo extendiste antes del beso que alargaste hacia mi mejilla. Te agradecí con uno similar en mi mirada. ¿Quién eras? me iba preguntando abriéndome paso entre cuerpos ajenos que repletaban ese microbús. Un aire de navidad se intuía en ese escenario difuso y poseído de luciérnagas multicolores o de puestos iluminados en esa noche estival más presentida que cierta.
Pero como en los sueños uno tiende a recular, me sentí obligado a retribuir esa gentileza tuya, muchacha desconocida y me vi envuelto entre negocios absurdos e inodoros. Hurgué entre variedad de objetos que pudieran placerte, retribuirte ese beso furtivo y quedar tranquilo conmigo mismo. Al final de cuentas, adquirí algo brillante, acaso la alegoría de un beso o el rutilar de una quimera.
Y corrí a ese encuentro. Sabía que aparecerías segundos antes que el microbús. Pero el escenario era distinto. Había sentimientos tuyos instalados en mí, te aguardaba con expectativas, te deseé. Y cuando apareciste, ya sabía de ti de un modo distinto, tal vez un trasvasije, cierto fulgor instalado en el pecho. Y fue trivial el extenderte el cachivache aquel, comprendiendo que ya no me bastaba el beso huidizo en la noche trémula. Y te prometí y sólo sonreíste. Cuando apareció el microbús, nos dolió ese instante. Y subí, mientras mi melancolía te agigantaba cada vez más.
Es otra época. Regreso a ti con la esperanza bullendo. Te ubico en ese barrio impreciso y ya eres otra. Sin expresar nada, me abalanzo sobre ti pero me detienen. Son garras poderosas las que me alejan. Un tipo ceñudo te antecede. Y sin que la palabra hile este encuentro, entiendo que ahora es otro el motivo de tus sueños. En rigor, jamás fuimos algo. Pero insisto y en tu rostro se dibuja la aureola gris del desprecio. ¿Qué hago aquí? ¿Qué hago aquí?
El preámbulo surge cual acto de una obra escénica. Otra época. Un bebé en tus brazos, luminosa tu faz y tu brazo enlazado en el mío. Supongo que ahora nos pertenecemos, al punto que el crío brama y le ofreces tu pecho henchido mientras tus labios me dibujan un beso. Es un sueño. Bebemos la noche circular. Por lo menos, esto no terminó mal.
|