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Mi mano seguía aferrada a ella, mientras su temperatura iba bajando y por mi mejilla empezaban a brotar las lágrimas. Empecé a sentir el frío que recorría internamente mi cuerpo hasta llegar a mi corazón. Una sensación de ahogo y su último respiro fue el sonar de su palma al caer. Ya no había contacto entre nosotros, por más que seguía sosteniendo su mano. Su piel se transformó solo en una piel, sin vida.
Noemí, la enfermera que acompaño a mi mujer en esos últimos días, se acercó y me abrazó. Su cálida piel me hizo devolver la sensación de estar vivo y con su abrazo, sentir protección y acompañamiento. Mis células empezaron a moverse de a poco, contagiando a todo mi cuerpo. Ese abrazo hizo que me conectara de nuevo.
Recordé la primera vez que toque la mano de mi mujer y una electricidad recorrió mi cuerpo. Estábamos caminando por el barrio de Flores y una garua empezaba a caer sobre nosotros. Ella agarró mi mano y una mezcla de emociones pasaron a través de esa piel suave, rosada. Una corriente eléctrica que iba y venía. Nervios, alegría, incertidumbre, calor, empatía donde el resultado fue una sonrisa cómplice entre ambos. Me sentí vivo como muy pocas veces en mi vida. Y desde ese momento, nuestras pieles fueron compañeras de por vida. No nos soltamos más.
Recuerdo su aroma, su identidad mediante ese conjunto de glándulas que la hace diferente a otra persona. La sensación de recorrer su cuerpo desnudo y como mi piel acariciaba la suya y viceversa. Donde sus besos me hacían estremecer y un cosquilleo diminuto, se paseaba por mi cuerpo, con la sola caricia en mi espalda, que convertía mi alegría en eterna.
Sensaciones indescriptibles, como también cuando estaba enojada y su piel se ponía tensa, rígida, distante donde salían chispas desde los folículos hasta la hipodermis. Que cuando se cruzaba con la mía, generaba una reacción de rechazo momentáneo. Como una barrera que cuando pasa el tren, vuelve a levantarse.
O cuando me decía “A ese no lo soporto” y su cara se transformaba. Aparecía la María ofuscada, arrugada, distante, fría y su piel acompañaba esa transformación. Era su piel la primera que la protegía de aquel agente externo. Su primera barrera y con ella todo su cuerpo. El rechazo era evidente.
Esa piel, tu piel que hacía que me estremezca hasta las lágrimas o irradie una energía inigualable, una química magistral. Algo único.
La piel, ese maravilloso órgano que al entrar en contacto con otro, logra una ensalada de sensaciones, reacciones y sentimientos inimaginables. La piel ese órgano que nos mantiene vivo y en continuo contacto con nuestro interior. Esa piel, tu piel, es la que hoy extraño.

Texto agregado el 18-11-2021, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-11-2021 Y si eso es lo que primero se extraña Jaeltete
18-11-2021 Lo que me gusta de esta narración es que es "romántica" pero narrada con la objetividad del verdadero romántico y no del cursilero impostor sentimental. Bien hecho. Saludos. ValentinoHND
18-11-2021 Con toda seguridad, es así como decís. MujerDiosa
 
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