El sol brillaba con fuerza sobre el paisaje de Puerto Madero, y se reflejaba en el agua regalando a los transeúntes un crisol cromático del que pocos se percataban. La prisa que empuja las piernas de la mayoría de los porteños no les permite tener el gusto de disfrutar de cosas tan simples como un reflejo de sol. Tienen cosas mucho más "importantes" que hacer... Casi todos.
Con su cámara a cuestas como siempre, Gustavo tiene una visión diferente de lo que lo rodea. Sus ojos, herramientas casi tan precisas como el objetivo de su lente, siempre están atentos para captar aquellas imágenes que para la mayoría pasan desapercibidas. Un tipo feliz que reboza de felicidad cuando mediante su cámara logra captar aquellos instantes mágicos que casi nadie puede ver.
Su ojo experto se enamoró enseguida de su mirada radiante. Ella era rubia, pequeña, inocente y sensual. Sus largos cabellos eran agitados por el viento, dándole a su rostro una belleza difícil de resistir. Su cuerpo era perfecto por donde se lo mire, y en sus ojos celestes, si uno prestaba atención, podía verse reflejada la ilusión de cientos de hombres que pasaban junto a ella, regalándole algún piropo.
Gustavo recordó entonces un comercial que había visto por ahí, y en un rápido movimiento tomó una rosa de un puesto cercano (dejando el importe con disimulo y elegancia), y acercándose a la blonda le dijo:
—No creo que esta flor pueda compararse en lo más mínimo con la belleza de tus ojos, pero es mi mejor intento para robarte al menos una sonrisa.
La rubia no pudo evitar sonreír, al tiempo que se sonrojaba en forma encantadora y dijo:
—Gracias... ¿Sos poeta?
—No. El piropo me lo enseñó un amigo mío que se llama Rubén, a él le gusta escribir. Yo soy más aficionado a las imágenes que a las letras. —Dijo, mostrando con orgullo la cámara que llevaba al cuello.
—¿Sos fotógrafo? ¡Me encantan los fotógrafos! Sacame una foto... con tu rosa, para llevarla de recuerdo a mi país.
—¿De donde sos?
—Soy irlandesa.
—¡Wow! No se te nota el acento.
—Es que hace muchos años que vivo acá, pero en poco tiempo voy a volver.
—¿Cómo te llamás?
—Mmm... después de la foto te digo.
A Gustavo no le quedó otra alternativa entonces que alejarse un poco de la apetecible rubia, para poder enfocar su cámara.
Ella colocó la rosa junto a su rostro, dándole a la foto un toque artístico que la hacía todavía más bella. Gustavo apuntó y disparó su cámara. Entonces fue que sintió un estampido, y gritos. Bajó la cámara y observó a la rubia, cuyo rostro estaba surcado por una expresión de desconcierto, mientras un punto rojo había aparecido sobre su frente, convirtiéndose muy pronto en un borbotón de sangre que le quitaba la vida poco a poco.
Parecía como si Gustavo le hubiera disparado un proyectil con su cámara.
La rubia cayó hacia atrás, perdiéndose en las aguas del río.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, alguien lo empujó por la espalda, arrojándolo al piso mientras le ordenaba: "¡Al suelo!", y se escuchaban nuevos disparos.
El asaltante, que falleció a pocos metros de ahí, había sido el responsable del balazo que mató a la chica. El que arrojó al piso a Gustavo era un policía que se encontraba en la persecución.
El fotógrafo estaba shockeado. Le llevó bastante tiempo y la ayuda de un psicólogo de la policía, volver a sus cabales y lograr que sus piernas dejen de temblar para poder regresar a su casa.
De regreso en su hogar, los nervios no lo dejaban dormir. Daba vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño.
Encendió la PC y conectó su cámara. Quería ver una vez más a la hermosa muñequita de porcelana cuya vida se había perdido en forma trágica.
Cuando la tuvo frente a sí no pudo contener un estremecimiento. La cámara había captado su última sonrisa. Su último instante de vida.
Se le ocurrió que sería buena idea imprimir esa foto, No sabía por qué, pero quiso tenerla en papel, así que puso manos a la obra. Conectó su impresora y envió la fotografía a la misma.
Sin embargo, el resultado no fue el esperado. En lugar de la chica, en el papel apareció la palabra "Saoirse".
Gustavo no tenía la menor idea de lo que había pasado, pero volvió a intentar pensando en algún defecto del equipo. Sin embargo, una y otra vez aparecía la misma palabra en el papel.
Intrigado, se le ocurrió buscarla en Google, y se sorprendió al comprobar lo siguiente:
Saoirse : Nombre irlandés. Se pronuncia "sirsha" y significa libertad.
En ese momento, los cabellos de la nuca se le erizaron, y un escalofrío recorrió su espina dorsal. La rubia no le había dicho su nombre. Iba a decírselo luego de la fotografía.
La impresora comenzó a funcionar sola, y una tras otra las impresiones decían lo mismo: "Saoirse=Libertad".
Sin salir de su espanto, Gustavo recordó algo que había leído: Dicen que cuando te toman una fotografía, parte de tu alma pasa a la imagen. Muchas tribus de indios antiguos no se dejaban fotografiar porque temían perder sus almas en el intento. Y esta chica, Saoirse, le había pedido ser fotografiada justo antes de morir.
Por muy descabellado que parezca, Gustavo llegó a la conclusión de que de alguna manera el alma de Saoirse había pasado a la fotografía. Y el hecho de repetir su nombre, asociado a la palabra "Libertad", sin duda significaba que deseaba que él la libere.
Entonces, se le ocurrió una idea: marcó el archivo en su PC y lo eliminó. Justo en ese instante la impresora se detuvo.
Satisfecho entonces, y agotado, Gustavo decidió acostarse a dormir.
La sorpresa la tuvo a la mañana siguiente, cuando en su almohada encontró la fotografía impresa de Saoirse, junto a una rosa roja, y una pequeña tarjeta que sólo decía "Gracias".
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