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Reencuentro

La narración habla de un compañero de universidad de los llamados “puta madre”. Nunca estudiaba. La imagen que recuerdo es su llegaba con el mismo abrigo gastado a las pruebas de los días sábados en esos gélidos días de inviernos, con su barba creciente, pelo revuelto, ojeras y fumando. Venía del salón de pool después de estar toda la noche entre mesa y mesa y copa y copa. Su único lenguaje era juegos y apuestas, o como perdió su reloj y otra vez su calculadora.
Pese a la resaca le iba bien en las pruebas. Nosotros estudiábamos y él no.
Cuantas veces lo vimos con su mano enyesada ¿Qué te pasó? - Le pegué a un pelotudo - su respuesta.
La mamá tenía las canas verdes y el papá su úlcera reventada. Tenía un concepto errado de la amistad, el pololeo, la jerarquía. A todos por igual les corría combo. No le tenía miedo a nada ni a nadie. Era “más malo que pegarle a la mamá”. Manejando tomaba desde la botella y desde la ventanilla la lanzaba contra los paraderos de buses con paletas luminosas. Estas reventaban con un gran estruendo sin importar si habían pasajeros esperando.
Recién egresado de la Universidad iba de pasajero en un auto y su amigo conductor igual de malvado y alcohólico chocó contra un árbol saliendo disparado por el parabrisas quedando desparramado en la acera. No fue un triste final porque por desgracia no falleció. Así pensábamos, porque considerando su lastimoso estado era lo mejor que pudo pasarle. Quedó en coma como treinta días.
Yo lo visité a su casa donde permaneció por meses tendido en su cama irreconocible. No existía milímetro en su cara sin puntos. Era una gran cicatriz, dura, como cáscara de naranja, producto de las múltiples cirugías estéticas.
Su mamá nos comentaba que este muchacho estuvo en el umbral, en el otro lado. Apenas despertó preguntó por la abuela, muerta hacia seis años. Que habían conversado mientras contemplaban su propio cuerpo, que lucía como una calavera. Pensamos que la mamá con la impresión, el susto y la pena quedó un poquito chiflada.
Esta semana visité una empresa y mientras conversaba con la dueña, negociando, especulando, apareció un joven adulto, flaco, no parecía adulto, pero tampoco parecía joven, que era, no sé, quizá un robot, tenía los bigotitos como dibujado. La hermana, la dueña, le repetía que anotara para que no se le olvide, pero también se olvidaba que anotar. Ahora estaba en terapia donde le comentaban un texto y el de inmediato lo olvidaba. En la última operación le encontraron un vidrio milimétrico entre su masa encefálica. “Y ya han pasado veinte años desde aquel accidente”. De paso me comentó que después del accidente cambió. Su hermano ahora es un pan de dios. "Es amable, protector, nos quiere a todas, a su mamá, a mí, quiere a los animales".
En el diploma colgado en la pared estaba el apellido del otrora compañero. No dije nada. Me retiré.

Texto agregado el 17-11-2021, y leído por 92 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-11-2021 Una dura lección la recibida por aquel joven que quería beberse la vida de un solo trago. Buen relato. maparo55
17-11-2021 Impactante historia, muy bien contada, fluida la lectura entretiene y atrapa hasta el final,. Jaeltete
17-11-2021 Impactante historia, muy bien contada, fluida la lectura entretiene y atrapa hasta el final,. Jaeltete
 
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