ROBO CON SORPRESA
El bandido entró sigilosamente por el patio trasero. Ya era muy tarde y la gente de la casa estaba dormida hacía bastante rato. Había un silencio tenso que de vez en cuando era interrumpido por algún sonido nocturno. El hombre si situó tras la ventana de uno de los dormitorios dispuesto a entrar, no sin antes ordenar muy bien sus ideas y objetivos.
Generalmente la vivienda se encontraba sola, según decían, hacía poco tiempo atrás una mujer junto a su hijo se habían mudado a ese lugar. Existía una salida lateral por la cocina y los interruptores de la luz se desconectaban frente a la puerta de entrada. Todo estaba listo; comprobando que el revólver estaba en su lugar y cubriéndose el rostro con un pasamontañas, el ladrón se dispuso a entrar.
Con un poco de esfuerzo, logro burlar la seguridad de la ventana y ya estaba dentro. Allí todo estaba muy oscuro. Encendió la linterna y pudo notar que se trataba del dormitorio de un niño; lo delataban los juguetes y tapices de las paredes. En la cama yacía un cuerpecito bien arropado durmiendo plácidamente.
El hombre de inmediato sintió algo muy extraño dentro; una especie de arrepentimiento o mal presentimiento lo habían invadido. Era la primera vez que le sucedía aquello. Pero intentando dejar omitir aquello, siguió con la inspección de la vivienda. Necesitaba encontrar algo de valor.
Caminó cauteloso hasta llegar al comedor, donde la luz que poseía la linterna encendida le regalaba muchas imágenes atrayentes; un florero de loza, una pintura famosa, etc. Pero el hombre continuaba desconcertado. La imagen de ese pequeño durmiendo le daba vueltas dentro. Por primera vez desde que había tomado aquel ‘trabajo’ pensó que tal vez no fue buena idea haber entrado a esa casa, pero ya estaba allí y no se podía ir con las manos vacías.
Intentó continuar con la inspección de la casa dirigiéndose a otra de las habitaciones, pero en ese momento sintió un ruido; algo similar a pasos recorrían el lugar. Apagó la linterna y tomando la pistola con firmeza esperó en silencio. El corazón le latía fuerte y los nervios le estaban invadiendo. De pronto el ruido disminuyó, pero el bandido aun sentía la presencia de alguien. Se quedó en silencio así, listo para un enfrentamiento por casi veinte minutos, hasta que comprobó que no había peligro. Y continuó con su objetivo, pero ya no estaba dispuesto a llevarse grandes cosas.
Aquel ladrón osado y atrevido se había visto intimidado por aquella casa, algo en ella le provocaba una sensación extraña. Entró en el dormitorio mas grande, y encendiendo la linterna notó que algo brillaba en el velador, rápidamente lo tomó guardándolo en su bolsillo. Lo mismo hizo con otros objetos que estaban en el mueble donde situaban los perfumes, maquillajes, cremas y otros objetos femeninos. Volteó la luz hacia la cama y notó que en la cama matrimonial solo dormía una mujer, poco a poco se acercó intentando tomar otras joyas del velador, pero los pasos momentos antes escuchados volvieron a hacerse presentes. Esta vez el malhechor estaba seguro. Apagó la linterna y se escondió tras la puerta “pero si Tomás me aseguró que era solo una mujer y un niño” pensó. Los pasos nuevamente cesaron. “Ya es bastante” se dijo, “Es mejor que me vaya”. Pero antes de partir encendió la linterna y con la curiosidad incesante que acarreaba aquella profesión quiso ver el rostro de aquella mujer. El ladrón estuvo a punto de desfallecer ante tal impresión.
¡No podía ser verdad!. Se trataba de Amanda. Un sinnúmero de imágenes volvieron al abatido hombre, ¿Pero Ella no vivía en el lado oeste de la ciudad?, ¿Porqué se encontraba con ella en aquellas circunstancias y luego de tanto tiempo?. Miles de preguntas invadan al ladrón, quien dejaba ver tras el ropaje que cubría su rostro, unos ojos bañados en lagrimas y angustia. Quiso salir de inmediato.
La puerta de la cocina estaba clausurada, los pasos se habían echo nuevamente presentes y ésta vez sentía como iban tras él. La respiración se le había agitado y el sudor bañaba su rostro cubierto.
Confuso y lleno de recuerdos acentuándole cada latido del sofocado corazón, decidió marcharse por donde mismo había entrado. Se dirigió al dormitorio del pequeño y abrió la ventana. Los pasos se habían detenido, pero la presencia de ‘alguien’ estaba allí. El bandido ya no podía usar el revólver; no era capaz de hacerlo.
Sentado en el umbral de la ventana dispuesto a saltar al exterior, por casualidad la luz de la linterna nuevamente encendida le mostró que en la cama ya no estaba el niño. En ese momento saltó al otro lado, pero uno de sus ropajes había quedado atrapado. El bandido ya no arrancaba por el echo de robar, ahora huía del recuerdo y de la posible verdad que estaba cerca.
Lentamente y medios temerosos (por la edad), se asomaron un par de ojitos que eran iluminados únicamente por la luna.
-- Enciende tu luz que me da susto –dijo de pronto la pequeña voz.
El bandido logrando librarse de la ventana, y estando ya afuera hizo caso encendiendo la linterna casi por inercia. La luz mostró a un niño de no más de cinco años en pijamas, parado frente a él.
-- Mi mamá tenía razón. Algún día vendrías a visitarnos.
El hombre guardaba silencio, mientras sentía que le temblaba todo el cuerpo.
-- ¿Me dejas verte el rostro? -cuestionó el pequeño.
La luz enfocó al malhechor mientras éste se sacaba el gorro.
-- Pero no te pareces mucho a mi como decía mamá –continúo el niño.
El hombre no soportó más y apagando la linterna besó al niño con la mirada. Empezó a caminar rápidamente hasta salir del jardín, pero antes de irse escuchó la vocecita que aun le hablaba
-- Chao!, ven pronto, porque mi mamá dice que ella también te extraña...
El bandido corrió y corrió con la mano en el bolsillo apretando la pulsera robada. Corrió angustiado por las solitarias y oscuras calles del lado sur de la ciudad.
Lorena P. Díaz Meza
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