No puede el corazón
conservar el ritmo
tras un inesperado
golpe de castigo.
Un quejido velado
desde el amor
acunado.


Porque ni el más
amargo vino
puede hacerte
sentir dulce
una mirada vacía,
ni aturdir un recuerdo
que ronda desvelado.


Que vivir también
es no mirar a los ojos
para ocultar el brillo
de los reflejos,
de imágenes borrosas
diluidas a lo lejos
empapadas
de sentimientos.


Es aclarar la garganta
para sostener
el quiebre de la palabra
y poder asegurar
una respuesta
con voz firme
desde las ruinas
del alma.


Que vivir también
es dejar escapar
las lágrimas
en silencio,
para que nadie
sea arrastrado
por el torrente
de un lamento.


Porque amar
es estar vivo
y vivir también
es sentir dolor.
Es soportar
que la garganta
se enmudezca
por un sentir
sin sentido,
como la primicia
inexplicable del llanto
de un recién nacido.