Mientras el cadáver yacía en la tumba labrada de piedra que
Pertenecía a José, el Cristo viviente existía como Espíritu desincorporado.
Jesús el Cristo, James E. Talmage
Probablemente relataré esta historia, a mi misma, desde este mundo en que habito. Recíbala el que quiera y pueda si llega al tuyo, aquel que también me acuno un día. La palabra tiene por tanto el protagonismo. La palabra trasciende los mundos.
En el lecho en que descanso, un ángel me llama para que le siga. Es tan dulce su semblante y su cuerpo como una luz, más tengo miedo de ir con él, ¿será que todavía no me acostumbro al lúgubre mundo, lleno de caminos y pasajes carentes de límites? Dice que me llevará a una zona con más luz. Conforme avanzamos veo signos. Aquí quedó la memoria de aquel, su rastro y su gloria, por si no saben Él visitó este mundo antes que yo llegara. Aun tengo tiempo de rebuscar en mis recuerdos aquellos días, aunque muy pocos eran los que tenía de existencia en ese entonces, pues era mi edad apenas doce. No hablaré de amor, pero el amor está presente en esta historia. Sé que los ángeles son buenos escuchando. Desde lo más profundo del corazón al ángel le conté lo mismo que ustedes están a punto de saber…
Nací de buenos padres, me educaron con los principios y tradiciones de un pueblo, me enseñaron el respeto de todo, hasta de aquello que no alcanzamos a ver ni entender. Cuán difícil resultó esta parte, pero la obediencia a los padres según las leyes era algo primordial, ya que la desobediencia se castigaba y hasta podría llegar a humillarse en público. Por el contrario, al obedecer se me recompensaba con sonrisas, algún dulce o un lugar en medio de mis seres queridos. Eran aquellos días tan buenos y llenos de sol, un sol que es hermoso al amanecer y, al atardecer su luz cuando toca los objetos y las casas toman un tono dorado, ¡es tan bello! el cabello de mi madre también se llenaba de luz y el mío, pero pocas veces alcancé a verlo.
Ella me sonreía siempre al verme, era callada de carácter, pocas veces recuerdo el verla conversar con alguien que no fuéramos nosotros, hablaba conmigo a solas, me hacía feliz al oirle decir que era yo el resplandor de sus ojos. Me enseñó a cocer los alimentos, preparar el pan y sobre leyes de salubridad. Eran habituales muchas enfermedades en el pueblo, pestes y muertes nos acechaban a diario. Frecuentes entierros y despedidas con música y llanto eran característicos de aquellos lugares y de los tiempos en que nos correspondió habitar. No obstante, no lo entiendo, nunca me han gustado los entierros. Al principio me resultaba aterrador ver la muerte: cuerpos inmóviles, sin aliento, el hedor envolvente como una atmósfera asfixiante, pero la constancia me insensibilizó, o al menos eso creía. Pasaba cerca de las familias en pena, veía los cuerpos y me terminaron siendo comunes pero solo de lejos. Mi padre me reprochaba la falta de tacto, ¿qué podría decir a favor mío?, era un maestro en la sinagoga, si, instruía sobre leyes muy difíciles, era sabio e importante. Al mirarme muchas estrellas se anidaban en sus ojos, y en aquella blanca frente dos cejas pensativas se arqueaban con muy tierna expresión. Que hermoso era, piadoso, responsable, y por ello mismo, muy estricto. Solía usar una frase reconfortante pero siempre rodeado de una barrera invisible, “soy estricto contigo, pero no la mitad de lo que soy conmigo mismo”. Era el mejor del mundo. Me enseñó el aleph y los números, la importancia de los libros y la prudencia al hablar, en otras palabras a callar delante de otros, la conversación debía limitarse a las amistades, a mamá y a papá, de tal manera que jamás nadie se enteró que sabía leer y escribir, hacer cuentas e incluso crear historias. ¡Por favor Ángel no le cuente a nadie sobre esta confesión! –Supliqué un poco apenada más que temerosa. El Ángel hizo un ademán de aprobación, y a la vez dio autoridad de continuar la historia y a medida que avanzábamos, salíamos de la zona lúgubre, un resplandor que llena el alma con una serenidad amplia, se empezó a divisar -Ahí hay gente que tal vez conozcas - Me dijo. Continuamos-
- En cuanto a mí, siempre fui muy frágil, solitaria y pensativa, me gustaba el silencio, contemplar el cielo, hacerme preguntas sobre Dios y su creación. Le pregunté sobre la naturaleza de los hombres, el destino, el desierto, el cielo. Otro día mientras iba al estanque por agua vi un grupo de Soldados romanos todos con sus armaduras como rayos de sol, castigaban a un pobre hombre, se le acusaba de traición, seguro fue por desobedecer una ley, sé que nunca sabré que fue de él. Lo mismo hicieron con otros que jamás regresaron. siempre me pregunto ¿por qué el castigo de los adultos es más cruel que el de los niños?, ojalá y yo nunca crezca, pero ojalá y Dios me diese el entendimiento para no cometer errores y faltas contra sus leyes. Deseé que el pobre hombre fuera obediente, no sufriría castigos y tal vez los soldados le diesen algún dulce y le permitiesen sentarse entre ellos a contemplar el cielo de la tarde.
La mayor parte del tiempo sofocaba el calor, “pero los árboles no sufren por eso, siguen muy verdes y sus frutos son tan dulces y jugosos, de ellos se puede hacer tantos bebidas refrescantes en verano y si se sabe fermentar, puede hacerse vino”, era tan común el vino que nadie compraba, lo mismo le sucedía al pan, solo los mas necesitados y hambrientos veían el pan común y el vino como manjares dignos de reyes. Los soldados romanos, siempre estaban bebiendo y siendo imprudentes, este pueblo mío no les quería ya que nos impusieron otras leyes. Su rey, “Ceasar le llamaban”, había pedido a la gente que fuera obediente a sus gobernantes, pague impuestos, de lo contrario nos sucedería a todos lo que la ha sucedido a ese pobre hombre. No sé en que época nuestra familia se mudó a esta ciudad romana, hay comercio abundante, próspero. Pero se siente la carencia de algo más.
Así que se tratabamos de ser felices en una tierra que creíamos propia. Algunos migraban a tierras romanas para tener más oportunidad de prosperidad. Conforme aprendía del mundo, me volvía más solitaria, mis únicas amigas eran Ana y Tamara. Ana era muy distraída se olvidaba de todo tan pronto emprendía una nueva tarea, pero nunca de nuestra amistad, eso era lo más importante para ella. Tamara era muy impulsiva, no le gustaba estar mucho tiempo en un solo sitio, y se metía en los lugares menos apropiados para una niña. Eso no impidió que nos entendieramos como hermanas, cuando ya no quería estar rodeada de personas, me veían y se despedían.
La enfermedad que me atacaba se volvió más agresiva, me transportaron fuera de la esplendorosa ciudad de Gerasa, atravesamos un pórtico que en aquel tiempo empezaba a ser construido, de ahí partimos a las curvadas colinas cerca del río Jabok en busca de un doctor recomendado quien me examinó hasta agotar sus posibilidades, me dio algunas hierbas amargas entre consejos y oraciones. En sus ojos, sin embargo, pude ver que no detectó la enfermedad. Le sonreí y le agradecí sin mencionar mi acertada sospecha. Regresamos por donde venimos, no recuerdo la hora que era, solo viene a mi memoria el bullicio de una multitud que seguía a un hombre, fue una inesperada coincidencia, quizá eso la vuelva coincidencia, o tal vez inesperada. Pues aquel me miró de una manera tan particular y me sonrió, yo le devolví la sonrisa, más tarde y más lejos nos enteramos que hacía milagros, -sanó a un paralítico- decían unos -devolvió la vista a un ciego- pregonaban otros. Mamá me dijo que le llamaban el hijo de Dios, o al menos eso profesaba la gente y su fama se había esparcido por todos los pueblos, en cambio papá, decía que era un exhibicionista y solo esperaban una oportunidad para desacreditarlo. Volvimos al atardecer, ya recuerdo el tiempo, vi la ciudad desde lejos, situada en las colinas de Gilead, salpicadas de olivos e higueras, se sintió reconfortante volver al hogar. Entramos olvidando todos los incidentes, anocheció para todos.
A pesar de las oraciones y las visitas de algunos médicos no hubo mejora, pasó el tiempo y caí muy enferma, no pudieron sanarme ni los más diestros, pero sí no faltaron las personas fe, me dijeron que era la voluntad de Dios. Yo por el contrario pensaba que todo había sido mi culpa, haciendo cosas que no debía, he pecado un gran pecado contra la familia, contra los reyes, mi genealogía y sobre todo contra Dios.
El agotamiento me derrumbaba, me desvanecía y ausentaba por más tiempo, hasta que un día todo lo que estaba fuera de mí dejó de existir; las formas, los colores, los sonidos, el calor, las emociones. Solo una luz envolvente creaba un espacio amplio como un pasaje circular, se volvía tenue, cercano a lo exangüe hasta quedar en tinieblas, hasta flotar en la nada.
Un punto luminoso en medio de una oscuridad profunda fue creciendo y aumentando su luz hasta formar una silueta, una silueta de luz creo. No me atemorizó, por el contrario sentí tranquilidad. Se acercó a mí para extender su mano y tomar la mía. Pronunció unas palabras:
-¡Talita cumi!
Su voz era suave, pero se sentía como quien tiene autoridad sobre todas las cosas. Poco a poco aquella silueta se materializó hasta tomar la apariencia de un hombre, los objetos de la habitación empezaron a aparecer suplantando la oscuridad, era como si las tinieblas huyeran de su presencia, tiritaba aquel lienzo oscuro hasta desaparecer. ¿Y que hablar de mis padres?, era una nueva rareza de oriente, mezcla de asombro, tristeza pero sobretodo alegría, pude ver que aquel hombre era el mismo que le siguió la gran multitud en aquella ocasión que me había sonreído, había en sus ojos más que estrellas, todo un cielo se reflejaba en sus pupilas, de manos tibias y amigable sonrisa. No pude apartar de su faz mi mirada moribunda. En la mente apenas podía comprender que había sucedido. Con mis ojos recién abiertos, entendí verme en una cama, postrada, mis padres felices, familiares y amigos formaban un semicírculo, mis amigas entraron llenas de alegría, me veían con ojos enormes, ¡por supuesto que habían llorado! y se acongojaban conmigo. Apenas habían transcurrido algunos minutos desde el arribo de aquel Señor, pero sentí entonces que su espíritu estuvo conmigo siempre. Me ayudaron a ponerme en pie, caminé y me sirvieron alimentos. Pasaron algunos días. Y la noticia recorrió todos los pueblos, a mi que siempre me ha gustado contar historias, nunca me creí ser la protagonista de las historias de las personas. Luego mi padre entró en un estado de alegría y tristeza. Alegría por el milagro de la vida, y tristeza por su estado como maestro ya que todo lo que defendía ahora carecía de fundamento, pero la luz de esperanza arqueaba sus cejas, ahora se había convertido en discípulo de aquel gran Señor.
La vida transcurrió, el tiempo pasa y reclama su materia, incluso después de haber sido tocado por un ángel de luz. Es el ciclo de las leyes que se rigen autónomas en el cosmos. Leyes creadas por el mismo ser de luz. Y siguiendo el camino del destino, me tocó presenciar más dolor en el mundo, muertes, torturas, contemplé la cruel crucifixión de aquel Señor, y supe sobre su maravillosa proeza de la resurrección. Me casé, no tuve hijos pero si los anhelé como la tierra a la lluvia. Me tocó vivir la muerte de mis padres. Luego, en contra de todo deseo llegó mi turno de un final propio y así llegué a este mundo. Más debo decir que todo lo que se había contado sobre el otro mundo, ni siquiera teneís la mínima idea de lo maravilloso que es. Junto a mi guía continuamos por el camino, hasta encontrar una esplendorosa ciudad de arquitectura orgánica, nunca vista, ahí encontré cientos de personas, a mis padres conversando con otros, también estaban mis antepasados, vestidos de blanco, otros vestían de negro. El ángel me dijo que ellos no habían hecho convenio cuando estuvieron vivos, pero que eran buenas personas. Luego el ángel me dio algunas instrucciones y se marchó. Ahora cambio mi tristeza a felicidad, mi relato ya tiene cientos de oyentes. Aquí en este mundo hay ciudades y jardines imperecederos, llenos de luz, hay salones de clases donde se enseña sobre temas simples y otros más complejos, algunos no puedo explicar, pero otros sí. La gente va y viene, conversa sin miedo a estrictas leyes de los hombres, aquí se es libre, aquí se reúnen hombres y ángeles para tener recuerdos, para reír y hacer promesas, aquí nos reunimos para contar historias.
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