Con el permiso de la reina.
PRIMER ACTO.
Escena 1.
(En un puesto callejero, sobre la colectora de la Pánamericana)
Mauricio: (Observando la mercadería) ¡Feliz día de la primavera! Que según dicen los expertos, como prensa hidráulica la luna se traslada hacia nosotros, en forma de círculo en espiral.
Alberto: Es francamente inquietante, sin apogeo ni perigeo, prácticamente en linea recta.
Mauricio: Pero finalmente, de tanto acercarse, la Luna estallará, convirtiéndose en unos anillos como los de Saturno.
Alberto: Así dicen los que saben, aunque mejor será seguir remando sin tanto mirar al cielo.
Mauricio: ¿De que tratan estas empanaditas?
Alberto: En realidad son tortas fritas rellenas, las tengo saladas, picantitas, y dulces.
Fíjese, no tienen repulgue, y están herméticamente selladas. Hoy las tengo de carne cortada a cuchillo, de jamón y queso, y de merluza; también en versión picante.
Mauricio: ¿Y las dulces?
Alberto: De ricota, y de batata con chocolate.
Mauricio: Véndame una de carne picante. ¿Que hay de beber?
Alberto: Cafe, té, limonada, y agua mineral.
Mauricio: Quisiera una limonada. ¿Vende mucho por día?
Alberto: Pasa que al tener que ir cambiando de lugares estoy siempre empezando de cero.
Mauricio: Uy, pero que rica está; ¡oy! y como pica. Eres un master cocinando.
Alberto: Uy; espérese, no se asuste; ahí viene uno que se hace pasar por inspector de bromatología, un pesado que dice trabajar para la municipalidad.
Sebastián: ¡Y vos, colorado alcahuete! Tenés que pagar para poder estar acá.
Alberto: Aunque hoy estás más elegante que de costumbre, rajá por que te revoleo lo primero que encuentro.
Sebastián: Mirá, te aviso, si para la tarde no juntas cien dolares, vas a bailar con la más fea. (Se va)
Alberto: ¡Dólares!
Mauricio: Uy, que fuerte. Volviendo a lo nuestro, ¿que otros manjares sabés cocinar?
Alberto: De todo, para mi cocinar es poner la presa a retozar en el fuego hasta quedar bien dorada, sin por ningún lado tener algo quemado; pero también soy un fenómeno haciendo cebiche.
Mauricio: (Los datos de lugares son absolutamente inventados) Con mi señora somos los propietarios de un restaurante, llamado El Remanso, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a pasos del Congreso. ¿Lo conoces? Y de otro, a inagurar en el próximo verano, en pleno centro de Mar del Plata. No deseo privar al pueblo de la suya presencia en las calles, pero quisiera contratarlo de cocinero. ¿Que le parece?
Alberto: Estaría bueno.
Mauricio: Te prometo un buen sueldo, y estar en blanco, con todos los beneficios sociales.
Alberto: Me interesa. Alberto Segovia, es mi nombre, aunque puede decirme: Colo.
Mauricio: Mire, Alberto, no quisiera correr riesgos, y desearía que por hoy, mejor, dejes de trabajar...
Escena 2.
(Por trabajar en El Remanso, en el depatamento asignado)
Ana María: Poné los pies en remojo así se van aflojando los cayos.
Alberto: Que opinás si mientras reviso la cantora, le hincamos al asado frío, le entramos con los forward, y a la cama con Madonna.
Ana María: (Enchufando la radio con un alargue) Voy a cebar unos ricos mates.
Alberto: ¿Sabías?, en mi reemplazo del puesto, he dejado a Miguel Contreras. La voy a samarrear a ver si se trata de un falso contacto.
Ana María: Claro. Estoy ansiosa por escuchar las noticias sobre la Luna.
Alberto: Por favor, Vieja, alcánzeme un cuchillo de punta.
Ana María: Ya mismo. Ahora que vivimos tan cerquita del trabajo, ¿te molestaría que los mediodías aparezca por El Remanso con una canasta con flores?
Alberto: No, para nada; y de seguro a la señora de Mauricio le va a encantar.
Ana María: Gracias por tu confianza, me quedo recontenta.
Alberto: Bueno, madre, aquí la tiene, vivita y coleando.
(Escuchan el noticiero que dice: Noticia de último momento. En el orden local: Tragedia en la Pánamericana. Frente a númerosos testigo, en un puesto callejero, que vende tortas fritas rellenas al costado de la colectora, en un intento de asalto, el ladrón se vió sorprendido por el accionar del encargado, quien forcejeando con el arma hizo que ésta se dispare, hiriendo de gravedad al malviviente, quien falleciera en el acto.)
Alberto: Oh, no, seguro se trata de Miguel, iré a ver que sucede.
Escena 3.
(En una oficina del Remanso de Capital)
Mauricio: Alberto, te mandé llamar pues deseo conversar de ciertos asuntos. Dígame una cosa ¿Como es que nunca se lo ve con mujer alguna, patea usted para el otro lado? ¿No tiene deseos de estar con alguien?
Alberto: Bueno, bien, le voy a contar la verdad de mi vida. Hace algunos pocos años, fui sacerdote, y ocurrió que tuve relaciones con una compañera monja, y nos pescaron. Pero igual sigo siendo una persona religiosa que cada día que pasa pide perdón por lo que hizo.
Mauricio: ¿Y quién lo obliga a ser casto y puro; acaso su madre?
Alberto: No, ella piensa igual que usted, y siempre me alienta a que busque una novia.
Mauricio: ¿Pero si ha dejado de ser cura, para qué insiste con ser lo que no es? ¿Que espera, a ser viejo y que nada funcione más que el bastón? Pero espere, antes quiero saber de otro asunto. Estuve investigando, y de su grupo de amigos, precisamente, Miguel Contreras, el que mató al falso inspector, por su caracter turbulento, era el menos indicado para dirigir el puesto; porqué además tuvo que abandonar un trabajo muy interesante, mientras que los otros amigos están en banda, desocupados; ¿acaso no sabía usted que el empleado suyo iría a reaccionar como lo hizo cuando fuera increpado por el falso inspector?
Alberto: Pasa qué, para estar diliando en la calle, hay que tener mucho carácter fuerte, y mis otros dos amigos son dóciles como caballos de alquiler. Además, de lo que usted sospecha, equivale a traicionar a los amigos, y eso nunca.
Mauricio: Mire, Alberto, quiero informarlo de los planes que tengo en mente. Me gustaría que nos traslademos a El Remanso de Mar del Plata, ya. Seguramente querrás llevar a tu madre, no hay problema, les voy a conseguir un duplex. Con mi señora nos iremos a alojar en el edificio Havanna, de donde podremos observar todo lo que sucede en El Remanso.
Alberto: Estoy abierto para lo que guste mandar.
Mauricio: Por último, preste atención, voy a contratar los servicios de una dama de companía, para así, más luego de la inauguración, vuelvas a ser un tipo sociable. No sea testarudo, cómo va a ser párroco sin parroquia.
Alberto: Permita que me sonría.
Mauricio: Usted es ahora un chef de primera categoría. ¿A ver, diga, cuantas veces hizo el amor en toda su vida?
Alberto: Aquella sola vez; debut y despedida.
Escena 4.
(En una pizzería de Buenos Aires, Capital; dias antes de partir rumbo a Mar del Plata)
Miguel Contreras: Que cada uno eliga un gusto, y de sobrar, lo habremos de empaquetar para regalo.
Alberto Segovia: De tono alegre me confieso orgulloso de estar nuevamente unidos, comiendo y bebiendo; quizá no aquellos manjares silvestres de una liebre guisada, pero si porciones necesarias para el buche del alma.
Pablo Terma: Propongo un brindis de fin de año, de copas llenas, con puro champagne.
Alberto: (Levantando la copa) Por la libertad de Miguel, por gracias de su inocencia.
Rodolfo Mineros: ¡Lucharemos hasta vencer y seremos felices!
Alberto: Queridos scouts, hoy más que nunca debemos permanecer unidos. Brindo por nuestra eterna amistad, más ruego a Dios por qué nos mantenga unidos y en gloria.
Mauricio: (Entrando) ¡Hola, muchachos! Malas noticias, la organización mundial de la salud, alerta sobre la propagación de un raro virus, llamado covid19, asegurando pronto transformarse en grave pandemia.
Todos: Si, ya lo sabemos. ¡Mugrientos, es por los virus intrahospitalarios! Pobres chinos, les están hechando la culpa. Venga, siéntese. Acérquese al fogón. Que agradable sorpresa. Y una última, ahora al arroz conviene que comelo frío.
Mauricio: Sepan amigos, que más luego del cebiche de ayer, mañana mismo voy a adquirir una embarcación totalmente equipada para la pesca, de tipo gomón, con motor fuera de borda, y en parte abastecer a El Remanso con lo que vayamos a extraer del Atlántico.
Rodolfo: En lo personal, brindo por ser nosotros unos eternos scouts, aun debiendo soportar las persecuciones de los anti-imperialistas.
Alberto: Seamos consientes que formamos parte de una institución internacional, con millones de adeptos, orgullosos de seguir perteneciendo a esa familia.
Rodolfo: (Pausa) Querido Alberto, alguien nos ha informado, que tu madre te peina cuando duermes, así, poniéndote como unos ruleros artesanales, fabricados con papel moneda fuera de circulación.
Alberto: ¿Como saben eso, quien se los dijo?
Rodolfo: Él; áltamente preocupado nos contó lo sucedido ayer en el trabajo, que se te hubieron caído, en la cocina, unos billetes doblados en forma de tubo, que tu madre los usa como simples ruleros.
Alberto: Mauricio, le pedí que no cuente nada a nadie.
Mauricio: Va a ser conveniente tomar algunas precauciones sanitarias pues se dice que el virus del covid-19 se propaga cual un incendio forestal...
Pablo: Hermano, no te equivoques, él te quiere de corazón, e hizo muy bien en pedir ayuda.
Rodolfo: Y..., che muchachos, escuchen ésta. Para el día de la inauguración del boliche de Mar del Plata, Don Mauricio, le tiene preparada una sorpresa muy extraordinaria.
Alberto: Oh, no, también ha contado que irá a contratar los servicios de una señorita...
Rodolfo: Está muy bien, lo felicito, es absurdo querer seguir siendo el sacerdote que ya no eres.
Mauricio: Es por tu bien, te expones a ser considerado un esotérico.
Rodolfo: Olvida la posibilidad de un bendito perdón, pues entiende que nunca llegarán a exonerarte.
Miguel: Abandona pues, esa maldita costumbre de seguir siendo un cura secular.
Alberto: Tal vez tengan razón, voy a probar y ver que me pasa con todo ésto.
Pablo: ¡Amarrete, por qué mejor, no la pagás de tu bolsillo!
Rodolfo: Mira, Alberto, con Pablo y Miguel, hemos preparado un número de acrobacia.
Alberto: A ver, ¿de que se trata?
Rodolfo: Uno en cada punta, ocupando las cuatro mesas, parados en las cabeceras, moviendo las cabezas en círculo, con un hilo grueso de muzarela en la boca, vamos hacer que Miguel salte como las niñas, pero bailando una polka rusa.
Mauricio: Esperen, ahí está tu madre queriendo encontrar al santo; cruz diablo, voy a retirarme y enseguida regreso. Hagan como que no me han visto.
Ana María: Por fin, recorriendo cada uno de los restauranes y pizzerías los he localizado. Señores, patatufete, definitivamente, la luna se nos viene encima.
Alberto: Si, madre, junto con lo de la pandemia en cierne, es el tema obligado en cada rincón del planeta.
Pablo: Venga señora, siéntese a mi lado, vamos a comer unas ricas porciones de anchoa.
Ana María: ¿Usted es Pablo Terma?
Pablo: En efecto. Recuerda cuando eramos niños scout e íbamos por su casa, y usted nos echaba a escobazos.
Ana María: Como no recordar; y cómo olvidar a tu padre, quien se tomara el atrevimiento de empadronar a mi hijo de boy scout.
Pablo: Ante la negativa de su marido, Alberto le imploraba a mi viejo en hacerse cargo de la inscripción, entonces, él no dudó en anotarlo como hijo propio, y sumarlo a la tropa naciente. Pero igual, con mis compañeros, lamentamos lo sucedido con el papá de Alberto, lástima, un hombre en apariencia tan sano.
Ana María: Ser imperialista te lleva, primero a la miseria y después a la ruina; y entonces es que, mi marido adoraba escribir artículos sobre política anti inperialista. Pero de tanto maldecir a tu padre el corazón le estalló en mil pedazos.
Pablo: A nosotros los Scout, como primera medida, se nos enseña amar la patria por encima de otros valores.
Ana María: Crónica de un final anunciado.
Pablo: ¿Ese era el título del libro que nunca llegó a publicar?
Ana María: No, era lo que de seguro le iría a ocurrir por tanto disgusto. Ah, pero ese cretino de Mauricio, quiera el destino que inagure un boliche en Whuan y se contagie del covid-19, o que directamente la luna le impacte sobre la cabeza...
Pablo: ¿ Pero por qué?
Ana María: Quiere que allá en Mar del Plata, vivamos en departamentos diferentes.
Pablo: Mauricio alquiló un duplex.
(Vuelve Mauricio)
Alberto: ¡Mauricio!
Ana María: ¡Ah!
Mauricio: Como andan, los observo un tanto contrariados. ¿Sucede algo malo?
Ana María: Es un poco por culpa suya, ¿a ver, diga?, ¿si aquí vivimos en el mismo departamento, por qué pretende separarme de mi hijo?
Mauricio: Entre otras, pues, con los muchachos, queremos presentarle una señorita.
Ana María: ¿Voy a poder ofrecer las flores?
Mauricio: No, me va a tener que perdonar, pero ésta vez no... Ana María: Ahí viene una de longaniza. No, muchachos, dejen, mejor sirvo yo. Rodolfo: Sírvame a mí, señora. No sufra, no va a quedar nada. Alberto: Cuando se hace en cantidad la comida sale mejor.
Miguel: Un momentito, yo también quiero.
Ana María: Muy bien, Miguel. Vamos, quien desea una porción.
Pablo: (Acercando el plato) Échele sin miedo. Siempre listo para lo que guste mandar.
Ana María: ¿Y vos Alberto?
Alberto: Madre, deje, prefiero ser yo quien sirva las porciones...
Ana María: Es costumbre y tradición ser la mujer la que ofrece la vianda a la tropa.
¿Usted Mauricio? No me come nada.
Mauricio: Ya comí.
Ana María: (Intenta poner un vidrio en la comida) No sea mentiroso, mire como se le salen los ojos de la órbita, ¿quiere una porción, si o no?
Mauricio: Le dije que no.
Ana María: Ande, coma...
Miguel: ¿Muchachos, que tal si ya mismo hacemos la prueba de la muzarela?
Alberto: Buena idea.
Pablo: Luego de succionar la pizza, haremos que el queso estirado sea como una soga de saltar, y como cierre se irá a agregar Miguel, bailando una polka rusa.
Ana María: Entonces, ¿antes de la inaguración es que Alberto va a estar con una muchacha?
Mauricio: No, va a ser la madrugada después de finalizada la pachanga, ya tenemos todo acordado...
Ana María: ¿Y su señora, que opina de todo ésto?
Mauricio: Nada pues lo ignora.
Ana María: Usted Mauricio, no me come nada...
Mauricio: ¿Por qué insiste tanto en querer servir, servir y servir? Mire, le voy a decir la verdad, alguien se lo tiene que decir; además, le cuento, ya nadie ignora que usted le pone ruleros cuando Alberto duerme. Fueron unos billetes antiguos lo que colocó en los cabellos de Alberto, pero cometió un error, señora, dejando olvidado uno de esos rulero con un clip enganchado. Ana María: Así que le entran de lleno a la intimidad... Mauricio: ¡Cometió un olvido imperdonable! Mire, señora, a mi Alberto me interesa mucho, pero no sé si tanto como para de rebote tener que aguantarla a usted... Rodolfo: Calma, por favor. Gente linda, se viene la prueba de la muzarela.
(Entra Serena)
Serena: Hola ¿Se acuerdan de mi? Alberto: ¡Serena! Que alegría encontrarte, que placer volver a estar con vos... Serena: Cúando Mauricio me contaba de sus proyectos, hablando orgulloso de un gran cocinero, pelirrojo, de cabellos rizados; y de trabajar bajo la prioridad de sus recetas, supe que se trataba de vos, que no podía ser otra la persona. Y ahora, de lejos, los ví, y decidida me dije, basta de misterio... Alberto: No hace falta que expliques nada. Bueno, bien, si ustedes no sé ofenden, quisiera tener una charla a solas con Serena. ¿Que te parece si nos mudamos a una mesa de dos y conversamos un momento? Mauricio: Vayan. No hay problema. Desde aquí les mandamos unas porciones.
(Alberto y Serena, se ubican en una mesa de dos)
Ana María: Pero si esta muchacha, es nada más ni nada menos que la monjita desacatada que propiciara el escandalo con el vaticano. Mauricio: ¿Serena, es la monja novia de Alberto? Ana María: Ya me veo que esta mocosa se viene a acomodar con nosotros, después queda preniada, y no hay Dios que la quite de nuestras vidas. Mauricio: ¿Y que tiene, acaso no le gustaría ser abuela? Ana María: Usted, Mauricio, siempre tan simplote; pero hoy por hoy, está haciendo un desvío horrendo de profesión, de gastronómico a tratante de personas. Mauricio: Recién me desayuno que Serena es la monja compañera de Alberto. Ana María: Ande coma.
(Serena y Alberto, en una mesa más adelante)
Alberto: Serena, siempre rezo para que seas recontra feliz, y que no te falte nada.
Serena: En cambio, cuando volví a ser una civil cualquiera, tuve que dedicarme a revolear la cartera.
Alberto: Debo reconocer que estoy algo dolido.
Serena: Ay, que difícil y aburrido, todo el tiempo tener que decir mentiras, pero ahora contigo he de decir la pura verdad.
Alberto: Nunca pierdo la esperanza de volver a ser un religioso, no haciendo lugar para las diversiones.
Serena: Debes reemplazar el amor ideal por uno concreto.
Alberto: Nunca logro enamorme de nadie que no sea de Dios...
Serena: No tengo resentimiento alguno, ni con vos, ni con la iglesia; y tampoco tendría cara para volver a ser monja.
Alberto: Traté de salvarte, Serena, pero igual nos echaron diciendo que eramos la vergüenza de la institución.
(Se hace presente Enriqueta Beatriz, esposa de Mauricio)
Enriqueta Beatriz: ¿Hola, que tal, como vá?
Alberto: Que agradable sorpresa, señora. Le presento a Serena, una amiga del alma. Serena, te presento a Enriqueta Beatriz, esposa de Mauricio.
(En la mesa grande)
Ana Maria: Si, pero éstos dos, ya ofendieron a Dios, por demás, y no sería raro que ante una simple garúa los vaya a partir un rayo.
Mauricio: ¿Y ustedes muchachos, que piensan hacer cuando el comandante en jefe se encuentre atado con las cadenas del amor?
Pablo: Para nosotros no existe nada que nos separe.
Mauricio: Ana María, allí está mi señora, le pido, sea buena y mantenga la boca cerrada; entiendo su mirada lacónica, quédese tranquila, la voy emplear, pero a sola condición que las mandíbulas le sean bisagras oxidadas.
Ana María: De cualquier cosa, no, de adicionista.
Mauricio: (Le muestra el dedo pulgar) Podría ser únicamente como encargada del guardaropa.
(Alberto y Serena, volviendo a la mesa grande, con Enriqueta)
Ana María: Ande, Don Juan, hágale un lugar de su señora, así de indiferente, ¿cómo no va a sospechar que algo raro sucede?
Rodolfo: Amigos, no peleen, allí me hacen señas que sale la pizza para la prueba.
Alberto: Serena, te presento a mi madre, que ya la conoces, ¿verdad?
Serena: Si, si, si. Precisamente de aquellas épocas en que fuimos religiosos.
Ana María: No fué hace tanto. Dame un besote.
Rodolfo: Quédense; estamos por hacer una prueba de acrobacia y entretenimiento.
Miguel: Alberto, está empezando a saldar la cuenta de un terreno en San Eduardo de Mar del Plata, cerca de Miramar. ¿Conocen?
Mauricio: Si, Miguel, muy lindo lugar.
Miguel: Tiene como objetivo levantar unas cabañas. Primero construir un hogar a leña, con mesada, del ancho de la casa, y después el resto. Pensamos ir con la Chata y ponernos a trabajar de inmediato.
Mauricio: Interesante.
Pablo: ¿O sea que en breve partimos todos para la costa?
Mauricio: Obvio.
Pablo: Hurra.
Rodolfo: El mayor problema lo tiene Miguel, que es casado, con dos nenas. Soy el padrino de la mayor, y Pablo de la más chiquita...
Enriqueta: ¿Entonces vos sos la monja que fuera novia de Alberto? Siempre pienso que ustedes son un ejemplo de vida, que al revés de lo que se pueda pensar, demostraron que el amor entre los humanos es superior a cualquier fe de la mente. Cuénteme una cosa, después que la echaron del convento, ¿a que dedicas su tiempo?, digo, ¿de qué trabajas?
Serena: En el servicio doméstico, con cama dentro.
Enriqueta: ¿Se puede saber donde vives?
Serena: Eh, pasa que estaba como sirvienta, y renuncié, pero ahora estoy viviendo en una pensión, allá en Mataderos.
Enriqueta: Lo imaginaba, por eso te pregunto, entonces ¿quieres venir a nuestra casa? Eres bienvenida.
Serena: Es que debo regresar a la pensión, he dejado muchas cosas pendientes; le hago dedo a los muchachos y me vuelvo en la camioneta.
Enriqueta: Quedarte sola con estos tres buitres, eso no lo podemos permitir.
Pablo: No se preocupe, Enriqueta, confíe en nosotros...
Rodolfo: Miguel es un hombre casado.
Mauricio: Querida, no es una nena, es una mujer responsable; que ella decida lo que tiene que hacer...
Pablo: Se viene la prueba de la muzarela...
Miguel: Hagan espacio, señores...
(Entonces sobre la larga mesa, con solamente la pizza en el centro, se dá paso al esperado malabarismo)
Escena 5.
Enriqueta: ¿Querido, veo a lo lejos como una cortina de humo, no será el restaurante? Mauricio: Che, Alberto, muchachos, miren, miren esa manga de humo negro.
Alberto: Es un incendio a pocas cuadras de aquí; diría que a quinientos metros.
Enriqueta: Ay, Dios mío, eso es a la altura de El Remanso.
Miguel: ¿Alberto, estás pensando lo mismo que yo?
Alberto: Si, que macana, mejor salgo corriendo.
Mauricio: Pero espera, a veces pasa que uno cree que el humo está cerca pero en realidad está mucho más lejos...
Miguel: Por qué mejor no vamos todos en la chata, a ver que sucede.
Alberto: Madre, vaya con Serena al departamento y esperen allí.
Serena: Por mi no se hagan problema, yo me tomo un remis y mañana nos vemos.
Enriqueta: Nada de eso, usted señorita, se queda en casa, tenemos muchas cosas que conversar.
Mauricio: Démonos prisa. Alberto, ahora tengo la total certeza que se trata de El Remanso.
Enriqueta: No escucho sirenas, ni nada, ¡que espanto!
Mauricio: ¡Muchachos! El Remanso se encuentra a pasos del congreso, sobre la avenida Rivadavia.
Enriqueta: Vos, Serena, vení con nosotros en el auto, que la madre de Alberto vaya en la camioneta.
Miguel: ¡Vamos, que esperan!
Serena: Alberto salió corriendo.
Mauricio: Mejor lo acompaño.
Enriqueta: ¡Muchachos! Que no les tiemble la conciencia si hay que pasar algún semáforo en rojo.
Miguel: Iré sacando un pañuelo por la ventanilla para que piensen que se trata de un herido.
(No obstante, el texto ser bastante ilustrativo de lo que sucede, a mi entender, y preferencia, la escenografía debería ser dúctil, y además, los elementos estar presentes; debiendo haber: una camioneta, un auto, la vidriera del remanso, un incendio irreal; y todo lo mencionado anteriormente, más lo que luego se vaya incorporando)
Mauricio: (Mientras corren) Se hace interminable, me ahogo.
Alberto: Cómo puede ser tanta mala suerte, justo que tenemos todo listo para ir a Mar del Plata.
Mauricio: Tengamos fe, igual, vamos a salir adelante. Tengo la camioneta pegada detrás.
Alberto: No afloje, estamos llegando, no caben dudas, es la cantina.
Mauricio: ¡Cuernos del diablo! Es el propio Remanso.
Alberto: Tu señora con Serena, entraron de contramano.
Mauricio: ¡Enriqueta, hace el favor y llama a los bomberos!
Enriqueta: Es lo que hacemos pero nada.
Mauricio: Las llamas llegan hasta el techo.
Alberto: Los muchachos ya están dentro.
Mauricio: Tengan cuidado, pueden quedar atrapados. Uy, que bueno, están usando los matafuegos. A esta gente les voy a levantar un monumento.
(Luego de una pausa)
Migue: Por favor, unos minutos más y ya pueden entrar, tenemos dominado el siniestro.
Enriqueta: Por más que llamo y llamo, es increíble, dá ocupado o nadie contesta.
Mauricio: Cuando entremos iré a apagar las cenizas con lágrimas de agradecimiento. Te juro, Enriqueta Beatriz, mañana mismo, a estos tipos, les levanto una monumento, con Alberto parado al centro, en pantalones cortos, y una frase que diga: Estos cuatro viejos scouts, son los ángeles protectores de El Remanso.
Miguel: (Yendo y viniendo) Debo informarle, que algo raro sucede.
Mauricio: ¿Que?
Miguel: Estamos escuchando debajo de un biombo, en la zona de la cámara frigorífica, unos quejidos de sufrimiento.
Enriqueta: Que horror.
Miguel: Disculpe la ignorancia, pero usted, Mauricio, ¿tiene algún encargado de cuidar por la noche?
Mauricio: No, Miguel.
Enriqueta: ¿Será algún cliente que ha quedado encerrado en el baño?
Mauricio: No creo.
Miguel: ¡Tengan un poquito de paciencia, confíen en el operativo rescate!
Mauricio: Y pensar que nos estábamos por ir a dormir, que sino El Remanso hubiera ardido como papel barrilete.
Enriqueta: La Divina Providencia.
Mauricio: No nos engañemos, estos muchachos son unos fenómenos. ¡Atención!, escucho voces de algarabía.
Serena: Ahí vienen directo hacia aquí, vuelven trayendo un herido embuelto en un mantel mojado.
Mauricio:¡Abran cancha! Aquí tenemos a nuestros héroes nuevamente dando muestras de ser soldados del bien.
Rodolfo: Estamos con verdadera sorpresa extra.
Pablo: Por desgracia se salvó de milagro.
Mauricio: Pero, ¿de quien se trata?
Alberto: ¡Del falso inspector de bromatología!
Mauricio: ¿Cómo puede ser si está muerto?
Pablo: ¿Si, eso, como puede ser?
Rodolfo: Contesta, canalla.
Sebastián Corbata: Por culpa de ustedes me echaron de la municipalidad.
Pablo: Bastó quitar el hollín del rostro para encontrarnos con esta basura.
Rodolfo: ¿Eres un espectro? ¡Contesta!
Sebastián: ¡Soy un fantasma y dios me envía a vengar mi injusta muerte!
Pablo: El maldito es el que originó el fuego.
Enriqueta: (Mirando un documento) ¡Debe ser su hermano mellizo! Se llama Sebastián Corbata.
Miguel: Sí, claro, el otro se llamaba Manuel, con el mismo apellido.
Alberto: Me resulta insoportable aguantar a estos malditos vividores, no reconocen límites, es un ir por todo, un matar o morir, permanente.
Rodolfo: ¡Sepa! Nosotros cuando tenemos hambre hacemos, por escasos centavos, cualquier cosa que la sociedad necesite; limpiamos letrinas, tratamos de ser útiles.
Pablo: El amor a la patria se traduce en acciones que beneficien a la sociedad.
Rodolfo: Nuestra moral funciona apuntando hacia el bien, al contrario de ustedes que lo único que pretenden es exprimir al entorno como naranja para jugo...
Alberto: Tranquilos, que vaya preso y que pague con encierro.
Mauricio: Pido permiso para disentir con ustedes, en el sentido de establecer una denuncia penal y que intervenga la justicia. No quiero más problemas, podría ser un búmeran, y a la consabida vuelta cortarnos el pescuezo en rebanadas.
Alberto: Pero de que habla, Mauricio, piense un poco lo que dice, desfilaron cientos de testigo agradecidos que su hermano estuviera muerto, todos aterrados por el accionar de esta gente.
Miguel: Aparte mire lo que siguen haciendo, suerte que no debemos de lamentar víctimas fatales.
Mauricio: Vengan que les quiero decir algo.
Pablo: Quédate ahí desgraciado, no te muevas o te damos una paliza.
Sebastián: Tranquilo Jeremías.
Rodolfo: Usted, Ana María, al menor movimiento, avise.
Ana María: Correcto.
Mauricio: (Formando un circulo) Insisto en decir que lo más conveniente será dejarlo ir y continuar camino hacia Mar del Plata. Tal vez ustedes no entiendan lo que ésto significa para nosotros, digo, mi señora y yo; somos gente fina; quisieramos dejar pasar éste mal momento y darle para adelante.
Alberto: Usted, Mauricio, no entiende que si lo dejamos ir, mañana lo tendremos metido nuevamente queriendo hacernos presa de otras maldades.
Mauricio: Con mi señora preferimos así; quiero dejarlo ir lo antes posible, pues si este hombre no regresa vendrán sus seguidores, y es probable que se arme una trifulca de cien años...
Sebastián: (Estando solos) ¡Venganza! Eso no es pecado.
Ana María: Oiga, joven, quizás no vaya a entender por qué digo lo que digo, pero no importa, escuche y proceda, el dueño, ese tal Mauricio, está saliendo con la señorita que tiene pinta de yiro, se llama Serena, y él, le está metiendo los cuernos a la esposa, esa que por el documento lo delatara, y ella no sabe nada. Tiene tanto miedo que se entere que sería capas de suicidarse; hagame el favor y extorsiónelo.
Sebastián: Uy, gracias, usted es familia; después cuando salga de ésta, nos contactamos, y a estos imperialistas les hacemos pagar por lamebotas.
Ana María: Eso, eso, imperialistas, quiero ver a todos bien muertos. Mire, muchacho, tengo unos ahorros escondidos, no habrá posibilidad de matar aunque sea a uno.
Sebastián: No es a lo que me dedico, pero la puedo contactar, ¿cuanta plata tiene?
Ana María: Y unos doscientos millones de pesos...
Sebastián: Pero con esa cifra los podés matar a todos.
Ana María: No, con uno solo me conformo. Aparte que no me puedo quedar sin un mango.
Sebastián: ¿A cúal?
Ana María: ¿Se lo digo y me cumple?
Sebastián: Se lo juro.
Ana María: A mi hijo.
Sebastián: Ah, bien elegido; lo tengo cruzado en el esternón, él, a propósito, puso al otro para que lo mate a mi hermano.
Ana María: Opino lo mismo.
Sebastián: Vine a quemar El Remanso, para que así lo despidan, para que el dueño se arte de él y lo raje a patadas, y cuando regrese al puesto de las tortas fritas, volverlo loco, pincharle las gomas a la camioneta, hacer todo lo malo que se pueda a un botonazo vende patria.
Ana María: Che, y para cuando todo ésto...
Sebastián: ¿Y usted me sugiere, que lo haga yo mismo?
Ana María: Y... estaría bueno...
Sebastián: ¿Como podría hacer para escapar?
Ana María: ¿Cree que podría correr?
Sebastián: No muy bien... Ellos son muy veloces, antes que llegue a la esquina voy a estar enjaulado. Además, por prevención, de si lograban apagar el incendio, he puesto fuerte veneno en la carne y en los lácteos. Tal vez coman algún churrasco y tengamos la suerte de verlos morir. Vos no vayas a probar bocado.
Ana María: ¿Y si me tomas como rehén?
Sebastián: (Revisándose los bolsillos) Silencio. Mejor esperar.
Mauricio: ¡Hemos decidido dejarlo ir! Pero queremos que sepa, que las cámaras de El Remanso están intactas, y seguramente, junto con las de los comercios linderos, han registrado su deplorable accionar...
Sebastián: Caramba, hubo un momento en que solté una flor de puteada hacia dios y todos los santos, pregunto, ¿eso también queda registrado?
Mauricio: Vaya tranquilo que solo grabada la imagen pero no el sonido.
Sebastián: Ah, bueno, está bien, entonces, hasta la vista...
(Se va)
Alberto: Mauricio; y usted también, Enriqueta Beatriz; quisiéramos hacerles llegar una propuesta.
Mauricio: Diga.
Alberto: Con los muchachos, de todo corazón, deseamos trabajar, con denodado esfuerzo, para restaurar a El Remanso querido.
Alberto: No se hagan ningún problema, vayamos a Mar del Plata, inaguremos allí, y mientras tanto restauramos el boliche hasta dejarlo como si nada hubiera ocurrido.
Miguel: Mire, Mauricio, si usted nos abastece de material, digo, papel de empapelar, pegamento, pintura, solventes, trabajando día y noche, a partir de ahora, en tres días, ustedes estarían en condiciones de reanudar la actividad.
Mauricio: ¿Tres días?
Enriqueta: Imposible, ¿en serio creen que van a lograr eso?
Alberto: Afirmativo; imagine usted una película muda de Carlitos Chaplín, eso seremos luchando para salvar el boliche.
Mauricio: Si, sería una gran solución. Desde ya que la mercadería la damos por perdida.
Serena: Yo quisiera quedarme a limpiar.
Pablo: Que buena idea, queda una escoba que no fue alcanzado por las llamas...
Enriqueta: Usted, Alberto, es un encanto de persona, pero recuerde que ya lo han expulsado de la iglesia, entonces prefiero no pensar, lo que arrojaría el destino si está preciosa queda atrapada entre leones de Wembley...
Serena: Enriqueta Beatriz, vaya tranquila...
Ana María: Hijo, me voy a descansar, temo que de tanto tiempo de estar parada, las varices se inflamen como morcillas vasca.
Alberto: Bueno, a trabajar; y a dejar reluciente El Remanso. Miguel, deberás ir por las herramientas y el andamio.
Miguel: Entendido. ¿Don Mauricio, será posible que nos llevemos la mercadería? Allá en el barrio van ha estar contentos si les donamos alimento.
Mauricio: Si, Miguel, lleven todo, pero después no me vengan con qué por culpa nuestra se han apestado de malaria.
Serena: Hay mucho trabajo por delante, bien podemos ayudar limpiando.
Mauricio: Tampoco quiero que ahorren, los conozco, cada cosa que haga falta por favor la solicitan.
Alberto: Hará falta un contenedor. De cualquier manera, gran parte del día de hoy, lo vamos a dedicar a preparar las paredes, y demás superficie.
Mauricio: Gracias por tanta amabilidad, generosidad, y arrojo.
Alberto: Muchachos, por favor, ayuden a Miguel con las cosas pesadas.
Enriqueta: ¿Que extraño que este tipo allá querido saber si las cámaras de seguridad graban el sonido?
Mauricio: No sé, mi amor, nada me importa lo que puedan decir de nosotros. Por otra parte, sí qué graban los sonidos, sería cuestión de chequear y enterarse.
Enriqueta: Quisiera saber, ¿como podemos hacer?
Mauricio: Llamando a la empresa y solicitando que revisen el material, pero mejor, deja, que estos bestias no resiste el menor análisis.
Enriqueta: Estoy interesada en descubrir lo que hay detrás del sonido de las cámaras.
Mauricio: Bueno, pero aunque la lleve hoy, antes de diez días será imposible enterarse de nada, cuando tenga un agujerito de tiempo, te voy a dar el gusto.
Enriqueta: Cuanto trabajo.
Mauricio: Y lo que falta.
Ana María: Hola. Aquí vine de nuevo.
Mauricio: ¿Que pasó? La hacíamos en su domicilio.
Ana María: Extravié las llaves.
Enriqueta: ¿Quiere que la ayude a buscar?
Ana María: No, gracias. Trataba de apagar el incendio, pueden estar en cualquier parte. ¿Y mi hijo?
Enriqueta: Ni idea.
Mauricio: Terminando de cargar la camioneta.
Miguel: Don Mauricio, estoy como para salir.
Mauricio: Buenísimo. Mejor agarre la avenida 9 de Julio y tome por la autopista 25 de Mayo, aquí tiene para nafta y peajes.
Miguel: Gracias.
Enriqueta: ¿Querido, mirá como busca por donde anduvo el terrorista?
Mauricio: Tenga cuidado, Ana María, todavía hay peligros latentes.
Ana María: No les dije, aquí están.
Enriqueta: ¿Que es esa cajita de acrílico que tiene ahí en la mano?
Ana María: No sé, estaba aquí, entre los escombros, se la iba a dar a Mauricio, ¿vió que tenía el brazo estirado en dirección de su marido?
Mauricio: ¿De que se trata?
Rodolfo: A ver, yo también quiero mirar.
Mauricio: Son unas jeringas con agujas. ¿Que es ésto?
Enriqueta: Ignoro. Tal vez ese Sebastián Corbata sea un drogadicto de inyectarse alguna cosa.
Rodolfo: ¡Alberto! Vení. Mirá.
Alberto: ¿Y ésto, adonde estaba?
Rodolfo: Ahí, tu madre la encontró.
Alberto: ¿Y vos que haces, por qué volviste?
Ana María: Perdí el llavero y buscando dí con la caja.
Alberto: Tiene olor a veneno. Tiene olor a Ricina.
Mauricio: ¿Ay por favor Alberto no la deguste?
Alberto: Tiene sabor a muerte.
Enriqueta: Socorro, es de suponer que han envenenado toda la comida.
Mauricio: ¡No! ¡Que horror!
Alberto: Antes que Miguel la distribuya entre la gente debo alcanzar la camioneta. Para colmo de males, éste cavernícola no tiene un celular donde ubicarlo.
Mauricio: Urgente, vayamos con mi auto.
Alberto: No. Mejor agarro esa moto de la mensajería; tal vez así lo consiga alcanzar.
Mauricio: Ve, pronto, vamos ha estar rezando por que nadie pruebe bocado.
(Agarra la moto y se va) (Pausa)
Sergio: (Muchacho de la mensajería) Buenas. Disculpen, pero no encuentro mi moto. ¿Alguien sabe algo, mi moto no está donde la dejé? La necesito, es temprano, pero tengo un viaje importante.
Mauricio: Te explico, Alberto tuvo que salir de urgencia, tenemos un problema tremendo y no hubo mejor opción que agarrar tu motoneta. Pero igual nos hacemos cargo de los perjuicios.
Sergio: Pasa que, tengo que llevar un paquete, es un viaje que siempre realizo; ésta gente pide por mí.
Mauricio: Podríamos hacer lo siguiente, te llevo mi auto donde sea.
Sergio: Bueno, está bien, muchas gracias, muy atento. Aguárdame un momentito que enseguida regreso.
Mauricio: ¿Hasta adonde hay que ir?
Sergio: Hasta el Tigre.
Mauricio: Alberto nos pidió que te pidiéramos mil perdones.
Sergio: No se haga problema, hemos encontrado una excelente solución. Si fuera más tarde le pasaba el viaje a otro compañero, pero estoy yo solo.
Mauricio: Te cuento, estamos sin dormir, o sea que si ves que se me cierran los ojos, te pido que manejes vos.
Sergio: ¡Que pasó, hubo un incendio?
Mauricio: Si, pero por fortuna los muchachos lo sofocaron.
Escena 6.
(En el auto de Mauricio)
Mauricio: Está nublado, mejor así.
Sergio: He entregado el pedido en trémino, estimado Mauricio, ya podemos regresar.
Mauricio: Bravo. Pero quiero pedirte que manejes vos, y de paso, como espantando la modorra, desearía que me sigas contando, sobre el invento tuyo; ¿a ver si aprendí?: Se trata de un convertidor para los hogares, que conectado al agua, extrae de ella, por un lado, el oxígeno, y por el otro, el hidrógeno; gases que viajarían conectados en diferentes tuberías...
Sergio: Perfecto. Hoy día, como predice la biblia, por el gran deshielo, se van dando las condiciones perfectas como para otra inundación como la de Noé, con el pobre planeta sepultado bajo los mares; no alcanzando las altas cumbres para albergar a tanta gente. Quedando claro que en su momento mi convertidor será la única solución que hará falta instalar en los hogares.
Mauricio: Te prometo que, a la par en que remodelamos El Remanso, vamos a instalar un convertidor en Buenos Aires, y otro en Mar del Plata.
Sergio: Si, claro, con un poco de dinero los armo en el día. Y también publiquemos por Internet a ver si vendemos alguno.
Mauricio: Ahora, pregunto, con esta cuestión de andar jodiendo con el agua a nivel industrial, ¿no será factible que a largo plazo el planeta se quede sin mares ni océanos?
Sergio: Tal vez; pero este invento es solamente para los hogares sumergidos por causa de una catástrofe.
Mauricio: Oye, espera. ¿Aquella no es la camioneta de Miguel Contreras? ¿Que hace en plena ciudad cuando debiera andar por los suburvios? (Llamando por el celular) Alberto, estamos en la costa del Tigre, he localizado a Miguel.
Sergio: ¡Mire! Se ha desprendido de la carga un chorizo.
Mauricio: Si...y hay un perro que lo está comiendo.
Sergio: Y ahora, el perro se retuerce en agonía estirando la pata...
Mauricio: Caramba, ha muerto de la peor manera.
Sergio: Miguel se ha detenido y observa al pobrer animal.
Mauricio: ¿Pero, por qué habrá desviado el rumbo?
Sergio: ¿Que Carga lleva detrás?
Mauricio: Se trata de comida envenenada. Vamos a acercarnos a la camioneta y avisarle.
Sergio: Allí vamos.
Mauricio: ¡Miguel! ¡Miguel! ¡Aquí estamos!
Miguel: Hola compañero, que gusto verlo, estamos en apuros, hay toda clase de pájaros muertos sobre la media res, está super envenenada.
Mauricio: Si, lo sabemos, vinimos a avisarte. ¿Pero por qué te has desviado del rumbo?
Miguel: Un Salame, por ahorrar los peajes, tomé una ruta distinta a la que usted me dijo; y para colmo de males, en las zonas donde hay villas me quisieron saquear la mercadería.
Mauricio: (Estando en la ventanilla del que maneja) ¡Que peligro! Suerte que no pudieron.
Miguel: Ahora, no veo mejor opción, que arrojar la Chata al rio. Pero ocurre que aquí en esta costa, ni tirándola marcha atrás se va a hundir la pobre. Entonces concidero conveniente arrojarme por el puente del rio Guazunanbi, al centro del cause. Y no te hagas problema, pues voy a saltar hacia un costado no bien esté cayendo al rio.
Mauricio: Y si mejor vamos a la policía y explicamos todo.
Miguel: Se corre el riesgo que en el interín alguien consuma los alimentos. Lo que ustedes deberán hacer es aguardar en el camino que corre al costado del puente. Saldré por ahí y nos iremos inmediatamente. ¿Entendido? Pues ¡síganme!
Mauricio: Si, claro, pero que angustia.
Sergio: Me pongo detrás de la camioneta.
Mauricio: Presta atención, que no nos pase nada raro, recuerda estacionar a la margen del rio.
Sergio: Entendido.
Mauricio: (Hablando por celular) Alberto, estamos yendo por la ruta 24, en dirección a Garín, hacia el rio Guazunanbí.
Sergio: ¿Pero, por qué se han metido en este verdadero quilombo?
Mauricio: Después te cuento en detalle; ahora mejor prefiero escuchar más palabras tuyas sobre el bendito convetidor.
Sergio: Se trata entonces, como bien dijo usted, de aplicando corriente continua al agua, extraer el oxígeno, para respirar; y el hidrógeno, como para hace funcionar un alternador en movimento perpetuo. Ah, y además otra changa extra, y muy rentable por cierto, sellar herméticamente el interior de las viviendas.
Mauricio: Entonces, también vamos a sellar todas las aberturas de los boliches y de mi casa.
Sergio: Calculo que ha de ser poco conveniente andar flotando entre gigantes olas embravecidas, donde preferible será quedarse en los hogares al amparo del convertidor.
Mauricio: Entiendo. Estaría bueno que patentes el invento...
Sergio: Es un combo, con además, agregar unos generadores de corriente alterna, movidos por hélices expuetas a las corrientes del mar.
Mauricio: Si, y aparte, como para ir de paseo a la plaza, tener unos cuantos trajes de buzo en el ropero. ¡Mira! Ahí nos pasa Alberto con tu moto, y se ha puesto a la par de la camioneta.
Sergio: (Pausa) Y entrado al puente, levanta la rueda de adelante, y la hace rodar sobre la baranda.
Mauricio: (Tapándose los ojos) Que locura. No, no quiero mirar.
Segio: Más, justo cuando la camioneta rompe la baranda y cae al vacío, Alberto se sambulle detrás, saltando a treinta metros de altura. Pobre moto, allí quedó sacando chispas como una vengala.
Mauricio: Haz seña a los coches para que no detengan la marcha. Deja esa moto tranquila; después te compro una. La camioneta se hunde, pero ellos aun no aparecen.
Sergio: Es increíble, solo tiene un pedal mocho, apenas raspado por el cemento.
Mauricio: Vamos muchachos, recuerden cuando eran scouts...
Sergio: Ah, no, esto de la moto es un verdadero milagro, está intacta.
Mauricio: ¡Ahí! ¡Ahí están, aleluya!
Sergio: Miguel está malherido, Alberto lo traslada como a un ahogado.
Mauricio: Van hacia la margen de enfrente. Tú ve con la moto, que yo voy con el auto.
Sergio: Entendido.
(En el rio)
Alberto: Querido Miguel, maldición, que maldita suerte negra, tienes un palo de escoba clavado en el hombro, cuando estemos fuera lo habremos de quitar. Es que algo pesado te arrastró hasta el fondo. Mueve un poco las piernas; ya casi estamos llegando a la costa...
Mauricio: ¡Amigos! ¿Que ocurre de malo?
Alberto: ¡Está herido!
Mauricio: Trae el botiquín de primeros auxilio.
Sergio: Enseguida regreso.
Mauricio: ¿Pero que pasó?
Alberto: Tiene algo clavado en el cuerpo, ayúdame a subirlo.
Mauricio: ¿Está vivo?
Alberto: Si, si, claro, por supuesto.
Sergio: Deje, Mauricio, que yo tengo más fuerza, vamos compañero, resista.
Mauricio: Vamos a llevarlo al hospital.
Alberto: El rio a quedado colmando de peces que flotan.
Mauricio: Puede caminar ¡Que bueno! Ay, pero por Dios, que tiene ahí clavado.
Alberto: Es como una flecha de indio.
Mauricio: Uy, no, por favor...
Alberto: A la cuenta de tres...¡Afuera!
Mauricio: Bien hecho; salió sin problema...
Sergio: ¿Puedo conservar la flecha? Quisiera investigar a que tribu pertenece.
Mauricio: Si, claro. Pero, por nada del mundo, la vayas a extraviar, pues, mañana mismo, voy a crear una veleta, con la imagen de un gallo negro, donde tenga, bañada en oro, una inscripción con el nombre de Miguel Contreras.
Alberto: Don Mauricio, ha logrado quitarle una sonrisa al héroe.
Sergio: Quiere decir algo, pero le cuesta hablar.
Mauricio: ¡También! Miguel: Ya quiero estar en Mar del Plata.
SEGUNDO ACTO.
Escena 7.
(En El Remanso de Mardel, el día de la inaguración, pero a la hora del mediodía)
Enriqueta: Chicos, desde hoy a la madrugada, en los últimos tramos de esta locura cósmica, la Luna se nos viene encima.
Mauricio: Si, pero no teman, pues antes de impactar sobre nuestras cabezas, la hermosa luna, estallará, convirtiéndose en unos anillos como los de Saturno.
Serena: Con todo, señora Enriqueta Beatriz, concidero lo de la luna, insignificante, comparado con lo que acabamos de presenciar en la rambla.
Mauricio: ¿Que pasó? ¿Ocurre algo malo?
Enriqueta: Si, malo y feo a la vez.
Mauricio: Denle, cuenten.
Enriqueta: Hemos visto a la madre de Alberto, a los chupones con el terrorista Sebastián Corbata.
Serena: Abrazados como monos andan por la vida a los besos de lengua.
Pablo: Pregunto, ¿a lo mejor, no estarán por demás equivocadas?
Serena: ¡Por Dios que eran ellos!
Mauricio: Después me siguen contando, ¿adonde está Miguel?
Rodolfo: Últimando detalles.
Serena: Resulta evidente que son pareja.
Mauricio: La que nos faltaba, pobre Alberto, que desilusión. Que Corbata esté en Mardel es cuestión de él, pero aquí, de la puerta para afuera.
Enriqueta: Quiere decir que cuando lo teníamos prisionero, ellos conversaban, y allí se declararon el amor, ¿pues sino, cuando? ¿Ya vino del laboratorio Bell la grabación de las cámaras?
Mauricio: Con o sin pruebas, el malandra ese tendrá la entrada prohibida.
Enriqueta: Y ahora ¿quien le informa a Alberto?, ¿cómo irá a reaccionar con esta nueva embestida?
Rodolfo: Le hablaremos mientras cocina, que es cuando se encuentra más distendido. Pablo: Don Mauricio, pienso lo mejor será que la madre regrese a Buenos Aires.
Mauricio: No, es demasiado tarde para andar improvisando; considero preferible que la señora cubra el puesto en el guardarropa. ¡Miguel! Por favor, vaya con los muchachos y tráiganse el bote gomón,que está en la baulera de mi edificio; ármarmelo, sobre la playa, como para salir de pesca.
Miguel: Deje, prefiero ir solo, y de paso ubico a mi señora con las nenas.
Mauricio: Hable con el encargado, de seguro lo puede ayudar.
Enriqueta: ¡Bravo Miguel! Si quieres te acompaño.
Miguel: No se moleste, con mi señora nos arreglamos.
Enriqueta: Solo tienes que ir allí enfrente, al edificio Demetrio Elíades, y anunciarte en portería.
Mauricio: El motor arranca de solo mirarlo.
Miguel: Enseguida regreso.
Enriqueta: Cuando caiga el sol veremos la luna cual la torta del payaso en la cara.
Serena: Y notablemente, en los dichos populares, ha dejado de prevalecer el aspecto positivo, que tanta poesía despertara el satélite.
Mauricio: Será cuestión de adaptar el oído a canciones nuevas. Cambiando de tema, gente, el invento del convertidor para los hogares, ya está patentado, es autoría de Sergio, y con Enriqueta somos los patrocinadores. Desde hoy tenemos ambos Remanso con los convertidores listos para funsionar, como para recibir un apocalipsis de grado cinco. ¿Que más se le puede pedir a la vida?
Enriqueta: ¡Y por lo que veo, como las tortas fritas de Alberto, todo sellado herméticamente; ¡y hasta con una recámara de entrada y salida!
Mauricio: Obvio, recámara como para evitar que entre agua al salón. Y quien mejor que el propio inventor para explicar: ¡El como comportarse en caso de emergencia!
Sergio: Bueno, creo ya saben, se trata de un método de separación de las moléculas del agua, por gracia de este aparato; quien aún, sin mediar una inundación universal, igualmente se lo puede utilizar con fines terapéuticos...
Mauricio: Y si el mundo nos dá bola y acompaña, sin tanto fin del mundo, podremos crear una posible ciudad capacitada para estar sumergida debajo del mar.
Serena: El Remanso de la Atlántida debajo del Mediterráneo...
Mauricio: Sepan que el mes pasado, ya hemos vendido y enviado un convertidor a Oceanía, pero no sabemos quien cuernos lo compró. ¡Un enorme misterio!
Sergio: Aunque de seguro han de ser personas importantes...
Ana María: Buenos días para todos...
Mauricio: Uy, no...¿Que hace usted a esta hora? ¡Póngase alcohol en gel!
Ana María: No se ponga lunático, porqué, entonces sí, se transformará en una bestia peluda.
Mauricio: Ja, ja; por fin le escucho decir algo gracioso, como para compartir en familia.
Enriqueta: Desde que la vimos con ese amante asesino ya no goza más de nuestra simpatía, espere en el Bingo a que se haga de noche.
Ana María: ¡Alberto! Alberto, la señora de Mauricio no me quiere dejar entrar al guardaropas.
Mauricio: Lo que pasa que la han descubierto en amores con el hermano del inspector fallecido.
Alberto: ¿Es, eso, cierto?
Ana María: Si, ¿que tiene?, se trata de un romance como cualquier otro. Además, Sebastián está muy arrepentido; y me aseguró que el asunto del veneno en la comida fue por culpa de los fumigadores.
Alberto: Bueno, arrepentirse es algo prometedor, el comienzo de un sentimiento nuevo, la posibilidad de un desarrollo moral que perdure en el tiempo, que se instale en la mente y la vaya forjando de cordura.
Pablo: Ojo que estas personas son como luces que titilan entre el sadismo y el terrorismo.
Alberto: Y donde está ahora tu prometido. ¿Es, en verdad, algo serio ese amor?
Ana María: Si, pese a la diferencia de años, nos queremos muchísimo. Aquí al lado está, esperando que lo llamen para hacer las pases.
Mauricio: ¿¡Llamarlo yo!?
Alberto: Mauricio, le pido por favor, vamos a escuchar lo que dice, cualquier palabra buena le hará estragos al corazón...
Mauricio: Como quieras, pero afuera, a la intemperie.
Alberto: Podemos preparar una mesita en la vereda e invitarlos a comer algo del escabeche de salmón...
Mauricio: Está bien, que se haga presente, pero para disculparse.
Alberto: Salgamos.
Ana María: Gracias. Es un hermoso día.
(Sebastián se hace presente)
Sebastián: Mauricio, seamos realistas, de alguna manera ahora formo parte de la familia de Alberto, y por extensión a la de El Remanso. Con Ana pretendemos casarnos por iglesia. Le prometo, que desde mañana mismo, nos mudamos a mi hotel, y si lo prefiere, que ella venga sólo a trabajar. Pero antes permita que insista en solicitar un perdón de vuestra parte; el suyo y el de su señora esposa.
Mauricio: No sé, tal vez si corre algún tiempo sin verte, ni de tener noticias tuyas. Esta noche será, noche de lobos, así que te pido, no se te ocurra andar por aquí.
Enriqueta. Siempre y cuando la luna pase de largo.
Alberto: Creo yo, merecen una oportunidad. Lo malo ya pasó, ahora queda todo lo bueno por delante.
Escena 8.
(Horas después)
Mauricio: Gente, lo prometido, he aquí la flecha que hubo estado clavada en la espalda del héroe, e inscripto en oro, el nombre suyo, tal cual se lo merece.
Serena: Pese al covid-19, la ciudad explota de gente.
Enriqueta: Tranquila, si hubiera que agregar mesas, tenemos el patio del fondo.
Serena: Vieron que risa, la Toque Blanche de Alberto, le tapa la mitad de la frene, que a medida que corren los minutos se le van rizando los cabellos peor.
Mauricio: Pablo y Rodolfo han alquilado unos esmoquin...
Sergio: Si por la luna inmensa fuera, quien determina el volumen de las mareas, en estos precisos momentos el mar habría de estar cubriendo hasta la rotonda de Alpargata. Ah, pero igual, que venga el fin del mundo que ya tenemos El Remanso sellado y listo para lo que el Todopoderoso guste mandar.
Enriqueta: El pobre Remanso está vacío, ni mozos, ni cocineros, en sus puestos.
Bagual: Hola gente linda. Los agarré justo, soy Bagual Yuca Condic, ese viejo hincha, desendiente de Querandíes. Resulta que Sergio, se contactó conmigo, pues se encuentra interesado en conocer sobre la flecha; y allí la veo, que emoción, con la hermosura del origen, danzando para la grande luna.
Enriqueta: Venga, Bagual, quédese. Va a estar bueno, de entrada se ofrece una magnífica picada libre, con embutidos preparados por Alberto, quesos hechos por Alberto, papas fritas al colorado con rulos, salchichas de ciervo como para copetín, ravioles con estofado; en cambio la bebida es a la carta, pero igual nosotros le invitamos todo lo que guste tomar.
Bagual: Al instante de ver la flecha, puedo darme cuenta que se trata de una lanza pequeña; de segurísimo pertenecer a mis ansestros Querandíes. ¡Consígame una escalera que deseo besar la veleta!
Sergio: ¿Vió? Bagual, ahora la luna quedó fija, y se desplaza por la vidriera.
Bagual: Que extraño suceso, con además estar haciendo un movimiento sinuoso que la hace parecer ovalada.
Sergio: Pero qué mole tan enorme.
Alberto: Sin duda la luna marca un trayecto en linea recta, y ojala que sea camino hacia el sol.
Enriqueta: Nos tienen en ascuas, ningún medio de comunicación informa del asunto. Lo único fuera de lo habitual son algunos gendarmes patrullando las inmediaciones.
Serena: Que joder, la luna viene directo hacia aquí.
Mauricio: Y los invitados sin reclamar los abrigos.
Serena: ¿Será que viene a El Remanso a probar de sus ricos manjares?
Sergio: Entonces, si chocara contra el suelo de la tierra, no será por agua sino por el tanto polvo, lo que nos impida poder respirar, para lo cual deberemos contectar el convertidor a la red de agua; pero si impacta contra alguno de los océanos, alli sí, tendremos un diluvio universal, que en lo referido a tener que prescindir el convertidor, vendría a ser más o menos lo mismo.
(Luego de una pausa)
Enriqueta: ¡Caramba! Qué sacudimiento tan frenético, comparable a cuando un tren descarrila a mil quinientos kilómetros por hora.
Alberto: (Haciendo la mímica del posible impacto) Como bola de billar la luna ha rosado la tierra y la hizo girar media vuelta, siguiendo camino hacia el sol...
Rodolfo: Tienes razón, de golpe se hizo de madrugada.
Sergio: Si, pero miren, ahora una ola inmensa comienza a avanzar sobre el continente...
Alberto: Es probable que los océanos se hayan desbordado, haciendo un efecto cascada como cuando se baldea una galería.
Enriqueta: Desde el horizonte, junto con el amanecer, como montaña con ruedas, avanza la ola azul sobre el Remanso...
Alberto: Los comensales, la muchedumbre, todos corren hacia la ruta 2...
Rodolfo: Pobres invitados, buscan refugio en cualquier sitio, menos en El Remanso.
Alberto: Nadie repara en el prójimo...
Mauricio: ¿Serán los últimos segundos del mundo contemporáneo, y el comienzo de una nueva era con lo que quede de civilización?
(Serena se abalanza sobre Alberto, que mira la ola llegar)
Serena: Al final, cual la llama del encendedor que desplaza la chispa, la tal noche de estreno se esfumó del presente.
Alberto: Sin duda el presente dura mucho más que un segundo. Es inmensa la ola, nos irá a pasar por arriba. (Se besan)
(En el guardarropas)
Sebastián: Que mala pata, he revisado todos los bolsillo y ni una tuca...Mira, lo prometido es deuda, he preparado una bomba, metida dentro de una bolsa de harina, para cuando tu hijo la agarre, le estalle en las entrañas, que es donde se encuentra el alma.
Ana María: Bien pensado.
Sebastián: ¡Ana!, el indio Bagual ha quitado la flecha de la veleta y pretende entrar.
Ana María: No se te ocurra abrir, ¿que quiere? Está cerrado. ¡Uy! La inmensa ola nos pasó por arriba...
Sebastián: Viste que gracioso, antes de salir despedido como un cohete, el indio se aferró a un par de bidones.
Ana María: Me dá algo de pena, los indios son los más anti-imperialistas que hay.
Sebastián: Mira, allí, un cardumen de cornalitos.
(Por otro lado)
Mauricio: Anda Sergio, prende el aparato, ¿que esperas?. Siento que me estoy asfixiando.
Sergio: Es por los nervios. Igual por algunas horas tendremos el oxígeno viejo...
Alberto: Estaría bueno saber a cuantos metros estamos de la superficie...
Sergio: Tenemos la recámara con escotilla.
Mauricio: Hay una tremenda oscuridad. Mejor prendamos el convertidor, necesitamos renovar el oxígeno, y que circule el hidrógeno para encender el motorsito.
Enriqueta: Es verano y hace mucho frío.
Mauricio: Formidablemente, no entra ni gota de agua.
Sergio: Veamos que sucede; lo primero es...
Serena: Che, muchachos, cuesta respirar.
Sergio: Observen qué sencillo, con solo dar pioplazo...
(Se encienden las luces)
Serena: Ya respiro mejor, que alivio.
Enriqueta: Siento ruidos en el guardarropa.
Todos: ¡Ana María!
Sergio: Pronto, quizás allí no haya buen oxigeno.
Pablo: (Por Sebastián) Pero miren a quién tenemos aquí, con una bolsa de harina incluida.
Alberto: ¡Madre! Le pedí que no lo traiga.
Enriqueta: Que lleva en esa bolsa...
Rodolfo: Una bomba.
Pablo: Calma, tranquilos, vamos a desactivarla.
Alberto: Pero, Vieja, ¿como me hace ésto?
Ana María: Para mi y para tu padre, siempre fue una vergüenza que fueras Boy Scout.
Alberto: Bueno, pero basta ya, no sigan con lo mismo.
Mauricio: Es probable que seamos los únicos sobrevivientes del planeta, así que ¡paren de romper las bolas con el imperialismo!
Ana Maria: Dicha enorme saberlos a todos muertos.
Alberto: Quizás se trate, solo de un tsunami, y el resto del planeta siga en tierra firme.
Rodolfo: Atención, no hay forma de desactivarla...
Mauricio: ¡Arrojenla por la escotilla!
Pablo: Si, y que estos dos vayan detrás.
Sergio: Maldición, cayó cerca el grupo electrógeno que funsiona por fuerza de la correntada.
Sebastián: Tranquilos, no tiene mucho poder, solamente queríamos darles un susto.
Mauricio: Ojala la humedad la desactive.
Todos: ¡Ay! Explotó.
Mauricio: ¿Un susto solamente? Parece una bomba atómica.
Sergio: Por fortuna, no se ha provocado ni siquiera una gotera.
Alberto: Aquí, en este armario, hay herramientas; y mucho cuidado, también repuestos para el convertidor.
Pablo: Me pregunto ¿qué hacer con estos dos? Es cuestión de distraer la atención y puf, te hacen alguna maldad.
Rodolfo: Que nadie diga: Son una pareja estable, necesitan su propio espacio...
Pablo: ¡A la horca!
Mauricio: ¡Sergio! ¿Como ha quedado el grupo electrógeno del exterior?
Sergio: Perfecto...por fortuna la helice gira fuertemente y los más bién se cargan las baterías.
Pablo: De tu madre, dudo, pero a éste diablo deberíamos de expulsarlo por la recámara.
Rodolfo: Nadie nos podrá acusar de un crimen horrendo pues no existe otra justicia que la nuestra.
Serena: Me ahogo, siento de nuevo me falta el oxígeno.
Sergio: Es probable que la inclusión de ellos, más los nervios, haga escasear un poco el oxígeno...
Alberto: Deberemos cuidar la atmósfera interior, hablar lo necesario, tratar de no agitar las extremidades por cuestiones de histeria...
Mauricio: Átalos lejos del convertidor.
Rodolfo: Obedece, toma esta soga y átalos...
Pablo: Okey
Alberto: Madre, lo siento, pero estoy de acuerdo con ellos.
Sebastián: No tiene sentido seguir luchando, ya no existe el imperialismo.
Alberto: Esa bomba fue muy poderosa.
Mauricio: Cuantas veces quieren que los perdonemos.
Ana María: ¿También vamos a dormir atados? Es inhumano que nos traten así.
Cómo madre tengo derecho a que me perdonen mil veces si es necesario...
Enriqueta: Ahora, dígame, Alberto, ¿como hace para aguantar, sin que se le mueva un rulo, que su madre lo agreda de semejante manera?
Alberto: Lo considero un entrenamiento militar. Y aunque no lo sea, siempre será un ideal de madre.
Sergio: Sobra el hidrógeno, hay peligro de más explosiones, de momento una de las estufas deberá permanecer encendida.
Alberto: Vamos a tener que estudiar la manera de entretenernos sin grandes inversiones de energía.
Escena 9.
(Luego de unos días. Miguel, junto a su familia y el indio Bagual, pudieron salvarse, por gracia de la embarcación a motor; que ahora ronda las inmediaciones del Remanso. Actualmente las aguas se van retirando)
Alberto: A juzgar por la tenue claridad, ahora es de día; y resulta evidente que las aguas de a poco regresan a su cause normal.
Serena: ¿No será que la luna sigue ahí y hay luna llena?
Enriqueta: Deberíamos nombrar un jefe.
Pablo Hagamos una votación para establecer quien será la autoridad.
Serena: ¿Y si hay empate?
Enriqueta: Hacemos una segunda vuelta entre los más votados.
(Votan, metiendo papelitos dentro un sombrero, con los nombres de cada uno)
Ana María: Tengan en cuenta que ya no existe la propiedad privada; ustedes han dejado de ser los dueños del Remanso.
Mauricio: ¡Y dale con lo mismo! Toda vez que oigo las peripecias, que desde niño, Alberto tuvo que soportar, se me retuercen las tripas.
Sebastián: Y yo festejo que Miguel Contreras ahora esté con la familia juntando caracolas como para usar de audífonos.
Rodolfo: ¿Que dijiste?
Sebastián: Actúo por venganza, estoy bastante convencido que mi hermano fue asesinado con total premeditación.
Pablo: Pero si él llevó el arma para ponerlo de caño.
Sebastián: ¡Mentira!
Rodolfo: Caradura, de ahora en más tendrás vedado el uso de la palabra.
Sebastián: Si quieren que calle, van a tener que cortarme la lengua.
Rodolfo: Vamos a cortarte la lengua y que Alberto la prepare a la vinagreta.
Enriqueta: Según mi opinión, éstos dos deberían tener la boca vendada.
Pablo: ¡Permanezcan acostados!
Ana María: Queremos juntar las colchonetas.
Rodolfo: Sepan que tienen terminantemente prohibido cualquier contacto físico por inocente que sea.
Sebastián: Tenemos hambre.
Rodolfo: Cuando esté la comida les vamos a alcanzar un plato.
Ana María: Nos vamos hacer encima y nos van a tener que limpiar.
Pablo: Irán a la recámara a medio llenar.
Mauricio: Cada día observo con más claridad como tu madre carece de paz interior y de armonía.
Enriqueta: Veamos, Alberto, tiene todos los votos, menos uno que fue para Mauricio.
Mauricio: Ese único sufragio que obtuve, ha sido tuyo ¿verdad?
Alberto: Si. Tú serías un gran jefe, y Enriqueta una exelente primera dama.
Enriqueta: Has ganado en buena ley.
Mauricio: ¿Cual es tu primera orden?
Alberto: Prefiero llamarla sugerencia: Antes que los panes de panadería se pongan rancios, almorcemos unos sandwiches tostados, de peceto, tomate, y mayonesa. Comamos abundante y a dormir una siestona.
Mauricio: Miren esa roca descendiendo por el agua, ¿será un pedazo de luna?
Sergio: Sin dudas la luna oficiaba de escudo, y ahora, que no la tenemos, los meteoros pasan de largo.
Enriqueta: Muchachos, miren esa linea, con plomada, anzuelo y carnada.
Pablo: Imposible.
Rodolfo: Quiere decir que alguien está pescando sobre nuestras cabezas.
Alberto: El mar esté volviendo a su sitio...
Rodolfo: ¿Cuanta tanza tendrá ese reel?
Enriqueta: Ay, no, no vaya a ser que seamos los únicos idiotas sumergidos en un charco de agua...
Serena: Nada que ver...
Sebastián: Estamos salvados, basta de posición horizontal...
Pablo: ¡Acuéstense carajo!
Rodolfo: Y hagan silencio, o los atamos con además una papa en el pico.
Ana María: Miren como nos tratan los paladines del bien, miren como nos tratan.
Sebastián: Tómese nota...
Mauricio: ¿Como puede ser que exista alguién pescando?
Enriqueta: Han de ser náufragos.
Alberto: Engancharemos en el anzuelo, un taper, con una nota dentro, avisando de nuestra situación.
Rodolfo: Si, y le damos unos tirones...
Enriqueta: ¿No sería preferible nadar hasta la superficie?
Alberto: Lo más probable es que estemos a como doscientos metros de profundidad.
Pablo: Me animo a nadar esa distancia.
Alberto: ¿Pero, y si es más, y tienes problemas en el trayecto?, prefiero que no.
Mauricio: Y pensar que estuve a punto de comprar un par de tanques de oxígeno como para la práctica buceo, y me dije, esto del fin del mundo jamás irá a suceder...
Alberto: ¡Desagoten la recámara! Limítate a enganchar la carta y regresa.
Rodolfo: ¡Está desagotada!
Enriqueta: Gracias, Pablo; antes que vayas, quiero decirte que, cualquier mujer desearía ser tu fiel esposa.
Pablo: ¿Como luce el modelito "Pata de rana, con el menú para el descanso"?
Sebastián: Cúando hambriento duermo, sueño que te ametrallo contra un paredón.
Alberto: Concéntrate en la tarea.
Mauricio: No perdamos el valioso tiempo en discutir con un infradotado.
Serena: Amigo, un abrazo.
Enriqueta: Suerte.
Alberto: Por nada te distraigas.
Pablo: Voy a estar muy atento.
Alberto: Apresúrate, y no olvides, que solamente vas a tener el oxígeno de los pulmones, ¿entendido?
Pablo: Si señor.
Sebastián: Vamos a estar rezando para que un alga se te atore en la garganta y te trages el océano entero.
Rodolfo: Eres un bicho.
Pablo: Allá voy.
Mauricio: Regresa pronto.
Serena: Que rápido nada.
Rodolfo: ¡Carajo! Ahí se acerca un tiburón a querer comerlo.
(Aquí debería verse un tiburón)
Alberto: Voy en su ayuda.
Rodolfo: Te acompaño.
Alberto: Tú, mejor, quédate.
Mauricio: Aprovecha para cazarlo, en algún momento ha de escasear la comida.
(Alberto sale por la recámara)
Enriqueta: El tiburón mira con ojos de ganster.
Mauricio: Le quiere morder las piernas. Se trenzaron en lucha.
Serena: Ja, ja, ¿vieron? Alberto le ha encajado un palo de amasar en la boca, y parece el capot de un auto, levantado.
Enriqueta: Éxito. Ha engachado la carta, le dió tres tirones, y la linea está subiendo.
Mauricio: Aquí regresan, triunfales.
Serena: Bravo, mil veces bravo.
Enriqueta: ¿Será cierto que estamos prácticamente salvados?
Sergio: Lo dudo, si están pescando sobre la avenida costanera es porque el mar aún cubre Mar del Plata y alrededores; y vaya a saber cuanto más de distancia.
(Pausa, expectativa)
Mauricio: Miren. Ahora, en vez de anzuelos, la linea tiene un ancla.
Sergio: Deben estar por venir.
Mauricio: (Pausa) Tienes razón, creo escuchar, o intuyo, que alguien se acerca.
Sergio: ¡Allí, sobre la vidriera, una persona apoya la cabeza, rendido como un becerro!
(Se ve a Miguel en la vidriera)
Alberto: Está afectado por la falta de oxígeno, voy en su ayuda.
(Sale)
Enriqueta: ¡Pero si es el valiente de Miguel!
Serena: ¡Miguel está morado! ¡Irreconocible!
Mauricio: Ha soltado las últimas burbujitas que le quedaban.
(Entran; regresan)
Todos. Viva, aleluya.
Miguel: Leí la carta y supe que eran ustedes. Hay como trescientos metros pero igual me animé a venir. Las nenas están junto con Bagual.
Todos: ¡Bagual! ¡Viva! ¿Como hicieron para salvarse?
Miguel: Cuando vimos que venía la gigante ola, aun estaba en la terraza terminando de armar el bote; y no bien lo hicimos, la ola, amigablemente, nos depositó sobre el lomo; y al momento, vimos al indio Bagual flotando sobre un par de bidones. No obstante, la fuerza del psunami nos arrastraba como quería. Y cual si fuera el que conduce la ola, veíamos a nuestro paso ser arrasada Mar del plata. Más adelante, hubo como una especie de volcán de agua, formado por el choque de infinitas corrientes que se entrecruzaban. Y allá, por las Sierra de la Ventana, recién pudimos regresar de nuevo por estas direcciones. Más luego, a remo, bajo un gran solazo por la mañana, y gran frío por la noche, deambulamos por largos quince días, pero aun, por adonde se mire, se ve todo un océano interminable. La madre de las nenas murió, creo yo, de pulmonía; estuvo cuatro días con alta fiebre hasta que dejó de existir. Mis hijas entienden que el mundo está presa de una tragedia enorme, y entonces comprenden mejor la perdida irreparable del ser amado.
Alberto: Descansa un momento, aun no te recuperas, estás muy desmejorado.
Miguel: Lo sé, cuesta respirar aquí dentro. Si muero, quisiera que tú, Alberto, oficies la ceremonia de despedida...
Alberto: No digas eso, las aguas bajan, vamos a salir adelante.
Miguel: Amigo, dame tu mano.
Alberto: Muchachos, Miguel se nos muere; ha dejado de respirar.
Enriqueta: Oh, no.
Alberto: (Le hace ejercicios de reanimación)
Rodolfo: Vamos campeón, tu puedes.
Pablo: Viva, lo ha resucitado.
Miguel: Gracias. Sentí que viajaba por un túnel hacia un campo de Tulipanes.
Serena: Haga reposo, se lo suplicamos, encarcidamente, aún está convaleciente.
Miguel: Debo regresar al bote. Las niñas se han quedado con Bagual y la flecha.
Enriqueta: Eres de acero y un montón de ternura.
Rodolfo: ¿Hace apenas un segundo que has resucitado y ya pretendes desafiar la muerte?
Pablo: Quédate tranquilo, el ancla sigue firmes en el pavimento.
Miguel: Es mi deber estar con mis hijas.
Alberto: Mira, escucha, con esta olla para el puchero, colocada como sombrero, quizás se forme un recoveco con algo oxígeno, que además te ayudará a emerger...
Miguel: Entiendan que no puedo dejar a las niñas merced a tantos peligros.
Alberto: Entonces permite que sea yo el que suba.
Miguel: No, amigo, gracias. Necesito estar con mis hijas.
Alberto: Está bien, pero además, ponte las patas de rana.
Pablo: Por medio de la caña vamos a enviar frazadas y alimento.
Miguel: Dios permita que pronto el mar regrese a su sitio y podamos festejar sobre la avenida costanera.
Sergio: De seguro así será.
Alberto: Toma todo el aire que puedas.
Miguel: Está bien.
Mauricio: En definitiva, tiene razón, es una locura dejar a dos criaturas indefensas expuestas al rigor de la intemperie.
Serena: Alberto, a boca de jarro, quiero que sepas, casi con certeza, que estoy embarazada, ¿y de quien sino tuyo?
Sebastián: ¡Son unos fiesteros!
Ana María: ¡Las cosas que hay que escuchar! Y guai que no sea de Mauricio.
Rodolfo: De castigo hoy se comen los mocos...
Ana María: Decimos lo que pensamos. Y ustedes no se hagan los santitos, que a lo mejor el chico sea mitad de cada uno.
Alberto: ¡Silencio! Alguien golpea la recámara. ¡Abran la escotilla!
Mauricio: Es Miguel.
Miguel: El bote está vacío. Mis nenas y Bagual no están donde los dejé.
Alberto: Tiene que existir otra explicación fuera de una tragedia.
Sergio: ¡Alberto! ¿Que es aquello que se acerca lentamente?
Serena: Una ballena.
Alberto: Negativo. Tiene un parabrisas como de automóvil.
Mauricio: Es un piróscafo.
(Se ve llegar un submarino)
Enriqueta: Un submarino pop, como de vanguardia.
Alberto: Pero submarino al fin.
Mauricio: Lo conduce una señora.
Alberto: Le veo cara muy conocida.
Sebastián: La que nos faltaba, que nos venga a rescatar una vieja con casco de motociclista.
Alberto: ¡Silencio!
Pablo: Oye Miguel, ahí están tus hijas, saludan con alegría.
Enriqueta: Tus niñas, Miguel, gracias al cielo.
Mauricio: ¡Hay civilización! ¡Estamos salvados!
Rodolfo: Alberto, a Miguel le cuesta horrores la vida...
Enriqueta: ¿Quieren que les diga a quien me hace acordar esa señora? Pero no, a lo mejor sea una locura y esté alucinando.
Mauricio: A mi también me suena cara muy conocida.
Enriqueta: Por favor, muchachos, que la recámara reluzca de limpia.
Pablo: Tranquila, Enriqueta Beatriz, cuando la recámara se desagota la mugre se va con el agua.
Sergio: Presten atención, están por acoplar el submarino.
Mauricio: ¿Y con éstos dos que hacemos? Si la señora los ve amordazados habrá de descofiar de nosotros.
Alberto: Es cierto, mejor que se incorporen y llevarlos a la cocina...
Serena: Yque alguien los vigile...
Miguel: Alberto, escucha, si muero, quiero que esa señora adopte a las niñas y sea su madre.
Alberto: No hables así, vamos a estar todos bien.
Miguel: Promete que se lo dirás.
Alberto: Prometido.
Enriqueta: Serena, ¿sabes quien es esa mujer?
Serena: Increíble, francamente increíble, debe estar desolada si acaso su reino ha desaparecido.
Rodolfo: Ustedes dos se quedan aquí, y ojito con moverse de la cocina.
Sebastián: Vaya tranquilo; no se crea que no apreciamos la gran posibilidad de salir de ésta.
Ana María: ¿Te diste cuenta quien es la vieja que salvó a las nenas?
Sebastián: Si, por supuesto...la reina de los imperialistas...
Ana María: No digas su nombre, a lo mejor nos puedan escuchar.
Sebastián: Ahora tenemos la gran oportunidad de atentar contra su vida.
Ana María: ¿Como?
Mauricio: ¡Sergio!
Sergio: ¿Que, Mauricio?
Mauricio: Ven un minuto, quiero hablar de una cosa, a solas contigo.
Sergio: Si, ya sé...
Mauricio: ¿Te diste cuenta de quien es la mujer que maneja el submarino?
Sergio: Por supuesto, quien no la conoce.
Mauricio: ¿Será la persona que compró el único aparato que vendimos?
Sergio: Lo más probable; es un artefacto ideal como para adaptar a un submarino y que esté sumergido indefinidamente.
Mauricio: Que genia.
Sergio: Opino lo mismo.
Rodolfo: ¡Alberto! Miguel está muy grave.
Alberto: Un momento. Por favor no te distraigas, vigila a los prisioneros.
Rodolfo: Entendido. Pablo, ¿te has dado cuenta quien es esa señora?
Pablo: Por supuesto, estoy super emocionado.
Alberto: Miguel, ¿te has percatado quien es la señora del submarino?
Miguel: Es única e inconfundible. Lo supe apenas la nave el parabrisas asomó sobre la vidriera; por eso, cuando muera, quiero que sea la madre de mis chiquitas. Alberto, prométeme de nuevo...
Alberto: Tranquilo, campeón, vamos a salir ilesos y serás tú quien se lo pida.
Miguel: Viste que premio personal entre tanta desgracia colectiva.
Alberto: Aquí llega.
Reina: Me presento, mi nombre es Elizabeth. He viajado largos días, por cierto, arrastrada por unas corrientes ingobernables. Entre angustias y pesares, me resultó imposible dirigir la nave adonde yo pretendía, pero igual, ¡que dicha encontrarlos! Confío que merced al invento Argentino, vaya a haber gran cantidad de sobrevivientes, e incluso animales y plantas...
Todos: ¡¿Pero como?!
Reina: Al ver la luna salida de órbita, como el rayo he ordenado hacer réplicas del convertidor, y con ello abasticímos a muchos benditos países. Con todo, el mar está volviendo a su sitio; y como no se trata de un crónico deshielo, tal vez, además, haya zonas del mundo libres de inundación. Pero ¿Como es que, ustedes también, tienen el bendito aparato?
Mauricio: Aquí el joven, es el inventor. Hemos podido vender un solo convertidor a Oceanía, aunque ahora resulta evidente que usted misma fue la feliz poseedora.
Reina: Si, claro; y festejo haber donado ciento de miles, donde por ende quizás pueda estar poblado el fondo del océano de sobrevivientes. Bueno, amigos, debo regresar a la nave, y estar atenta hasta saber de algún lugar donde podamos hacer base.
Miguel: Su Majestad, quiero decirle que, estoy muy mal de salud, y a la vez pedirle encarecidamente, que si no logro sobrevivir, sea usted la encargada de educar a mis niñas; ellas son muy cariñosas y la van llenar de satisfacciones.
Reina: Descanse tranquilo y recupérese; las voy a proteger con amor hasta donde más pueda, se lo prometo.
Miguel: Gracias, que Dios la bendiga y la tenga por siempre en la gloria.
Reina: Entonces, quedamos así, a la espera de ver que sucede, voy a estar muy cerca de ustedes; pero resulta evidente que pronto podremos hacer base en la superficie de alguna terraza; y entonces, en su momento, tengo pensado dejar a Bagual, con las niñas, e ir trasladándolos de a poco; pero sepan, la nave tiene una baranda que rodea la carrocería, que en caso de emergencia, a lo mejor puedan aferrarse a ella, e ir todos juntos en un único viaje. ¡Cuídense, nos estamos viendo!
Mauricio: Vaya tranquila, señora, vaya tranquila, su majestad.
Alberto: Lo primero es asegurarnos que el bote esté fijo, y que por nada se vaya a perder.
Mauricio: ¡Viva, estamos prácticamente salvados!
Enriqueta: Si, estamos salvados!
Mauricio: Con grandes chances de sobrevivir.
Sebastián: ¡Cretinos, no hace un minuto que ha llegado el invasor y ya pretenden poner bases!
Alberto: ¡Cuidado, rompe todo! ¿Pero qué hace este loco?
Mauricio: Está presa de un ataque de ira fenomenal.
Alberto: Sujétenlo.
Sergio: ¡Ha destrozado el convertidor!
Sebastián: Malditos imperialistas. Respiren mierda si pueden.
Ana María: Ése es mi novio.
Sergio: Estamos perdidos.
Alberto: Suelta esa cuchilla.
Mauricio: Deténgalo.
Alberto: Deja a Miguel tranquilo.
Sebastián: Me niego a que muera por que si, yo mismo lo quiero matar.
Mauricio: Uh, no, le ha asestado una puñalada en el pecho.
Alberto: Miguel...
Sebastián: ¡Ponete derecho!
Enriqueta: Pero igual, así de herido, lo mete en la recámara y lo hace salir para afuera.
Serena: ¡El combate es feroz!
Mauricio: De color escarlata va quedando el Atlántico...
Sergio: (Pausa) ¿Vean, aquí, en la vidriera, está Sebastián con la lengua afuera!
Todos: Muere maldíto...
Ana María: Mi amor, espérame, yo te daré de mi aire.
Alberto: ¡Madre!
Serena: Ana María, usted no...
Alberto: Detente, madre.
Sergio: Intentaré reparar el convertidor, pero lo dudo. Tratemos de hablar lo menos posible.
Pablo: Prepárence por si tenemos que salir para la superficie.
Serena: No sé nadar.
Rodolfo: Vos, Serena, ven conmigo, que Pablo se encargue de ayudar a la señora Enriqueta Beatriz.
Enriqueta: Sé nadar, puedo sola.
Segio: Alberto se ha lanzado hacia las profundidades y está yendo en búsqueda de su madre.
Serena: El otro a muerto...
Enriqueta: ¿Lo dices por Miguel?
Serena: Me refería al delincuente; pero, el grande de Miguel, también está desauciado...
Mauricio: Boca a boca, Alberto le está pasando oxígeno a su madre.
Sergio: ¡Caramba!, la batería quedó en cortocircuito...
Pablo: Uy, no, también nos quedaremos sin luz.
Sergio: Estamos perdidos.
Rodolfo: Vamos a ubicarnos ordenadamente, evitando entrar en situación de pánico.
Pablo: Ahí regresa el submarino, a toda velocidad.
Enriqueta: Avanza en dirección de la vidriera.
Serena: Seguro que la irá a romper.
Rodofo: Recuerden la baranda que rodea el aparato.
Pablo: Tomemos todo el aire que se pueda.
(El submarino rompe la vidriera y todos se aferran a la baranda) (Ya en una terraza habla la reina y fin)
Reina: Cual un cofre de riquezas que contiene el destino, ahora por fin sobresale este bloque de cemento, y mañana, de la enorme inundación, solo quedará un mal recuerdo. (Haciendo la mímica) La luna roso el planeta y lo hizo girar media vuelta, batiendo los océanos debajo la espuma. Pero aquí estamos empezando desde cero, con la concreta esperanza de haber muchos sobrevivientes. El futuro existe si por ventura permanecemos en pie para alcanzar ese nuevo tiempo, y henos aquí, en un presente con renovandas esperanzas, dando de nuevo que hablar. Somos lo que estamos, incluída la madre de Alberto; pero hágase la paz y apágense las tinieblas; y que sueños e ilusiones viajen por vuestra sangre.
FIN.
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