Estabas en la acera de enfrente, olías a café, mis piernas temblaban demasiado. Era extraño que pudiera mantenerme en pie aún cuando moría, por dentro moría, todos mis huesos caían como pilares y yo trataba de sonreír. ¿Sonreír por qué? Entonces pensé que era porque estabas aquí, frente a mí, tu no lo sabías, claro, mi presencia no es algo que puedas sentir, te has olvidado tanto de lo que era, lo que fui, que si me vieras al rostro no lo reconocerías, tal vez irías con aquella vieja madame que lee el tarot en la calle de los árboles dorados y ella te diría "la conociste, pero la dejaste toda mutilada" y tú contestarías, con tus palabras tristes pero llenas de algo, como de vida: "¿cuál de todas, madame?" y ella sonreirá. Llevo este ramo de rosas en los brazos, me escondo detrás de él, no quiero que me veas y sin embargo ya cruzo la calle solo para olerte, una última vez, oler y saber que respiras y que estas vivo y que te enroscas como una ola sobre mí y yo soy el pobre niño ahogado que ve cómo embistes sin tener conciencia de que me has matado una y otra vez. Te amo tanto que hace frío en mis huesos y no sé cómo escapar de mí. Ojalá pudiera alejarme y colgarme muchos gatos del cuello, beberme su sangre y que ellos devoren mis sueños. Ojalá pueda morderte el cuello y encontrar, ahí, el cúmulo de mis tristezas. Te arrancaré mis tristezas y las dejaré libres al viento, la jaula ya no es más jaula: se ha convertido en lodo.
Y sus pasos que se iban y yo que me quedo aquí, con las rosas en los brazos y los ojos llenos de estrellas, de amor, las manos empezaban a sangrar por las espinas. |