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Retraído y ajeno al mundo circundante, te vi de pasada y una tenue electricidad viajó por mi cuerpo. Al parecer algo sintonizó en ese mismo instante dentro de nosotros porque tu mirada se estampó también en la mía, imantada por poderosas ondas. No miento, me aterré y esquivé ese algo que parecía arrastrarme para sentir pronto mis pasos trémulos luchando por huír, dibujando huellas errabundas sobre el pavimento. Pero no pude evitar que ese halo que parecías despedir se prendiera a mi piel y allí te quedaste enredada en los recónditos pasillos de mi mente. Y te hiciste nítida con los días, perspicaz en la mirada, calcada en una película sutil pero indeleble. Esos ojos grises y esa cabellera dorada despedían fuego y te soñaba y despertaba con el alma aterida.
Eras nadie, un ser desconocido que persistía rebelde y surgía la idea febril que ya no lograría arrancarte de mí. No comprendía el poder de este influjo, ya fuese conferido por extrañas entidades para transformarlo en una maldición o por algún malévolo conjuro que se complacía con mi desquiciamiento.
Muchas semanas después celebramos Navidad en familia, invitados a la ostentosa residencia de un tío solterón que disfrutaba de sus privilegios y gustaba de hacérnoslo saber, ofreciéndonos una opípara cena regada con los más costosos licores. Acudí con mis padres y hermana, contemplando la opulencia con un inevitable dejo de envidia. El grueso de los invitados era gente de buen vivir que actuaba a sus anchas entre tanto lujo, sus gestos refinados que pronunciaban las palabras tal si estas fuesen bordadas con finísimos hilos de plata, delataban su abolengo.
Pero más tarde el licor desató las riendas de la lujuria y hombres y mujeres se arrojaron con sus flamantes vestimentas a la piscina para iniciar algo parecido a una bacanal. Los chillidos de las mujeres y las voces estentóreas de los varones se confundieron, creando una escena inusual que sólo había visto en el cine. Mi tío contemplaba embobado la escena, mientras acariciaba con suavidad a un muchacho rubio que dormitaba en una estera. Eso fue demasiado para mí. No pudiendo escapar de inmediato de esa orgía, me interné hacia el fondo de la residencia y alejado de todos, me tendí en el césped y respiré profundo. Unos bien cuidados naranjos mordisqueaban con su fronda buena parte de las estrellas. La noche era plena y haciendo abstracción del barullo de la gente, me sentí en paz. No me preocupó el engorro de mis padres y hermana, quienes aún permanecían en sus asientos, quizás tan descompuestos como yo.
Creo haber dormitado un buen rato hasta que apareciste de la nada portando una botella de champagne y una sonrisa acogedora. ¿O te soñé? Me incorporé sorprendido. ¿Cómo llegaste acá? No me despegabas esos ojos que sabía irremediablemente grises e hipnóticos. Mil teorías zumbaron en mi cabeza, cada una escapando de la lógica, porque en esta situación todo parecía dislocado.
“¿Importa algo?” respondiste sin que yo hubiese alcanzado a pronunciar nada. ¿Quién eras?
Abriste la botella y el licor burbujeante se desbordó. Te la empinaste y pude estudiar tus rasgos perfectos al trasluz de la penumbra. Me la extendiste y dude, pero al sostener la botella sentí el roce de tus dedos y la sangre acudió en tropel a mis sienes. Bebí un trago largo, mientras tú sonreías complacida.
Sin que mediara alguna palabra entre nosotros, sacaste desde un bolso cierto objeto cuadrado y me lo extendiste. “Te regalaré esto. Es un libro de finísima encuadernación”. “No, no lo abras todavía. Sólo eso te pido”. Extendí mi mano y recibí ese objeto, sin que ninguna parte del asombro que me embargaba anunciara un mísero repliegue.
La consternación impedía que algo real aterrizara en mi mente, ¿quién eras? me repetí y sólo sonreíste, como si me hubieses leído el pensamiento. Bebí un largo sorbo y el licor sedó mis desvaríos. Estabas frente a mí, dibujada por la penumbra, con tus labios semi curvados, altiva y soberana. La noche era idílica, ocultos en la fronda. Todo se confabuló para que, entre el rumor y el dulce aroma veraniego, te quitaras tu vaporoso vestido y te imaginara desnuda tras de mí. Tus manos acariciaron mis mejillas y envalentonado por el licor, me voltee y palpé jubiloso la turgente suavidad de tus senos, descendiendo sin tropiezo por tus caderas para internarme luego en tu pubis húmedo y palpitante. Enloquecido de placer me desnudé desprolijamente, abriéndome camino hacia el placer.
Perdí la noción de las horas, ¿o sólo fue un instante? Tengo la vaga sensación de haberme fundido con tu cuerpo, embriagado con el sabor de tus labios y de todo tu cuerpo. Exultante y sobrevolando un espacio distinto a todos los recorridos en mi existencia, creo haber presentido los umbrales del nirvana.
“Tu mirada fue el radar, presiento el futuro, sé que esto no es más que una burbuja de champagne que se deshará antes que amanezca. No quiero que te esfumes, que te hagas nada”. Recuerdo haber dicho tales palabras mientras masticaba tus besos.
“Yo tampoco, pero es un designio, una mirada que busca lo especial de otra mirada, después, nada. Prométeme que esto lo recordarás todos los días de tu vida” creo haberte escuchado decir.
“No soy capaz, no, no lo soy. Quédate conmigo, rompe el embrujo”. ¿Dije en realidad tales palabras o sólo fueron pensamientos agónicos prejuiciados con las últimas gotas de champagne?
Todo acabó cuando me despertó mi hermana. Me preguntó sorprendida dónde diablos me había metido y qué hacía allí solo y tendido en el pasto. Que al final mi tío se había acercado a mis padres y juntos rememoraron bellos recuerdos, transformando una fría velada en algo agradable.
La contemplé alucinado. “¿Cómo que solo? Estaba con esa niña que de seguro viste pasar. Supongo que todos la vieron y la admiraron por su hermosura”.
“Te volviste loco. Estuviste toda la noche solitario y no viniste ni siquiera a disfrutar los postres” expresó preocupada mi hermana.
La gente se había retirado y sólo permanecían el tío con mis padres y el muchacho rubio que los contemplaba con su rostro trasnochado.
¿Fuiste un sueño? ¿o sólo una aparición? ¿Todo lo ocurrido entre nosotros no fue más que una alocada idea mía emergiendo rebelde desde las oscuras celdas de mis propias frustraciones?
Me levanté desganado, sin deseos de afrontar la hostigosa materialidad de esa mañana. Pero antes de hacerlo, mi mano tocó un objeto oculto entre el pasto. ¡Era el libro! Lo recogí y lo sostuve en mi pecho. ¡Allí estaban mis certezas! ¡Nada fue en vano! Al abrirlo con dedos nerviosos, leí: Historia de una ilusión. Me sobrecogí. ¿Sólo fue eso? No figuraba nombre alguno que delatara su autoría.
Desde entonces, cada vez que deslizo mis dedos por esas albas páginas, presiento que incluso las ilusiones pueden materializarse cuando existe tanto magnetismo y tanta pasión en las venas. Y prosigo escribiendo esta historia hasta que la casualidad o un determinado instante fijado por los astros permita que nuestras miradas una vez más coincidan en un relumbre y la pasión se desborde más allá de los lindes imaginarios.














Texto agregado el 11-11-2021, y leído por 204 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-11-2021 Vaya, amigo, en mi cabeza tu cuento quiere tomar diferentes caminos. Los sueños son una materia extraña, nos hablan, nos advierten, nos presagian? Muchas teorías se teniendo en torno a ellos. Están ahí, eso es todo. Excelente narración. vaya_vaya_las_palabras
12-11-2021 Cuando de soñar se trata hay mucho por decir. A veces es mejor dejar los sueños quietos, disfrutar el camino, porque al llegar a la meta no suele ser como imaginamos. Jaeltete
12-11-2021 Cuando de soñar se trata hay mucho por decir. A veces es mejor dejar los sueños quietos, disfrutar el camino, porque al llegar a la meta no suele ser como imaginamos. Jaeltete
12-11-2021 Admiro tu capacidad de dibujar con mano maestra tus historias, Guidos. Ésta es un prueba palpitante de ello. Claro que presentas una situación ideal para sobrevolar con fantasía y crearla. MujerDiosa
11-11-2021 Soñar no cuesta nada, dice el refrán popular, pero que importancia reviste cuando de alguna manera podemos materializar esos sueños. El libro es la evidencia de ello. Escribir en sus hojas es mantener el recuerdo y la ilusión latentes. Muy bueno tu cuento, amigo. maparo55
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