Con jactancia promulgaba vivir bajo mis términos. ¡Vaya! qué gran falacia. Digna del mentiroso más grande, que no es sino aquel que se miente a sí mismo. Con pasmo he venido a ver la triste realidad, no hay libertad verdadera en este mundo de marionetas. Mis términos no eran míos, fueron dictados por otros que en las sombras manipulaban mis decisiones “libres”, por lobos sagaces que a través de actos sutiles me condujeron a sus trampas disfrazadas de amor, pasión o respeto.
Mi mente brillante fue avergonzada por una inteligencia malvada; camuflada de inocencia, de lealtad, de amor y de fútiles sueños, que en su momento parecían grandes proyectos. Fui el protagonista de una comedia escrita con mi drama. En el teatrino de este show que protagonizaba veladamente todos gozaban con mi puesta en escena, menos yo que no sabía que participaba en ella.
El titiritero no sintió culpa alguna, y no tenía porque sentirla, su esencia es esa: mover los hilos de sus marionetas. Es como sentir culpa por respirar, no es posible, respirar es parte de nuestra naturaleza. Los artistas de las marionetas son un poco como niños que se cansan con su juguete, así mi titiritero se cansó de mí y ahora hala los hilos de una marioneta nueva.
Ay! Al verme abandonado en el baúl de mi titiritero pude mirar hacia adentro y escribir estos pensamientos. No porque ahora sea libre, la libertad es solo un cuento para entretener espíritus fatuos; sino porque nadie mueve los hilos. Inmóvil, abandonado incluso de mi mismo, en la poquedad que el mundo ofrece no queda de otra que hilar sobre la vil existencia. Este divagar es infecundo, estéril como tierra seca, pero qué más queda, si ya estamos muertos. |